Las estrellas del festival de Venecia brillan cada vez más pero hablan cada vez menos
Los costes disparados, las estancias breves, el control sobre la comunicación y fallos de la propia prensa dificultan el acceso a los grandes divos de la Mostra, herméticos y casi imposibles de entrevistar


Una conversación constante recorre el festival de cine de Venecia. Primero, hablan las películas. Luego, miles de periodistas, productores, estudiantes y apasionados alimentan un debate infinito en cada esquina del Lido, la isla donde se celebra la Mostra. Basta con poner el oído para captar reflexiones de todo tipo, ya sea ante un tempranero café o un tardío spritz. Solo hay una voz que apenas se oye. Y eso que es justo la que todos quieren escuchar: la de las estrellas. Muchas desembarcan, sueltan alguna frase en la rueda de prensa y punto final. Desfilan por la alfombra roja, fotos, autógrafos, aplausos y a otra cosa. A menudo, literalmente: algunas no pasan más de 24 horas en Venecia.
Todo apresurado, de ahí que su estancia, por lo menos, deba descansar sobre seda. La entrevista a famosos avanza ―¿retrocede?― hacia la extinción. Si acaso, se organizan mesas redondas, cada vez más abultadas: un grupo de privilegiados redactores, media hora frente a dos o hasta tres celebridades. O directamente nada: “Solo participarán en actividades oficiales”. Por un lado, el festival de cine más antiguo del mundo acoge cada año a más divos: nunca, probablemente, como en esta 82ª edición. Por otro, su silencio tampoco deja de crecer. Una contradicción que mezcla costes, tiempos, control, redes sociales y fallos de los propios medios. Un asunto complejo. Como las mejores películas.

“No existe una respuesta sencilla. Pero una de las certezas es que no hay un plan concertado para privar a los periodistas de las entrevistas”, asegura un agente que pide el anonimato y lleva muchos años en los festivales, organizando la actividad de directores y actores. O talents, como se les llama en el sector. “Tengo mucho respeto por la prensa. Hace un trabajo muy importante. Me frustra mucho que nuestra labor a veces se centre tanto en el protocolo ―adónde vamos, a qué hora, quién se sienta dónde― y tan poco en el cine”, agrega Charles McDonald, veterano de esta profesión. Las charlas con ambos, otras dos voces fuera de grabadora y el director del festival, Alberto Barbera, aportan piezas muy parecidas para reconstruir el puzle. La imagen final, eso sí, no resulta prometedora.
Ante todo, como siempre, está el dinero. Aunque el público solo vea a George Clooney, Oscar Isaac, Cate Blanchett o Emma Stone, la mayoría aterriza con séquito. Y necesidades: representantes, catering, peluquería, maquillaje, seguridad y tantos etcéteras como para subrayar su distancia de los mortales. Todo tiene un precio. Enorme, en este caso. “Venecia está locamente cara estos días y las producciones luchan por cubrir los costes de traer a los actores más importantes”, aclara el agente. Sucede también en Cannes. Aunque aquí se añaden los taxis acuáticos, tan icónicos como dispendiosos.
“¿Sabe por cuánto se alquila una suite en el Excelsior para un día de actividades de prensa?”, plantea otra fuente que trabaja en el negocio. Al menos 3.700 euros, según el presupuesto que remitió el hotel a este medio. Hasta 6.000, o más, cuando se busca en su web. “Duerme con las estrellas”, reza el reclamo, cuya ambigüedad tal vez habría que revisar. Hay huéspedes, en todo caso, que parecen tomárselo al pie de la letra. McDonald recibió hace años la queja de dos intérpretes, importunados por cazadores de firmas durante el desayuno. Hubo que recolocarles en el Danieli, más lejano y aún más caro. Súmense el alquiler de cámaras y técnicos, para las entrevistas con vídeo. “Las cosas pueden pasarse rápidamente del límite”, resume el agente.

