Las 50 mejores películas españolas del último medio siglo
Un jurado de 53 periodistas selecciona los largometrajes más relevantes desde la muerte de Franco en 1975
¿Ha cambiado mucho el cine español en este medio siglo? Un vistazo a la lista de las mejores 50 películas —elegidas por 53 periodistas culturales y expertos cinematográficos vinculados con EL PAÍS, que en total han votado 215 películas— da una respuesta contradictoria: sí y no. Desde luego, son novedosas, y muy relevantes, la explosión de un cine de terror que ha transitado más allá del género para narrar historias sociales; la consagración de una generación de directoras —la mayor parte de ellas no habían nacido cuando murió el dictador Francisco Franco— que han encontrado, por fin, el espacio para contar sus historias (y vistas las taquillas, había un público esperándolas) y la ambición artística y de presupuestos de cineastas que entienden España como un lugar de partida. Pero sigue habiendo hueco y respeto por los clásicos. Clásicos como Arrebato; El desencanto; Los santos inocentes; Amanece, que no es poco; La escopeta nacional o El sur que señalan maneras de encarar las grandes cuestiones a los creadores actuales. Y por supuesto, siempre, la sombra de Pedro Almodóvar, el maestro actual, el creador que ha logrado que cada generación tenga un almodóvar favorito.

1. Arrebato
1979. Iván Zulueta
Arrebato es la única película firmada por Iván Zulueta, creador excepcional cuya obra (dispersa entre cortometrajes, dos capítulos de televisión, fotografías y afiches, además de un debut, Un, dos, tres... al escondite inglés, acreditado a José Luis Borau) abarcó toda su vida. Pudo haber sido el director más relevante de España, y quién sabe si de Europa. Su adicción a la heroína no le permitió centrarse en el cine. Tampoco lo necesitó económicamente. Hijo de una familia bien de San Sebastián —su padre dirigió el festival en cuatro ediciones—, capturó en Arrebato la fascinación por el propio hecho fílmico. En los contornos del fantástico, esta irrepetible película no se parece a nada, y aun así todos nos reconocemos en ella. Con un guion al que ningún gurú de la narrativa daría el visto bueno, rodada bajo el sol invernal de Madrid, Arrebato versa sobre el tiempo detenido (la heroína, la fotografía, el cine) y la capacidad —la necesidad— de entregarse a él. Jimina Sabadú

2. La escopeta nacional
1978. Luis García Berlanga
Pocas películas reflejan tan bien la supervivencia de la clase política cuando las cosas se estropean. La escopeta nacional puede leerse como una venganza de Berlanga a toda esa clase social que supo mantenerse en el poder en el tardofranquismo. La acción transcurre durante una de las famosas cacerías que en la dictadura servían para hacer negocios, cambiar leyes y hasta señalar a los enemigos. Aparecen ministros, señoritos, nobles y los arribistas, esos don nadies que sabían cómo ascender en el gobierno del régimen. Nadie como Berlanga para retratar lo absurdo de esa situación, con su mirada sagaz, su humor negro, algo pesimista, y sus frases que han pasado a la historia. Como cuando el empresario catalán vendedor de porteros automáticos, interpretado por José Sazatornil, dice eso de “yo soy apolítico, de derechas de toda la vida”. Frase que todavía habla de una tipología de español que pervive en nuestros días. Pepa Blanes

3. El sur
1983. Víctor Erice
Aunque es imposible desligar El sur de su naturaleza de película inacabada e incompleta, en ella anidan algunas de las imágenes más imperecederas del cine español. Adaptación del cuento homónimo de Adelaida García Morales, El sur es la elegía de una hija, Estrella, ante el enigma de su padre, Agustín. Ella es la memoria de un hombre marcado por el silencio, el de los vencidos de la guerra, el de los aventureros lejos del sur. La prodigiosa primera secuencia de la película es el anuncio de la tragedia y de la transmisión padre-hija a través de un objeto mágico, un péndulo de zahorí. Pero quizá el momento más inolvidable, improvisado por Víctor Erice durante el rodaje, es la emocionante secuencia del baile de la primera comunión, con Omero Antonutti y Sonsoles Aranguren (después Icíar Bollaín de adolescente) unidos para siempre por el alegre compás del pasodoble En er mundo.. Elsa Fernández-Santos

4. Los santos inocentes
1984. Mario Camus
Cuentan que en su estreno, cuando Azarías ajusticiaba al señorito Iván, en los cines se aplaudía. El éxito de la adaptación de la novela de Miguel Delibes era esperable, no tanto que se convirtiese casi en un fenómeno social. Tal vez porque para muchos fue fácil reconocer a sus padres en aquellos vasallos que aceptaban resignados los desmanes de los caciques, con la esperanza de darles a sus hijos un futuro que ellos ni siquiera se permitieron soñar. Frente a la modernidad a veces impostada de los ochenta, la película de Mario Camus les recordaba a aquella España que se quitaba el polvo de la dehesa de dónde veníamos y a dónde podríamos volver. Alfredo Landa y Paco Rabal se llevaron el premio de interpretación en Cannes; podrían haberlo compartido también Terele Pávez, Juan Diego y hasta la milana bonita. Pocas veces un reparto ha estado tan tocado por la gracia. Eva Güimil

