Muere a los 79 años el actor Eusebio Poncela, rostro icónico de ‘Arrebato’ y ‘La ley del deseo’
El intérprete, protagonista de ‘Matador’, ‘Werther’, ‘Martín (Hache)’ y ‘Los gozos y las sombras’, y candidato al Goya por ‘Intacto’, ha fallecido en su casa de El Escorial, víctima de un cáncer


El actor Eusebio Poncela ha muerto este miércoles a los 79 años. Fuentes de su entorno han confirmado a EL PAÍS que sufría de un cáncer desde hace un año y que ha fallecido en su casa de El Escorial. Rostro icónico de una obra maestra y de culto como Arrebato (1979), de Iván Zulueta, su recuerdo estará ligado al cine de Pedro Almodóvar por Matador (1986) y La ley del deseo (1987). Y con todo, participó en más de un centenar de obras de teatro, series de televisión y otras películas como Martín (Hache), Operación Ogro o Intacto.
Poncela nació en el barrio madrileño de Vallecas en 1945. De su padre recordaba que era un buen hombre, “un socialista que luchó en la guerra en el bando perdedor”. Su infancia estuvo marcada por dos constantes: su afán por ser actor y sus habituales expulsiones de colegios (hasta de ocho lo echaron), que con los años él recordaba entre risas.

Donde sí logró entrar, y no le echaron, fue en la Real Escuela Superior de Arte Dramático, donde estudió Interpretación, y a finales de los setenta ya había logrado ser un rostro conocido, gracias a su belleza y fiereza, en el teatro español tras interpretar un Romeo y Julieta con María José Goyanes y, sobre todo, un Marat-Sade con la compañía de Adolfo Marsillach. Su rostro perfilado, casi anglosajón, similar al del actor británico Terence Stamp, su carácter avasallador y su cuerpo fibroso (amante del ejercicio, durante el confinamiento se escapaba por la sierra madrileña hasta que se cayó y se rompió varias costillas) le añadían capas a su talento interpretativo.

