El Nobel a un mago
El escritor pide una y otra vez “que la realidad la filtren los poetas”, porque sigue creyendo en el poder radical de la literatura

Hoy el jurado del Premio Nobel ha reconocido una concepción muy concreta de literatura, aquella que busca la manera de hablar de la inabarcable realidad, por dolorosa que resulte. El estilo de Krasznahorkai es diferente a todo—como diferentes fueron Kafka o Borges, o Bernhard—por su exuberante prosa capaz de crear las atmósferas más sugerentes y extrañas, su gran plasticidad y su poder de seducción, su envolvente expresionismo descriptivo, su lenguaje musical, tan cercano a la poesía y atento a todo lo que le rodea, y su tenaz invitación al lector a sumergirse plenamente en la hechicera imaginación literaria.
En sus novelas el tiempo se suspende, casi desaparece, diluido en unas frases que emergen un tras otra sin transiciones marcadas ni concesiones, como una salmodia. Su literatura nos devuelve al sentido primero de la lectura: la inmersión en un mundo desconocido pero profundamente humano, el descubrimiento de paisajes inimaginables pero reveladores. Krasznahorkai es el gran mago, no en balde el misterio y el enigma son constantes de sus libros. Es el escritor que pide una y otra vez “que la realidad la filtren los poetas”, porque sigue creyendo en el poder radical de la literatura, en la palabra, en la belleza, en la capacidad del ser humano de pensarse de otra manera. Hoy se ha premiado el compromiso vital de un escritor con su obra, pero sobre todo, con el mundo; se ha premiado a un creador incomparable. Y para mí, además, se ha premiado a un gran amigo.
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