5. Mujeres al borde de un ataque de nervios
1988. Pedro Almodóvar
El cielo imposible de Madrid, tal vez fruto de una sobredosis de orfidales disueltos en el gazpacho. La maqueta del edificio que pronto descubrimos que no es un truco barato de atrezo. Desde el primer plano, todo parece decorado —o “estudiado simulacro”—, pero todo es de verdad. En su película más popular (en ambos sentidos de la palabra), Almodóvar convierte el artificio en poética y sus carencias en estilo. Mezcla géneros que no deberían tocarse —comedia, melodrama, policiaco— con un desparpajo radical, deformando el huis clos del teatro de bulevar y con La voz humana de Cocteau como modelo latente de un cine que gravitó en torno al desamor antes de centrarse en la muerte. Los chiitas, el mambotaxi, los looks polvorientos de Julieta Serrano, las cafeteras-pendientes, la abogada feminista, la portera devota de Jehová: cada detalle se vuelve icono. Carmen Maura borda el papel de su vida, con María Barranco como gloriosa robaescenas. Mucho antes del MeToo, Almodóvar defendió un feminismo sin revancha, una sororidad incipiente, la posibilidad de una maternidad solitaria. Puede que no sea su mejor película, pero sí es la más irrepetible. Álex Vicente

6. Amanece, que no es poco
1989. José Luis Cuerda
Una votación para elegir a la puta del pueblo, hombres que crecen en los bancales, misas con aplausos y vítores, fogonazos en el culo, un guardia civil pegando tiros al sol, colas en el bar para tomar copitas de anís, reflexiones ante una calabaza, el padre y el hijo que llegan en moto con sidecar a un insólito pueblo manchego. Tantas son las maravillas que se suceden a lo largo del metraje de Amanece, que no es poco, que cada secuencia y cada diálogo se convierte en un prodigio de humor y sabiduría del absurdo. Dirigido por José Luis Cuerda en 1988, el filme, con frases antológicas y demoledoras, se ha convertido en un título necesario y de culto de la historia del cine español. El elenco interpretativo, con José Sazatornil, Manuel Alexandre, Luis Ciges, Chus Lampreave, Aurora Bautista, Antonio Resines y tantos otros, es un verdadero sueño. Rocío García

7. El desencanto
1976. Jaime Chávarri
Meses después de la muerte de Franco se estrenó este documental producido por el imprescindible Elías Querejeta y cuyo título terminaría calificando una Transición que algunos querían rupturista y no lo que fue: reformista. La película de Jaime Chávarri tiene, sin embargo, más de sociología que de política. A través de entrevistas con la viuda (Felicidad Blanc) y los tres hijos de Leopoldo Panero —uno de los mejores poetas del Régimen— asistimos a la demolición total de una familia que era pura fachada, ejemplo oficioso de una institución sacralizada por el nacionalcatolicismo. Sin ahorrar reproches, Juan Luis, Leopoldo María y Michi despliegan toda su inteligencia ―que era mucha― ante una madre incomprendida y contra un padre ya incomprensible. El documental consagró al novísimo Leopoldo María como el loco oficial de la literatura española. En 1995 Ricardo Franco estrenó lo que parecía una secuela imposible: Después de tantos años. Javier Rodríguez Marcos

8. Alcarràs
2022. Carla Simón
Cirujana de los sentimientos, a los que disecciona cámara en mano, y respetuosa retratista de lo humano, tan rigurosa como cariñosa con sus personajes y sus historias, a Carla Simón nada le sale mal en su crecimiento cinematográfico. Con Alcarràs logró el Oso de Oro de Berlín, y se convirtió en la primera directora española en ganar un festival de clase A. Un resultado merecido con este ambicioso paseo por el fin de una época, la de los agricultores de frutales —como la familia materna de Simón en Lleida—, decadencia que hunde al clan protagonista, a la vez que atisbamos los juegos y las preocupaciones de los niños y de los adolescentes que les rodean. Porque ellos encaran la vida en una casa familiar sitiada por el siglo XXI. Rodada con actores no profesionales, sutil (con esas discusiones filmadas desde ventanas y puertas, o con esos juegos infantiles tan sinceros) y mágica, Alcarràs, sin proponérselo, acaba siendo una obra maestra contundente, limpia y valiente. Gregorio Belinchón

9. Cría cuervos
1976. Carlos Saura
Película bisagra que se escribe y se rueda con Franco vivo, pero que se estrena con Franco muerto, Cría cuervos se convirtió, desde dentro de la propia historia y desde lo que estaba ocurriendo en el exterior, en una fascinante metáfora de la opresión, representada por las niñas protagonistas, casi siempre recluidas en casa a pesar de estar de vacaciones, y que sólo al final, como la propia España con el óbito del dictador, se preparan para una nueva etapa en sus vidas. Con independencia de su simbolismo, la película de Saura se configura como una extraordinaria experiencia sensorial de colores, sonidos, ritmos y músicas (ese inmortal Porque te vas, de Perales y Jeanette, redondeando los ojazos de Ana Torrent); como una misteriosa, enigmática y vanguardista obra de arte acerca de la obsesión por la muerte, de enorme influencia en sucesivas generaciones de cineastas españoles. Premio Especial del Jurado en Cannes, y 1,3 millones de espectadores. Javier Ocaña

10. Función de noche
1981. Josefina Molina
El paso del tiempo ha beneficiado a este descarnado documental en el que Lola Herrera se convirtió, sin saberlo, en la médium de toda una generación de españolas condenadas al silencio o la ignorancia, y no solo sobre su vida sexual y sentimental. Herrera hablaba por ella, pero en su valiente desnudez —“Soy una mujer que nunca ha tenido un orgasmo”, dice la frase más célebre de la película— revelaba la realidad de las mujeres cuya educación (y desarrollo) quedó en manos de la ideología franquista. El cruce de verdades ante el que fue su marido, el actor Daniel Dicenta —que también hace un ejercicio de exorcismo ante su propia estafa como hombre: “A nuestra generación nos han hecho mierda”, decía Dicenta— fue el material con el que Molina logró una película inclasificable que responde desde el amargo dolor de una pareja rota a las aberraciones del matrimonio bajo el retraso de la dictadura. Elsa Fernández-Santos