Al cine no llegó hasta la rompedora La semana del asesino (1972), de Eloy de la Iglesia, un filme de terror protagonizado por un trabajador de un matadero cárnico (Vicente Parra) que en una discusión mata accidentalmente de una pedrada a un taxista. Poncela daba vida a un vecino de un moderno edificio de apartamentos adyacente a la chabola del protagonista, que descubre sus secretos. “Me parece increíble haber empezado por ahí, ya abriendo brecha y cantando las cuarenta”, contaba Poncela en Icon en 2022. “Eloy era la pera, le guardo mucho cariño, recibió muchos palos. Fue el primero que se enfrentó a la catarata de hostias, porque Iván Zulueta llegó 10 años después y Pedro [Almodóvar] un poco más tarde. La película pudo hacerse porque Vicente Parra, el protagonista, la sacó adelante para poder trabajar. Era un actor carismático y popular, estaba muy dentro del franquismo por su actitud y por sus trabajos, hacía cosas muy edulcoradas. Pero cuando los actores no son auténticos y guardan secretos [Parra era, según algunos compañeros, homosexual], enferman o no hacen bien su oficio. Un actor, para ser bueno, no puede guardar secretos ni llevar falsedades dentro. Entonces este hombre empezó a tener dificultades e hizo La semana del asesino. ¡Con lo que no contaba era con que Eloy iba a ser tan, tan, tan salvaje!“.
Poncela nunca escondió secretos, ni se calló, ni albergó falsedades. “Lo primordial es que nunca me he tomado este oficio como una carrera. Yo no estaba haciendo una carrera, estaba haciendo una vida. El oficio me gustaba porque me servía para investigar. Y en base a eso hacía las películas, quitando cuando estaba colgado, que ahí hacía lo que fuera para comprarme lo que necesitaba. Generalmente, he recibido ofertas de los mejores directores de este país. A todos los he seducido. ¡Todos los interesantes han pasado por estas manos!“, aseguraba en esa entrevista tras recibir el premio de honor del festival LesGaiCineMad.
Entre el final de los setenta y los ochenta encadenó trabajo tras trabajo (la muerte de Franco, contaba, le pilló de subidón de LSD en París). En Arrebato (1979) encarnó a un cineasta que acaba de montar su última película y cuya adicción a la heroína hace que su percepción sea distorsionada, como en un sueño. La voz y la presencia de Poncela seducen al público, y ahí coincidió con Cecilia Roth, con la que volvería, dos décadas después, a compartir otro gran éxito, Martín (Hache), en 1997. En ese cierre de los setenta estaría, por ejemplo, en Operación Ogro, sobre el asesinato a Carrero Blanco, mano derecha de Franco, e iniciada la siguiente década, en la serie Los gozos y las sombras, con la que obtuvo una enorme popularidad en la calle, y en el thriller El arreglo.
Así llegó Almodóvar con, primero, Matador y posteriormente, y sobre todo, La ley del deseo, donde el cineasta que encarna le dice al personaje de Antonio Banderas: “Me emociona tu ternura, pero no te recomiendo que te enamores de mí, soy demasiado egoísta y llevo una vida incompatible”. Una sentencia cercanísima a su figura. Sobre su relación con Almodóvar, apuntaba: “No pasa nada, no tengo ningún problema. Lo que ocurre es que, como soy muy bocazas y no apetece callarme, a veces los medios hacen un estereotipo de mí. Pero ya está, no pasa nada, las relaciones en este oficio se diluyen. De pronto son apasionadas, todo es la hostia, y de pronto dejas de verte. Pasa todo el rato, quitando alguna excepción como Adolfo Aristarain, con quien todavía tengo relación. Que eso ocurra es un milagro. Mi relación con Almodóvar fue fabulosa. Nos cagamos de risa y todo fue maravilloso hasta que se terminó”. Aunque confesaba que no había visto Dolor y gloria, en la que Asier Etxeandia encarnaba a un trasunto suyo: “No me interesa el pasado. Me da pereza, que es la madre de la indiferencia”, aseguraba a EL PAÍS en septiembre de 2019.
Poncela, en esos ochenta, protagonizó Werther, de Pilar Miró, la serie Pepe Carvalho, sobre el personaje creado por Manuel Vázquez Montalbán, o El Dorado, de Carlos Saura. Y en los noventa siguió a la caza de proyectos distintos: Continental, El rey pasmado, El invierno en Lisboa, El beso del sueño, El laberinto griego y, en 1997, Martín (Hache), de Aristarain, con Federico Luppi, Juan Diego Botto y Cecilia Roth, rodada durante el tiempo que vivió en Argentina. “La gente joven”, contaba en 2022, “me recordará por Arrebato. Ha trascendido. Es más minoritaria, menos conocida, pero estoy viendo que tiene un camino más largo. Si vas a Sudamérica, Martín (Hache) es gigantesca allí. Se ponen de rodillas a recordarme lo de: ‘Hay que follarse a las mentes’. Si me pongo a pensar en todas las películas que he hecho que van a seguir viéndose cuando yo no esté, me salen unas cuantas".
El actor nunca dejó de trabajar, aunque recayera en papeles más secundarios, en cine, teatro o televisión. Él solo buscaba retos: “Si no, ¿por qué me dedicaría a esto?”. Encarnó en 2017 en la obra Esto no es la casa de Bernarda Alba a la Bernarda del título en una versión con actores masculinos, dirigida por Carlota Ferrer, lo que potenciaba las palabras femeninas creadas por García Lorca. “He trabajado mucho en esta vida, y eso que soy perezoso. Muchos artistas se han acercado a mí por Arrebato o por La ley del deseo, por rasgos cercanos a mi personalidad, que creo que enseñé demasiado en Martín (Hache)”. Por su presencia, tenía facilidad para villanos retorcidos, como el cardenal Cisneros al que dio vida en las series El Ministerio del Tiempo y Carlos, rey emperador, y en la película La corona partida. Ese físico también le ayudó en el género del fantaterror, como demuestran Tuno negro, Intacto (su única candidatura al Goya) o La herencia Valdemar, que incluso trasladó al teatro en, por ejemplo, El sirviente (2019); y como secundario potente en Remake, Hermanas, Vengo con la lluvia, Sagitario, Los Borgia, Águila roja o Teresa, el cuerpo de Cristo. Este 2025 volvió a las series con Matices.

Poncela jamás vio una película suya, decisión que explicaba así: “Pudor yo tengo poco, me gustaría tener un poquito más. Es que soy un hijo de la gran puta y un obsesivo compulsivo. El edredón tiene que estar colocado de tal manera, esas cosas. Mucha gente se piensa que me comporto como una ama de casa de Logroño, pero no, yo no soy de Logroño, soy obsesivo compulsivo. Así que no me puedo ver, porque me estoy puteando todo el día siguiente”. Y de sus adicciones, contaba que le habían obligado a escapar de Madrid a El Escorial, donde ha fallecido: “Hui del centro. No me daban tregua, la gente cuando se pone pesada con droguería no te deja en paz. Mi casa parecía la de Keith Richards". Y acerca del envejecimiento, decía hace tres años: “Adoro el paso del tiempo. Estamos hablando de una persona que es bastante inteligente. No estoy en contra del tiempo, sería un gilipollas. Estoy a favor, muy a favor. Adoro las edades, quitando la adolescencia, que no sabes qué pasa. Bienvenido sea el paso del tiempo”.
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