Una notable edición del festival de Venecia pone al ser humano ante el espejo de su estupidez
El palmarés cierra este sábado una 82ª celebración de la Mostra con grandes películas, célebres estrellas, debates complejos y el grito por Gaza de ‘La voz de Hind’, filme que rescata la historia real de una niña palestina asesinada por las tropas israelíes


Animal extraño, el ser humano. El más dotado del planeta, arquitecto de grandes gestas, ideas, culturas. O de una centenaria Mostra internacional de arte cinematográfico. Pero muy capaz, a la vez, de desperdiciar su genio en sabotearse a sí mismo: con guerras, armas de destrucción masiva, teorías de la conspiración o, más simplemente, un reparto diario de horas donde el trabajo siempre gana. No hay mamífero tan brillante. Tan estúpido, seguramente, tampoco. La historia ofrece infinitas pruebas. En las últimas dos semanas, el festival de cine de Venecia ha sumado unas cuantas más con sus películas. El concurso ha ofrecido varios filmes notables. Y, de su mano, muchas reflexiones sobre las cumbres de talento e idiotez de la humanidad. Este sábado, por la noche, el palmarés cerrará una 82ª edición muy valiosa del certamen. Mientras, cabe asignar ya un premio, a los que habitamos el mundo: León de Oro a la mejor contradicción andante.
Hasta las plantas, a veces, parecen más sensatas, o eso sugiere Silent Friend, de la directora húngara Ildikó Enyedi, última obra intrigante de una competición memorable. La gracia, de Paolo Sorrentino, La voz de Hind, de Kaouther ben Hania, Bugonia, de Yorgos Lanthimos, Una casa llena de dinamita, de Kathryn Bigelow, Father Mother Sister Brother, de Jim Jarmusch, No Other Choice, de Park Chan-wook. Prácticamente cada día ha traído gran cine y estrellas, de Emma Stone a George Clooney, de Cate Blanchett a Oscar Isaac. Todo un guante lanzado a Cannes, el otro superfestival. Y todo un espectáculo colosal, casi tanto como Frankenstein, de Guillermo del Toro, conmovedora incluso con sus fallos, por el sueño cumplido del mexicano de adaptar la novela. Y por su reivindicación de las salas, donde se recomienda ver tamaña producción, que luego estará en Netflix.
Todas las obras citadas, en realidad, tienen garantizado estreno en España. Así que el público ya puede ir haciendo apetito. Y los Oscar, seguramente, también. El banquete de Venecia ha dejado un regusto estupendo. Y una quiniela incierta, precisamente por la abundancia de exquisiteces. El veredicto más puramente fílmico premiaría, quizás, La gracia, acaso el largo más redondo. La historia, sin embargo, pende del lado de La voz de Hind, reconstrucción del asesinato de una palestina de seis años a manos de las tropas israelíes. La masacre en Gaza generó polémicas en el arranque del certamen, debates y una manifestación propalestina durante, y acumula papeletas para protagonizar ahora la gala de clausura. Aunque el presidente del jurado, el cineasta Alexander Payne, fue la única celebridad en esquivar una pregunta directa sobre la matanza. Dijo que no estaba “preparado” para esa cuestión, que había venido a juzgar películas. La voz de Hind, en todo caso, merece amplios elogios también por su calidad cinematográfica.
Un caso real
Y eso que sus creadores no lo consideran siquiera un filme: lo definieron como una obligación, o una urgencia. Porque cuenta un caso real, por más que parezca ciencia ficción: el 29 de enero de 2024 una niña quedó como única superviviente en un coche acribillado por el ejército de Netanyahu en el norte de Gaza. Media Luna Roja logró llamar a un móvil dentro del vehículo, e Hind Rajab contestó. Lo que sucedió después se conoce. En todo caso, gracias al filme, ya está ante los ojos —y los oídos— del mundo: el largo reproduce los audios originales entre la pequeña, que suplica que alguien la salve, y los rescatadores, que trabajan contra el reloj y muchos obstáculos más para conseguirlo. Ben Hania denunció en Venecia: “¿Cómo hemos dejado que una niña suplique por su vida?”. Y cerró su rueda de prensa con otra interrogación: “¿En qué mundo vivimos?”.
El drama en Palestina interpela a todos. No hay, ahora mismo, asunto más importante. Pero la pregunta de la directora resonó en más jornadas del festival de Venecia. Una casa llena de dinamita, por ejemplo, describe en un thriller frenético la crisis que desata un misil nuclear dirigido al territorio de EE UU. Aunque Bigelow pretende reflexionar sobre la tranquilidad con que está asumido que varios Estados podrían aniquilar la civilización en minutos. De ahí el título. Y una investigación a fondo que convierte el guion en aún más escalofriante, por real: las probabilidades de interceptar en vuelo un cohete así rondarían el 60%.
Hasta Bugonia, en esta era, resulta verosímil: retrata a un hombre —le encarna Jesse Plemons, posible Copa Volpi al mejor actor— convencido de que los andromedianos, procedentes de la galaxia de Andrómeda, han sometido a los habitantes de la Tierra. ¿Cómo se explica, si no, que una empresa le haya hundido la vida y su directora nade en el lujo? De ahí que la secuestre e impulse a confesar. Así, de paso, Lanthimos expone los otros delirios: los del capitalismo.
Los mismos que afrontan No Other Choice, con un tipo que lo sacrifica todo por recuperar el trabajo, y À pied d’oeuvre, de Valérie Donzelli, sobre un fotógrafo de éxito que se lanza a ser escritor, pero termina de manitas, atrapado por el algoritmo de una voraz plataforma. Se habló de violencia machista y patriarcado, en Girl, de Shu Qi, o del Holocausto, en The Orphan, de László Nemes. Y, con tantos errores humanos, la Mostra también quiso abordar otro derroche del intelecto: la polarización enfurecida. El festival, al revés, abanderó la complejidad, la forma más digna de abordar asuntos espinosos, como los abusos y la revictimización en Caza de brujas, de Luca Guadagnino, fuera de concurso.
Entre tantas conversaciones, tal vez solo faltara una: sobre la renovación del cine. De entre 21 películas de la competición, solo dos se arrojaron al riesgo sin red de protección: The Testament of Ann Lee, de Mona Fastvold, un musical tan fascinante como irregular y discutible, sobre la fundadora de un radical movimiento religioso en el siglo XVIII; y Un film fatto per Bene, de Franco Maresco, nuevo inclasificable capítulo de una carrera vivida a su manera por parte del director italiano.
Por lo demás, el concurso no se desvió especialmente del canon. Asignatura pendiente para otras ediciones. Igual que el creciente silencio de los divos. La agenda de muchos prevé aterrizaje, rueda de prensa, alfombra roja y despegue, a veces en solo 24 horas. Vienen cada vez más, hablan menos que nunca. Pero el público los sigue adorando. Otra contradicción muy humana. Y las que quedan.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