11. Todo sobre mi madre
1999. Pedro Almodóvar
Las mujeres trans son mujeres y, de vez en cuando, padres inopinados. Estrenada en 1999, en la bisagra del siglo y el milenio, Todo sobre mi madre, piedra angular de la filmografía colorida e intimista de Pedro Almodóvar, anticipó algunos de los temas urgentes del presente y despidió otros del pasado: el feminismo y la identidad de género de este lado; la epidemia de la heroína y el sida del otro. Con una cascada de premios, desde el Oscar a la mejor película extranjera al Goya, este drama de diálogos de alta intensidad emocional e imágenes cargadas de simbolismos explora con una mirada desprejuiciada las formas cambiantes de la maternidad. Llena de interpretaciones notables, sobresale la de Antonia San Juan en el papel de Agrado, dignísima y entrañable prostituta trans cuya finalidad consumada en la vida era, como prometía su nombre, la de dejarnos a todos satisfechos. Silvia Hernando

12. El viaje a ninguna parte
1986. Fernando Fernán Gómez
¡Me cago en el padre de los hermanos Lumière! Con esta frase se coronaba en El viaje a ninguna parte una de las secuencias cómicas más memorables del cine español, en la que don Arturo (Fernando Fernán Gómez) fracasaba estrepitosamente en su primer, y único, papel cinematográfico. Era un momento delirante en una narrativa amarga y sentimental sobre un grupo de cómicos (mitad vagabundos, mitad artistas) que recorren durante los años cincuenta una España sedienta de cultura y hambrienta de pan hasta lograr la oportunidad de cambiar su destino. Aunque ese golpe de suerte sea otra ficción dentro de la ficción. Mejor película en los primeros Premios Goya, en El viaje a ninguna parte Fernando Fernán Gómez se rodeó de un plantel de actores que atravesaba varias generaciones (de María Luisa Ponte a Gabino Diego) para retratar en un país que seguía contándose mentiras para sobrellevar un pasado reciente lleno de penuria y derrota. Conchi Cascajosa

13. As bestas
2022. Rodrigo Sorogoyen
Los milagros se obran o no se obran, y en el caso de As bestas vaya si se obró. La proverbial capacidad de Rodrigo Sorogoyen para hacer fluir en forma de películas o series las historias más bestias (véase El reino, véase Antidisturbios…) cobra aquí una dimensión cercana a lo improbable. Uno no sabe con qué quedarse —se queda con todo, vaya— en este thriller rural que se llevó nueve premios Goya (los principales, sí, ha acertado, querido lector) en 2022. El guion de Sorogoyen e Isabel Peña, puro in crescendo, es sórdido, angustioso y anfetamínico. También la forma de rodar, con la cámara persiguiendo a los actores y persiguiendo al espectador. Las interpretaciones de todos, de los agredidos y de los agresores, pero muy especialmente la de Denis Ménochet (sí, aquel granjero francés del arranque de Malditos bastardos) son grandiosas a la par que antigrandilocuentes. Muy bestia, As bestas. Borja Hermoso

14. ¿Quién puede matar a un niño?
1976. Narciso Ibáñez Serrador
Una obra escalofriante. Los niños, tradicionalmente símbolo de inocencia, aquí son la representación de la violencia más terrorífica, la que ocurre sin razón aparente. Esta inversión de lo esperado perturba y a la vez engancha: el miedo no es provocado por lo monstruoso, sino por lo puro. Además y sorprendentemente, el horror no se oculta entre sombras. Ibáñez Serrador elige la luz del sol como cómplice de la angustia: el pueblo bañado en claridad, las calles desiertas y la calma aparente son más inquietantes que cualquier noche oscura. Los protagonistas están atrapados en una pesadilla a plena vista, donde el brillo del día no ofrece refugio, sino una exposición brutal. Imposible al acabar no preguntarse aquel clásico de: “¿Está la maldad en nuestra naturaleza?”. Tommaso Koch

15. El crimen de Cuenca
1979. Pilar Miró
Un error judicial, el caso Grimaldos, sirve a Pilar Miró para mostrar que el caciquismo, el clericalismo y la violencia policial seguía presente en España a pesar de que el país se hallara en plena transición. El crimen de Cuenca es muchas cosas, un thriller sobre un suceso acaecido a principios de sigo en varios pueblos conquenses, pero también es un documento de nuestra historia, que refleja el grave trauma que los españoles hemos mantenido con nuestro pasado reciente, no solo por lo que cuenta, sino por lo que el vía crucis que la propia película pasó. El filme fue censurado en 1980 y Miró, procesada por la Justicia Militar. Todo esto no hizo más que despertar la curiosidad de una España que no temía a mirar al pasado, pues la película fue la más taquillera de 1981 a pesar de las amenazas violentas de la extrema derecha. Pepa Blanes

16. Estiu 1993
2017. Carla Simón
La verdad autobiográfica y el rigor en la elección de un punto de vista explican la excepcionalidad de la ópera prima de Carla Simón, que narra sin estridencias, sentimentalismos, ni impostada ternura el primer verano de orfandad de una niña de seis años que acaba de perder a sus padres bajo el estigma del sida. La sutileza en las maneras expresivas recorre todo el conjunto, en el que brillan momentos como esa secuencia en la que dos niñas juegan y, sin subrayados, se manifiesta, a través de los gestos y las palabras de la pequeña Frida, esa vida pasada al lado de una madre a la que le dolían los huesos y que nunca encajó en lo que la familia esperaba de ella, pero que dejó un vacío que nada parece ser capaz de llenar. No hay receta, método, ni fórmula magistral que enseñe a hacer una película tan diáfana. Jordi Costa

17. ¿Qué he hecho yo para merecer esto?
1984. Pedro Almodóvar
Veinte años después de que Betty Friedan descubriera “el problema que no tiene nombre” que llevaba a la depresión a las amas de casa, Pedro Almodóvar rodó su particular Mística de la feminidad en versión neorrealista española. Por supuesto que ninguna mujer tendría un orgasmo fregando el suelo de la cocina, especialmente si vivía entre descampados del extrarradio de Madrid en los ochenta, limpiaba casas por cuatro duros y se entregaba a la piedad química de las anfetaminas para aguantar en los 40 metros de su piso a un marido inepto y machista, un hijo chapero, otro camello y una suegra neurótica. Con una Carmen Maura magistral en el papel de Gloria y unos secundarios tan estrambóticos como maravillosos, la cuarta película del manchego contiene frases que son ya historia de España, como ese “Paso total de vosotras, me aburrís”, de una impagable, y eterna, Chus Lampreave. Noelia Ramírez

