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Premio Nobel de Literatura

Krasznahorkai, un escritor transmutado en cine de autor

El húngaro, premio Nobel de Literatura, ha desarrollado una carrera paralela junto a Béla Tarr, escribiendo sus guiones o adaptando su propia obra

Jorge Morla

La obra del escritor húngaro László Krasznahorkai, flamante ganador del Premio Nobel de Literatura 2025, mantiene una relación profundamente estrecha con el cine, en especial con el de su compatriota Béla Tarr, con quien ha desarrollado una de las colaboraciones más singulares de la historia del cine de autor europeo. Ambos creadores han trabajado en varias películas, ya sea adaptando la propia obra del autor o coescribiendo guiones. Su vínculo va más allá de la simple adaptación literaria: se trata de una simbiosis estética y filosófica. Krasznahorkai proporciona la sustancia narrativa (con un tono generalmente apocalíptico) y la densidad moral; y Tarr, por su parte, traduce esa visión a imágenes de una belleza muy particular y un ritmo hipnótico. Ambos comparten una concepción del tiempo, la desesperanza y la condición humana como procesos lentos, circulares, casi inmóviles, a los que el espectador debe enfrentarse.

“Que se hayan conocido sus novelas a través del cine de Tarr —que creo que, junto con Michael Haneke, es el cineasta europeo más importante de este siglo—, demuestra que la relación entre literatura y cine es una carretera en dos direcciones”, señala el historiador del cine Diego Moldes, que además de defensor del cine de Tarr es gran lector de Krasznahorkai.

La primera gran colaboración entre ambos (aunque ya habían colaborado en La condena, de 1988) fue Sátántangó (1994), basada en la novela homónima de Krasznahorkai publicada en 1985. La película, de más de siete horas de duración, es un monumento del cine lento y (para muchos) una de las obras maestras del siglo XX. Mantiene fielmente la estructura circular del libro —doce capítulos que avanzan y retroceden— y conserva el tono de estancamiento rural y corrupción moral que caracteriza la narrativa del autor. Tarr convierte los largos párrafos de Krasznahorkai en planos secuencia de varios minutos, en los que el barro, la lluvia y el silencio sustituyen las palabras. La película no solo es una adaptación, sino una prolongación del universo literario del escritor.

“Muchas veces se comete el error de proyectar esta película en dos o tres partes”, cree Moldes, que desmenuza la obra de director y escritor en su libro El vientre de la ballena. “Pero creo que es como trocear un cuadro. Fue concebida para verla con esa duración, y es parte fundamental de la experiencia”, señala el experto.

La siguiente colaboración entre cineasta y escritor fue Las armonías de Werckmeister (2000), basada en la novela Melancolía de la resistencia (1989). Aquí, el tono es ligeramente más metafísico: un pequeño pueblo húngaro se ve perturbado por la llegada de un circo que trae una enorme ballena disecada y a un personaje llamado El Príncipe, que desata el caos entre los habitantes. Tarr convierte ese argumento en un estudio visual sobre el orden y la entropía, la pureza y la corrupción. Las escenas, en un purísimo blanco y negro, poseen una quietud ritual que amplifica el carácter simbólico del relato. Krasznahorkai participó en el guion, y tanto director como escritor siempre han considerado que la película les pertenece a ambos.

En El hombre de Londres (2007), basada en una novela de Georges Simenon, Krasznahorkai no adapta una obra propia, pero sí escribe el guion junto a Tarr, aportando su tono filosófico característico. De este modo, su influencia trasciende sus textos y se infiltra en el lenguaje cinematográfico de Tarr, que adopta el ritmo y la estructura mental de sus novelas. La trama sigue a Maloin, trabajador ferroviario que recupera un maletín con una importante cantidad de dinero en la escena de un asesinato del que es el único testigo. “Hay algo que comparten escritor y cineasta”, señala Moldes, “que es el enfoque. Su visión de la realidad es muy europea y a la vez universal. Ambos magnifican objetos ―un gato, un baile―, dilatando el tiempo y la imagen, y se centran en algo muy concreto: la decadencia del humanismo”.

El último gran fruto de su colaboración fue El caballo de Turín (2011), inspirada libremente en un pasaje de Nietzsche y en una idea original de Krasznahorkai. El guion, escrito por ambos, representa una especie de cierre: una meditación sobre el agotamiento del mundo y el silencio final del ser humano. En 2011 el escritor húngaro dijo que seguramente fuera su última vez que trabajaban juntos. Quizá, el Nobel reavive la llama de esa colaboración tan profunda como provechosa para el cine de autor europeo.

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Sobre la firma

Jorge Morla
Redactor de EL PAÍS que desde 2014 ha pasado por Babelia, Cultura o Internacional. Es experto en cultura digital y divulgador en radios, charlas y exposiciones. Licenciado en Periodismo por la Complutense y Máster de EL PAÍS. En 2023 publica ‘El siglo de los videojuegos’, y en 2024 recibe el premio Conetic por su labor como divulgador tecnológico.
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