El húngaro László Krasznahorkai, Premio Nobel de Literatura 2025
La Academia Sueca premia al escritor “por su obra cautivadora y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”

La Academia Sueca ha anunciado este jueves en Estocolmo que el Premio Nobel de Literatura 2025 es para el húngaro László Krasznahorkai (Gyula, 71 años) “por su obra cautivadora y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”. Krasznahorkai es el gran cronista de la Hungría comunista y la que emergió después, el retratista perfecto de ese país imperfecto que heredó las cenizas de un imperio deshecho en el siglo XX con graves heridas para sus pueblos, y del universo indefinido en que se convirtió esa nación tras abrazar la democracia, aún renqueante.
Krasznahorkai es un hombre tranquilo, afable, apasionado de la conversación y dueño de una literatura sin prisa y de cocción lenta que hoy choca frontalmente con el ritmo de nuestras vidas. El máximo galardón universal premia así la hondura, la capacidad de profundizar y un alto en el camino en este modo de vida de aceleración sin fin. En España publica toda su obra la editorial Acantilado, traducida por Adan Kovacsics.
“Es un gran escritor épico de la tradición centroeuropea, que se extiende desde Kafka hasta Thomas Bernhard, y se caracteriza por el absurdo y el exceso grotesco”, ha señalado el comité del Nobel. “La novela Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río es un relato misterioso con potentes pasajes líricos que se desarrolla al sureste de Kioto. La obra tiene la sensación de preludio a la rica Seiobo There Below (2013), una colección de 17 relatos sobre el papel de la belleza y la creación artística en un mundo de ceguera”, añade la Academia. El anterior autor húngaro distinguido con el máximo galardón de las letras universales fue Imre Kértész, en 2002.

¿Aún hay sitio para la literatura sin prisa en el mundo de hoy?, fue la pregunta al hoy premiado cuando recibió a EL PAÍS hace un año en Marraquech, donde se celebraron en septiembre de 2024 las Conversaciones de Formentor. “No, en absoluto”, respondió el autor húngaro. “La vida está muy acelerada, recibimos tanta información y con tanta rapidez que se nos olvida todo. Se han hecho estudios con niños que han concluido que, después de media página, se cansan y no se pueden concentrar. Esta literatura lenta, aunque luego coge ritmo, es para una islita muy aislada de lectores”.
Krasznahorkai, por una vez, se equivocó. Si no hay sitio en las grandes listas de éxito y en las grandes ventas, sí lo hay en el podio de la gran literatura, la que retrata épocas, generaciones y geografías con un poso en la conciencia colectiva. Por ello recibe el Nobel, como recibió hace un año el Formentor.
El escritor húngaro bromeaba bajo el sol de Marraquech, ataviado con sombrero claro y ropa de lino, sobre que cada vez menos gente leía sus libros, pero “más gente conoce mi nombre, aunque no sepa pronunciarlo”. De hecho, alguna vez se le ha nombrado Kaláshnikov, le recordamos, a lo que respondió: “Dígales por favor que no hay ninguna bala en este kaláshnikov”.
Sus balas son literarias.
El autor húngaro, que vive entre Trieste y Viena y que legó todo su patrimonio literario a la Biblioteca Nacional de Austria, ha iluminado el panorama literario con sus personajes rotundos y perdedores, también oscuros. Su principal libro es Melancolía de la resistencia, una joya para retratar un mundo que libra batallas escondidas contra las imposiciones del régimen y la alienación vital en un registro que nunca logra abrazar la terapia correcta de la libertad. Su obra es el mejor radar de ese mundo centroeuropeo que no ha logrado estabilizarse en una personalidad reconocible, propia y, sobre todo, aplaudida por el entorno: la Hungría posimperial que sufrió las dos guerras mundiales se sumergió en un régimen comunista que arrastró a generaciones durante décadas de oscuridad. Él la describió en los ochenta y, a pesar de la democracia, mantiene la decepción con su país: “Yo ya estaba decepcionado de Hungría cuando aún vivíamos en el comunismo. No ha sido ninguna sorpresa que los húngaros seamos incapaces de construir una democracia. Conocía bien a los húngaros en la época de János Kádár y nunca entendí que mis compañeros intelectuales de los noventa pudieran pensar que aquella gente que aceptó esa dictadura fuera capaz de construir una democracia. En Melancolía de la resistencia describí en los ochenta cómo somos y no escribía sobre la sociedad comunista, sino de la gente en general, la perspectiva humana y un destino que los húngaros solo pueden agradecerse a sí mismos”, aseguró hace un año a EL PAÍS.