18. Tesis
1996. Alejandro Amenábar
“Me llamo Ángela. Me van a matar”. Ángela sabía que no debía seguir investigando las películas snuff, que muestran tortura y violencia extrema real, que encuentra en el archivo universitario y entre las que está la grabación del asesinato de una exalumna de su facultad. Y, aun así, siguió investigando y acercándose cada vez más al asesino. La mirada aterrorizada de la actriz Ana Torrent se convirtió al instante en uno de los iconos del cine español de los noventa en este filme en el que comparte pantalla con los debutantes Fele Martínez y Eduardo Noriega. El escenario de este thriller de suspense, que insinúa más que enseña, son los grises pasillos de la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid en los que estudiaba un Alejandro Amenábar que solo tenía 23 años cuando dirigió y escribió —junto a Mateo Gil— su primera película. El thriller, tan turbio en su argumento como brillante en su realización, ganó siete premios Goya, incluido mejor película. Natalia Marcos

19. El año del descubrimiento
2020. Luis López Carrasco
El año del descubrimiento reinterpreta los fastos de 1992 desde la protesta de las clases trabajadoras en Cartagena. Los efectos de la reconversión industrial habían sido devastadores. Un documental polifónico nos ayuda a entender el desencanto político, la desarticulación de luchas colectivas, la persistencia contestataria de los imprescindibles y la impregnación de la clase obrera con valores de un neoliberalismo que identifica a pobres con tontos mientras dibuja al capitalista como merecedor de su fortuna. Se normaliza la explotación. Sentimentalmente. El director trabaja atendiendo a los significados de las rendijas que separan o confunden realidad y representaciones: a veces, el realismo fosiliza la violencia imponiendo una versión irreparable y familiar de lo real; sin embargo, la conciencia del artefacto de López Carrasco y la empatía con que enfoca a sus protagonistas cuajan en un excelentísimo cine político tanto por el tema, como por el tratamiento del lenguaje cinematográfico y del género documental. Marta Sanz

20. Furtivos
1975. José Luis Borau
La asociación entre José Luis Borau y Manuel Gutiérrez Aragón, maestro y alumno en la escuela de cine de Madrid, dio lugar a varios proyectos. Dos de ellos acabados, como Furtivos y Camada negra, en los que se intercambiaron los créditos de guionista y director, pero compartieron una autoría común. Ambas películas resultan, según el crítico Carlos F. Heredero —biógrafo de Borau con su estudio La voz oculta de un cineasta—, dos películas imprescindibles para entender lo que llama el cine metafórico de la transición española. En Furtivos, los arquetipos del poder y la dominación a expensas del destino trágico que marca una naturaleza imposible de domeñar, convergen en una película magistral. En ella brilla la presencia de una Lola Gaos que simboliza con su personaje todo un rosario diabólico de deseos reprimidos y rencores cocinados al fuego lento de su caldereta. La lucha por la conquista del territorio anímico pugna entre aquellos seres humanos con instintos perpetuamente animales. Son criaturas encerradas en la celda cósmica de un país que no veía entonces la posibilidad de ser liberado pero que de no salir del laberinto hubiese estallado devorándose a sí mismo. Jesús Ruiz Mantilla

21. Belle Époque
1992. Fernando Trueba
Belle Époque, de Fernando Trueba, es mucho más que una comedia romántica: es una celebración luminosa de una España que pudo ser y no fue. Ambientada en los años treinta, retrata un instante de libertad, belleza y tolerancia justo antes del estallido de la Guerra Civil. En los años noventa, cuando la película se estrena, España aún estaba redefiniéndose tras la Transición. Es posible que la historia que cuenta Trueba actuara como espejo y pregunta: ¿Y si aquella España abierta y vital hubiera prosperado? Su mirada nostálgica no es del todo hacia atrás, sino hacia un futuro truncado, una especie de memoria deseante. Trueba no reconstruye solo un tiempo perdido, sino un país posible. En ese gesto, la película se convierte en un canto utópico y melancólico, tan político como profundamente humano. Máriam Martínez-Bascuñán

22. Los lunes al sol
2002. Fernando León de Aranoa
Cada lunes al sol, haga frío o calor, vertebra la vida de los pobres diablos que habitan eso, Los lunes al sol. Y el espectador vive con ellos, piel con piel, el drama cotidiano del “No hay curro”, como si se pusiera morado a orujos, como ellos, en ese bar que parece un bar, no un bar de película. Hay como una atmósfera de ebriedad amable en esta pequeña obra maestra del cine español sobre la reconversión naval parida por el director Fernando León de Aranoa… y por el llorado productor-autor llamado Elías Querejeta. Santa, José, Lino, Rico, Reina, Amador… otros tantos perdedores en lo material y ganadores en lo moral: Javier Bardem, Luis Tosar, José Ángel Egido, Nieve de Medina, Joaquín Climent, Enrique Villén… un reparto inolvidable para una película inolvidable que arrasó en los Goya de 2003 (Mejor película, Mejor director, Mejor actor —Bardem―, Mejor actor de reparto —Tosar—, Mejor guion…) y en el festival de San Sebastián del mismo año. Una película que en cada visionado parece nueva. Borja Hermoso