De ahí que haya que recortar. Tiempo, por ejemplo. “La permanencia ya es brevísima. Solían quedarse una semana, a veces hoy solo uno o dos días. Y la mitad de la agenda está ocupada por compromisos con el festival. Así que los departamentos de prensa se ven obligados a elegir”, constata Alberto Barbera. Una fuente lo explicita con un caso real: “Me dieron una hora y media de disponibilidad de una estrella. ¿Qué demonios voy a hacer con eso?”. Muchos encuentros, cuando suceden, han pasado de 30 a 15 minutos.
McDonald también vive esos debates a diario. Considera que la charla a solas, llamada 1:1 en el mundillo, es la forma más “interesante y elegante” de juntar a periodistas y talents. El encuentro grupal, sin embargo, alcanza a un mayor número de medios. Más democrático y realista, probablemente. A costa de la conversación, que a menudo salta de un tema a otro sin más conexión que la curiosidad de los distintos redactores: pierden prensa, entrevistados y lectores, gana la promoción.
Sobre todo, cuando a la mesa se sientan dos o hasta tres divos juntos, la mejor garantía de que solo se hable de la película y nada más. Por si acaso, algunas convocatorias lo dejan aún más claro: “Las preguntas tendrán que ver estrictamente con el filme”. Otras alertan de que las declaraciones no podrán incluirse en un reportaje más general. Siempre cabe, por supuesto, saltarse tantas normas.

“Intentamos hacer lo mejor con un pequeño monto de tiempo. Me esfuerzo, por ejemplo, porque las mesas redondas nunca bajen de 25 minutos”, apunta McDonald. Hasta eso, en todo caso, cuesta. De ahí que a menudo los distribuidores locales, los que hayan comprado los derechos para difundir el filme en España, Italia u otra zona, tengan que asumir su parte: pagan por cada hueco que un periodista de su país obtenga con una estrella. Más por una entrevista individual o en televisión, algo menos para los grupos.
La tarta es pequeña, y muy deseada. Así que cada trocito se antoja exclusivo, especialmente los más sabrosos. Y no todos pueden permitírselos. “Inevitablemente, compañías, medios y mercados más pequeños son los que más sufren. El distribuidor portugués de Father Mother Sister Brother, de Jim Jarmusch, ha puesto mucho empeño en lograr un 1:1 para su país. Me encantaría, pero me temo que no va a suceder”, resume McDonald. Fue, precisamente, una de las únicas dos entrevistas individuales que obtuvo este periódico, junto con Kim Novak. Fuera de los más famosos, eso sí, son las propias agencias las que ofrecen talents a los periodistas: muestra evidente de lo que supone jugar en primera división, o en las otras.
El fenómeno, sin embargo, no se explica solo con la cartera. “Las grandes producciones quieren un control directo sobre la comunicación, elegir solo firmas y medios que conozcan, y garanticen un cierto producto e impacto. Hay reticencia a dar muchas entrevistas como antes. Los propios contratos de los actores a veces fijan la cantidad exacta y el encargado de prensa del intérprete participa a la toma de decisiones”, añade Babera. “Se busca totalmente el perfil más seguro posible. Los representantes a veces exageran con la protección, y cuando accedes al talent resulta más sencillo que su entorno, pero tienen sus razones”, agrega McDonald. Por más que el público los vea como divinidades, las compañías saben que los divos son humanos. Variados, e imperfectos. Buenos o pésimos oradores, profesionales o caprichosos, sociables o huraños, con mucho discurso o nada que contar. Así que los agentes también han aprendido a jugar a Tetris: la escasa elocuencia de una estrella puede compensarse sentando a su lado otra.

La suma, aun así, resta. Porque el año pasado un polémico manifiesto impulsado por un periodista freelance lamentó que los famosos ya no hablen. Pero la situación, 12 meses después, sigue idéntica, o peor. Aunque la prensa no puede solo criticar: resulta que es parte del problema. Se ve cada día, en las conferencias del certamen, con redactores que aplauden la aparición de las estrellas, empiezan sus preguntas con cumplidos o hasta declaraciones de amor y corren a sacarse una foto al final. Como un seguidor más. O un amigo, la relación que une a muchos periodistas de cine con sus entrevistados.
“Incluso si se organiza un 1:1, estimulante para ambos interlocutores, y el redactor prepara un artículo profundo y elaborado, es muy posible que luego su medio trate de sacarle la mayor cantidad de clics posible, a partir del titular. Muchos publicistas lo alegan para no dar entrevistas, o para que al menos sean en pareja”, añade McDonald. A veces, tras 20 minutos de charla y muchos más para conseguirla y publicarla, solo queda una frase, sacada de contexto. Y amplificada a toda prisa por las redes sociales.
Un modelo que, además, ha generado otro cambio en la comunicación. Los divos ya interactúan directamente con los espectadores. Y les basta muy poco para arrasar, como aclara McDonald: “Hace años llevé la película Hasta los huesos, de Luca Guadagnino. Y, siendo honesto, ya solo con la participación de Timothée Chalamet en la alfombra roja y en la rueda de prensa se generaba el revuelo necesario”. Ya todo el mundo hablaba de ello. Para qué decir más.
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