Y no funciona bien esa democracia, aseguró, porque los húngaros, sus compatriotas, “son cobardes, evitan los conflictos”. “No quieren solucionar las cosas con comunicación, sino huyendo del problema hasta que llega el momento en que hay que enfrentarse y entonces se vuelven violentos. La capacidad de comunicación y de aceptar una opinión ajena es una característica de la que carece el húngaro”. Y añadía: “Ahora que está de moda ser de extrema derecha en Hungría, son muy visibles las heridas que se hace la gente. Heridas que no se curan. Heridas que duelen. Están hiriendo la dignidad de los demás. Es lo más importante que falta en esa sociedad, reconocer la dignidad de los demás”.
Aquel libro fascinó a una generación y a un mundo hambriento de historias del Este, que lo acogió lentamente, pero con especial interés. Poco a poco, el autor fue añadiendo libros excelentes, muchos de ellos llevados al cine por el también húngaro Béla Tarr. El más reciente es El barón Wenckheim vuelve a casa, una divertida disertación con rumores de tiempos ya acabados que el crítico José María Guelbenzu, recientemente fallecido, describió como propia de una “imaginación apocalíptica con una fuerza expresiva extraordinaria sin hacer concesión alguna al lector”.
Basilio Baltasar, director de la Fundación Formentor y del jurado que el año pasado le concedió el premio que lleva este nombre, reaccionó con enorme alegría: “Este premio es un elogio a la gran literatura, a su historia y a la inteligencia cognitiva de los mejores lectores. Es un homenaje a los orígenes de la imaginación narrativa, al poder de una palabra infatigable que no se pliega ni conforma. Con László se recupera la notable posición que merecen los herederos de la admirable genealogía literaria. Es un honor celebrar estos momentos”, comenta a EL PAÍS.
En la entrevista celebrada hace un año en Marraquech, Krasznohorkai analizó y criticó la deriva de Estados Unidos y el mundo actual en el ritmo de un imperio que se acaba. Y apeló a la belleza frente a la oscuridad: “Para conectar con la hermosura puedes entrar en el Prado y ver las Pinturas Negras de Goya. Y eso también forma parte del cambio. Hay una parte fea, oscura, brutal, ignorante, de incultura, de la que ya hemos hablado, pero también hay otra parte que forzará a las personas a establecer unos lazos individuales con el mundo según sus propias curiosidades y necesidades. Es lo más optimista que puedo decirle”. Y remató: “Soy el escritor del fracaso”.
El jurado de este año del Nobel de Literatura ha estado formado por seis miembros de la Academia Sueca: lo ha presidido Anders Olsson, de 76 años. Con él, Ellen Matsson, Anne Swärd, Steve Sem-Sandberg, Anna-Karin Palm, y Mats Malm, por lo tanto, un jurado paritario que también ha destacado la influencia de la filosofía oriental: “El nuevo premio Nobel también mira hacia Oriente, adoptando un tono más contemplativo y refinado. El resultado es una serie de obras inspiradas en las profundas impresiones que le dejaron sus viajes a China y Japón”.
El premio a Krasznahorkai llega después del que se concedió el año pasado a la surcoreana Han Kang, una sorpresa de modernidad, juventud y mirada vital hacia la emergencia asiática y la mujer número 18 en obtenerlo. En 2025, el premio ha vuelto al habitual territorio de Occidente, que goza del mayor número de galardones, y a la también habitual figura del hombre blanco europeo.
En los 10 años anteriores, el premio ha sido paritario: Olga Tokarczuk, Svetlana Alexiévich, Annie Ernaux, Louise Glück y la citada Han Kang han sido las mujeres ganadoras. Jon Fosse, Abdulrazak Gurnah, Peter Handke, Kazuo Ishiguro y Bob Dylan han sido los hombres.
Este año se cumplen 80 años del galardón a Gabriela Mistral, la única mujer hispanohablante en ganarlo. El premio lo han recibido 122 autores y solo en cuatro ocasiones ha sido repartido entre dos.
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