23. Te doy mis ojos
2003. Icíar Bollaín
La cámara de Icíar Bollaín entra en el interior de una casa cualquiera de España, en este caso Toledo, para mostrar el más sobrecogedor y duro retrato de la violencia machista, de los miedos, impotencias y la lucha por salir del infierno. Han pasado casi 25 años y Te doy mis ojos sigue siendo un documento imprescindible y necesario para acercarse al horror del maltrato y humillaciones a las mujeres. El guion, coescrito por la propia Bollaín y Alicia Luna, pone su mirada en la destrucción de la mujer que inicia el proceso de superar la situación, sin olvidar al maltratador que busca en la terapia una salida a su propio drama. Dos imponentes actores, Luis Tosar y Laia Marull dan vida a esta historia trágicamente actual. La película fue la gran triunfadora en la gala de los Goya de 2004, consiguiendo siete galardones, mejor película, dirección, guion, actor y actriz protagonistas, actriz de reparto (Candela Peña) y sonido. Rocío García

24. La isla mínima
2014. Alberto Rodríguez
El director sevillano Alberto Rodríguez consiguió invocar con acierto una época, los años posteriores a la Transición, en clave de thriller cuya complejidad ética y estética cautivó a crítica, espectadores y académicos, y sirvió como modelo a un nuevo cine comercial español sin los complejos de antaño. La isla mínima disecciona el cuerpo social de nuestro pasado reciente con maneras implacables y desde los códigos de género, puestos en escena con una precisión poco frecuente en nuestro cine, inspirada visualmente por la fotografía de Atín Aya y los documentales de los hermanos Bartolomé. A través de la investigación que llevan a cabo dos policías, Rodríguez confronta los modos sociopolíticos del franquismo con los del régimen del 78, y de ello deduce sutilmente una crítica a los logros reales del segundo, sumidos en una grave crisis de legitimidad cuando se produjo la película. Elisa McCausland

25. La ley del deseo
1987. Pedro Almodóvar
El sexto largometraje de Pedro Almodóvar es una estupenda síntesis de su mundo: melodrama sin complejos estéticos y comedia sin límites morales, religión y kitsch, homoerotismo y transexualidad, hijas y madres, metacine y casi teatro, Jacques Brel y Los Panchos, cocaína y pop frívolo. De La mala educación a La voz humana pasando por Tacones lejanos o Dolor y gloria, varias de sus películas posteriores están apuntadas en todo lo que rodea el triángulo amoroso (y doloroso, es decir, escaleno) formado por Eusebio Poncela, Antonio Banderas y Miqui Molina. Junto a ellos, una soberbia Carmen Maura en el papel de madre trans (de Manuela Velasco) abandonada por su pareja (Bibiana Fernández) en un Madrid abrasado por el calor del verano. Los cameos de Pedro y Agustín Almodóvar, Rossy de Palma, Fabio McNamara o Victoria Abril completan ese fractal almodovariano en el que no faltan la música de Bernardo Bonezzi ni el icónico cartel de Ceesepe. Los ochenta eran ellos. Javier Rodríguez Marcos
![Cartel de la película '[·REC]', de Jaume Balagueró y Paco Plaza.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/DR4CBQVEOFAI3AVBLZSB6EWHSE.jpg?auth=f15a943be233fa78df609d72faf159d9dcdfbc28a0266dd081a89c43e7913fce&width=414)
26. [·REC]
2007. Jaume Balagueró y Paco Plaza
Quien vio [·Rec] en el cine, lo recuerda. Las salas se llenaron en 2007 de gente tapada bajo su abrigo que se resistía a ver (pero que también quería ver) esta película que mezclaba el puro realismo cañí con un reportaje televisivo zombi grabado con cámara al hombro. Jaume Balagueró y Paco Plaza habían dirigido juntos el documental OT: la película, así que fue un hito inesperado que, de repente, regalaran un clásico del terror adrenalínico y rompedor. Su mal rollo hizo nacer toda una franquicia (acabaron siendo cuatro películas) e incluso un poco imaginativo remake estadounidense que por desgracia no contaba con los ojos, el micro y la naturalidad de Manuela Velasco ni las formas corporales de Javier Botet. Eneko Ruiz Jiménez

27. El laberinto del fauno
2006. Guillermo del Toro
Decir que el cine español son todo películas de la Guerra Civil es una de las grandes falacias con la se ha luchado históricamente. No solo porque el tópico no sea verdad, sino porque además al conflicto bélico que marcó el trauma español del siglo XX todavía le quedan muchas historias y perspectivas por narrar. Así lo demostró un mexicano como Guillermo del Toro. Primero, en El espinazo del diablo, y, después, con la magna El laberinto del fauno, un triste cuento de hadas sobre las ensoñaciones de la infancia lleno de realismo mágico, maquis y de los monstruos que copan su muy personal cine. Fue imposible que la candidez de Ivana Baquero y un elenco con Sergio López y Maribel Verdú en su mejor momento no encandilara incluso a los Oscar, donde logró tres estatuillas. La única espinita que se quedó clavada es que el director no cerrara su trilogía guerracivilista con la abandonada 3993. Eneko Ruiz Jiménez

28. Mi vida sin mí
2003. Isabel Coixet
No era un reto fácil, la temática del cáncer siempre resulta problemática de reflejar. Pero en el cómo es dónde se ve a los grandes creadores y cuando Isabel Coixet decidió abordarlo de la manera en que lo hizo, lo elevó a categoría de poema visual. Eso es lo que le salió a la cineasta catalana en Mi vida sin mí, un prodigio de bellezas, infortunios y rebeliones calladas que se cruzan en torno a la muerte. Seguir viva en otros, marcar los rumbos en ausencia en torno a la bondad y la generosidad de una presencia es lo que cuenta esta película rodada en Canadá y protagonizada con ángel y verdad por Sarah Polley. Fue otro de los aciertos de Coixet, la elección de esta actriz y un reparto en el que destacan, tanto en su elegante decadencia Debbie Harry como en su prometedora proyección de futuro Mark Ruffalo. La delicadeza, el tono ausente de sensiblería, pero contundente en la emoción, ese poder a la hora de fundir el neón crepuscular de sus imágenes con la música siempre adecuada que marca un estilo propio, consolidaron a Coixet como una de las grandes cineastas del siglo XXI. Jesús Ruiz Mantilla

29. Los amantes del Círculo Polar
1998. Julio Medem
Los amantes del Círculo Polar es la culpable de que toda una generación buscase señales en cada coincidencia, en cada palíndromo. La gélida fotografía de Gonzalo F. Berridi, la exquisita banda sonora de Alberto Iglesias y la estructura circular convirtieron la película en una obra de culto casi de forma instantánea. La voz en off, que atraviesa todo el relato, generó fanáticos y detractores a partes iguales. Julio Medem (sí, Medem: otro palíndromo) escribió el guion en pleno divorcio, y se nota. Otto y Ana, Ana y Otto son el eco de una época y una edad para trágicos y enamoradizos. Jimena Marcos

30. Hola, ¿estás sola?
1995. Icíar Bollaín
Icíar Bollaín, que ya habría pasado a la historia del cine español solo por su papel en El Sur, debutó a los 28 años con esta película sobre la amistad entre dos jóvenes de veinte, unidas por un pasado de soledades y orfandad y un porvenir, tal vez en común, que enfrentan desde dos lugares opuestos: el pragmatismo de Candela Peña y la ensoñación de Silke. Bollaín logró algo poco común: dar con una voz propia a la primera. En el cine de los noventa, que nos tenía acostumbrados a su retrato de una juventud hedonista, los dos personajes de Hola ¿estás sola? se dan de golpes contra la vida en su búsqueda de un futuro mejor que no acaba de llegar. Iker Seisdedos

31. El día de la bestia
1995. Álex de la Iglesia
En 1995, la película más taquillera del cine español fue Two Much. De acuerdo. Es un modelo perfecto de cine mainstream. Pero ese mismo año, El día de la bestia zarandeó el muy a menudo adormilado panorama del cine español. Pocos estaban preparados para un revolcón de tal calibre. Un cura, un heavy y un vidente televisivo han de atrapar al Anticristo, que va a nacer en Madrid el día de Nochebuena. Tan lisérgica sinopsis debería haber asustado a cualquier productor, pero ahí estaban Iberoamericana, Sogetel y Canal+ España para avalar el disparate. Un disparate que se concretó en una detonación fílmica. Con tanta desfachatez como pericia, con tanta potencia como meticulosidad, Álex de la Iglesia unió subversión temática e imaginación visual para repartir contundentes bofetadas a la idiocia televisiva, al fascismo, a la mentalidad biempensante y, también, a los cinéfilos acomodados. Y hoy cabe pensar que treinta años después, pocos se atreverían a escribir un guion en el que el Anticristo fuera a nacer al amparo de las madrileñísimas torres KIO. Así, hace 30 años, El día de la bestia mostró que otros cines españoles son posibles. Lo único que hay que hacer es atreverse a filmarlos. Miguel Ángel Palomo

32. Hable con ella
2002. Pedro Almodóvar
“Nada es sencillo. Soy maestra de ballet y nada es sencillo”, dice el personaje interpretado por Geraldine Chaplin al final de este melodrama oscuro que consolidó, tras Todo sobre mi madre, la gran etapa de madurez en el cine de Almodóvar. La frase resume el espíritu de una película en cuyo centro palpita una perturbadora paradoja —un acto atroz ejecutado por un alma pura―, en cuyos márgenes se apuntan muchas otras historias posibles, como la de la improbable amistad surgida entre dos hombres que velan los cuerpos yacentes de sus amadas o la de la inesperada transformación de una energía amorosa que la película abandona en el umbral mismo de su próxima iteración. Todo es complejo e irreductible a una sola idea en este laberíntico relato de mujeres fantaseadas por hombres solitarios que apunta a la médula misma del género melodramático: el eterno pulso entre el deseo y la ley. Jordi Costa

33. Jamón, jamón
1992. Bigas Luna
Si Freud hubiese sentado al macho cabrío español en un diván, tras hurgar en ese subconsciente habría descrito algo parecido a Jamón, jamón. No era Sófocles sino un transgresor que veía lo atávico en lo cutre. No pudo ser más preciso Ángel Fernández-Santos en su descripción tras asistir a su polémico estreno en Venecia: “Astuta sesión de gastronomía sexual orquestada por este cineasta ibérico de pura cepa, que es el catalán Bigas Luna”. La primera película de Penélope Cruz y una de las iniciales de la trayectoria de Javier Bardem es una versión cañí de una tragedia edípica grabada en el far west de Los Monegros. No es solo el primer plano de los calzoncillos lo que lo sexualiza todo. La conexión con lo reprimido llegaba al paroxismo con una secuencia que podría haber grabado un Buñuel pop: el arranque desesperado del testículo del toro de Osborne como aceptación histérica de una tibia masculinidad derrotada. Jordi Amat

34. De nens
2003. Joaquim Jordà
La ansiedad de impugnar el sistema puede tener algo de paranoia, pero la cinematografía de Joaquim Jordà evidencia la necesidad de atreverse a contemplar sospechosamente la realidad para imaginar cuál es el lado opaco del orden establecido. Seguramente el mejor recurso para conseguirlo es la transgresión del lenguaje fílmico rectilíneo y tradicional. Las tres horas de De nens, que enlazaba con Raval de Arcadi Espada, es un caso incómodo y revelador de este documentalismo político. Mezclando discursos de todo tipo, la percepción del espectador queda alterada y así el director desvela lo invisibilizado. A partir de la grabación del juicio sobre un presunto caso de pederastia en el degradado barrio, pero también con entrevistas a vecinos e incrustando escenas de teatro experimental, Jordà construyó una interpretación crítica del proceso de transformación urbana que conectó con el surgimiento de la crítica antisistémica al modelo de éxito de la Barcelona postolímpica. Jordi Amat

35. El crack
1981. José Luis Garci
Desde su mítica primera secuencia en ese bar de barrio esta película deja una firma indeleble en la historia del cine español. Alfredo Landa construye con una mirada, y qué mirada, a Germán Areta, un detective sin tiempo ni lugar en la España de la época, sacado del imaginario estadounidense, del noir por el que Garci siente devoción. Una película dedicada a Dashiell Hammett que muestra un Madrid de postal oscura, billares, gimnasios y antros y rinde tributo a lo mejor del género. Impresiona Miguel Rellán como El moro, fiel escudero de Areta, y María Casanova en el papel del amor del detective, tan alejada en su caso de la femme fatale clásica. Hay melodrama, clichés, y homenajes obvios pero el conjunto es una película excelente, única en el cine español más allá de sus dos continuaciones. Quienes lo califican de película de bolsilibro y de cine acartonado no han entendido nada. Juan Carlos Galindo

36. Mar adentro
2004. Alejandro Amenábar
Sería injusto decir que Ramón Sampedro colocó la primera piedra para lograr la ley de la eutanasia en España. Su caso puso muchas más en ese camino, y Alejandro Amenábar contribuyó a ello. El cineasta arriesgó, salió del terreno en el que se había movido en sus filmes anteriores —Tesis (1996), Abre los ojos (1997) y Los otros (2001)—, se metió en Mar adentro, donde el final no suponía ninguna sorpresa, y ganó. La película consiguió 14 premio Goyas, aún no la ha superado otra. Llegó a Hollywood y se llevó el Oscar a mejor película internacional. Además, estuvo nominada a mejor maquillaje, un reconocimiento a la estupenda caracterización de los actores, y, cómo no, de un formidable Javier Bardem, que se fusiona en la gran pantalla con ese gallego que tantas veces había aparecido en la pequeña pidiendo una muerte digna. Hoy, quizá, cuando la ley de la eutanasia lleva en vigor cuatro años, el foco se pondría sobre la cuidadora, la cuñada del protagonista, una Mabel Rivera que, apretando los labios, llena la película de elocuentes silencios. Rut de las Heras Bretín

37. La soledad
2007. Jaime Rosales
Hay una secuencia en La soledad imposible de olvidar. Muestra el tránsito de un personaje de la vida a la muerte con tanta verdad que se te agarra al estómago. Desde lejos, con la cámara situada a la entrada de la habitación donde sucede, evitando el morbo, como si intentara desentrañar sin perturbarlo el instante más aterrador de la existencia. Así es toda la película. Un fresco que desmenuza la cotidianidad de manera tan minuciosa que la eleva hasta la dimensión de la tragedia: esa corriente que parece siempre igual a sí misma, el día a día, lleno de acontecimientos aparentemente ligeros, pero que observados con la lupa de Jaime Rosales se revelan llenos de contenido y emoción. El director recurre en muchos momentos a la pantalla partida para simultanear diferentes perspectivas de una misma escena, una técnica que, lejos de resultar aquí fría o artificiosa, potencia la veracidad. La guinda la ponen las dos actrices protagonistas: Petra Martínez y Sonia Almarcha. Raquel Vidales

38. La Maternal
2022. Pilar Palomero
Sutiles, compasivas, dolorosas, emocionantes. Todas las películas de Pilar Palomero podrían definirse con estas palabras. Desde su laureada ópera prima, Las niñas (2020), hasta la reciente Los destellos. Entre medias estrenó La Maternal, protagonizada por una adolescente de 14 años que ingresa en un centro para madres menores de edad tras quedarse embarazada. Palomero abre así una ventana a un mundo generalmente oculto (todavía persiste el tabú de la niña-madre soltera) habitado por personajes cargados de pasado a pesar de sus cortas edades. La veracidad con que los interpretan actrices no profesionales, madres adolescentes reales, es realmente admirable. Como también lo es el debut de Carla Quílez, capaz de concentrar en una mirada el terror y a la vez el amor que divide por dentro a la protagonista. Y es difícil no llorar cuando Ángela Cervantes, en el papel de su madre, también soltera, baila con ella una canción de Estopa en una fiesta. Raquel Vidales

39. Amantes
1991. Vicente Aranda
Un crimen real ocurrido en los primeros años de la posguerra inspiró a Vicente Aranda para atrapar, a golpe de primer plano, a tres grandes actores en un asfixiante triángulo sexoafectivo. Dos jovencísimos Jorge Sanz y Maribel Verdú ofrecen una de las mejores actuaciones de sus carreras ante la siempre magnética Victoria Abril. Son un recién licenciado de la mili, la humilde asistenta con la que se ha prometido y una viuda, superviviente de profesión, que prácticamente les dobla la edad. En Amantes, apenas hay hueco para personajes secundarios. La película explota a conciencia las constantes del cineasta; su cruda mirada a esa simbiosis fatal que conforman el deseo y el daño contrasta con una depurada armonía estética. Entre el Ejército, la picaresca y la Iglesia brotan los instintos más profundos en la España más baja. Héctor Llanos Martínez

40. Barrio
1998. Fernando León de Aranoa
El segundo largo de Fernando León de Aranoa es la historia de tres chavales cualquiera en la conurbación sur de alguna gran ciudad. Ganador de tres premios Goya, el filme presenta con rotunda sencillez la lucha nada heroica de Javi, Manu y Rai por salir de su barrio en verano. La vida en este paisaje de bloques colmena choca con el relato hegemónico de la España de los noventa, años de euforia económica e impostura política. La exclusión, el aislamiento y la miseria en el extrarradio se abordan aquí con suma belleza a través de los ojos de los protagonistas, que no se resignan a lo que el mundo se empeña en ofrecerles. La moto acuática que Rai gana en un sorteo de yogures y acaba aparcada en la calle parece la metáfora más precisa de sus anhelos de libertad. El diseñador Cruz Novillo eligió con gran acierto este momento para ilustrar el cartel de la película. Miguel Ezquiaga

41. Remando al viento
1988. Gonzalo Suárez
Remando al viento fue la demostración de que el cine español podía llegar hasta donde quisiese y romper sus propias barreras. Y, además, lograr atraer a un público ingente: estuvo más de un año en la cartelera madrileña sin agotar a los espectadores a finales de los años ochenta. Protagonizada por un casi principiante Hugh Grant como lord Byron y por Lizzy McInnerny como Mary Shelley, y con un poderoso elenco de actores españoles, desde José Luis Gómez a Aitana Sánchez Gijón, rodada inglés en Madrid, Asturias, Suiza y Noruega, la película de Gonzalo Suárez regresa a uno de los mitos fundacionales el mundo contemporáneo: el nacimiento de Frankenstein. Las lecturas del filme, que Suárez escribió junto a Antonio Saura y Hélène Girard, siguen siendo inmensas. Brillante, divertida, imprevisible, difícil de clasificar, como toda la obra literaria y cinematográfica de Suárez por otro lado, el filme mantiene su poder de sorpresa y su arrollador encanto. Guillermo Altares

42. El cant dels ocells
2008. Albert Serra
Albert Serra tiene en la librería de su casa en Barcelona un estante dedicado a Dalí y otro al consejero delegado de Ryanair porque le interesa la megalomanía. Del Quijote de Honor de cavallería al torero Andres Roca Rey de Tardes de soledad pasando por el trío Hitler-Fassbinder-Goethe de Els tres porquets, siempre le ha interesado el misterio detrás de estos hombres ilustres, no para penetrarlo, sino para grabarlo desde la fascinación. En El cant dels ocells, una de sus primeras películas, los protagonistas son unos Reyes Magos medio cómicos y medio trascendentes, interpretados por actores no profesionales, que caminan a ver a Dios. En las imágenes en blanco y negro y en las conversaciones y silencios de estos pioneros cristianos, Serra mezcla lo sagrado y lo pagano para dejar entrever, como siempre, los fragmentos de premodernidad que aún sobreviven en la contemporaneidad. Carlota Rubio

43. Cosas que nunca te dije
1995. Isabel Coixet
Los temas que marcan su cine ya estaban ahí: el amor, la feminidad con su particular mezcla de fragilidad y fortaleza, el paso forzoso a la madurez, pequeños giros de humor. En 1995 con esta película rodada en inglés en Estados Unidos y protagonizada por una fantástica Lili Taylor, Isabel Coixet rompió una lanza por otro tipo de cine patrio, recorriendo sin miedo otros caminos, escapando a los enfoques que habían marcado las producciones españolas, y reclamando un espíritu indie anglosajón marcadamente noventero. La directora mostró su capacidad para envolver la trama en bellos planos, para dotar de un buen ritmo y buena música a sus películas, que eran españolas, porque ella lo es, pero que entablan una conversación que va más allá de nuestra historia y de nuestras fronteras. Esta historia, íntima y dulce, de desamor y amor es paradójicamente un mirar hacia fuera. Andrea Aguilar

44. La comunidad
2000. Álex de la Iglesia
Quizá no sea la película más representativa del universo Álex de la Iglesia (al potaje le faltaría el bizarrismo que exhiben Acción mutante, El día de la bestia o Balada triste de trompeta), pero sin duda es la más querida y redonda de la filmografía del bilbaíno. La comunidad es una película con un planteamiento igual de soberbio que el del resto de la filmografía del director, aunque con un escenario mucho más reconocible y un desarrollo mucho más equilibrado que otros filmes en los que el pulso de De la Iglesia se encabrita al encarar la parte final. En esta comunidad (y en este película) cabe todo: comedia negra, denuncia social, un costumbrismo que bebe de 13, rue del Percebe y se prolongará en Aquí no hay quien viva, astracanadas, actuaciones ejemplares de Carmen Maura, Emilio Gutiérrez Caba, Terele Pávez, Sancho Gracia… lo único que le faltaría es cambiar en las bases de datos el género al que se la adscribió en el año 2000: se supone que es una comedia negra, pero trata sobre un edificio madrileño en el que todos los habitantes son propietarios. Hoy sería sencillamente ciencia ficción. Jorge Morla

45. Cinco lobitos
2022. Alauda Ruiz de Azúa
Alauda Ruiz de Azúa llevó al cine con su ópera prima las dudas, los miedos y la soledad que ella experimentó en su maternidad. Ninguno de estos problemas le pertenecía solo a ella, tampoco eran extraordinarios. Desde hace ya una década, las mujeres tratan de buscar relatos alternativos a los hegemónicos ante la falta de respuestas oficiales: los de las madres abnegadas, las perfectas, las heroínas. ¿Y las reales? La actriz Laia Costa, la joven madre recién parida, reúne en una sola frase todas estas emociones: “No sé qué me pasa… perdón, mamá”. Susi Sánchez, esa madre que se convierte en abuela, lo aclara de manera certera: “Pues de todo, hija, te pasa de todo”. Tal vez Cinco lobitos no tenga todas las soluciones, pero tuvo la habilidad de enunciar todas las preguntas hasta desdibujar la línea que separa el cine, la ficción, de la vida de varias generaciones de mujeres que, frente a la pantalla, por fin, no tuvieron claro donde empezaba la película y terminaban ellas. Y solo esa sensación de sentir que alguien te escribe algo para ti, en este caso, para la mitad de la población mundial, ya hace que este filme trascienda. Ana Marcos

46. Tras el cristal
1986. Agustí Villaronga
Tras el cristal sacudió el panorama del cine español en 1987 y marcó la aparición de ese meteoro ajeno a las modas y tendencias que fue el tan añorado Agustí Villaronga. La morbosa historia del criminal nazi huido confinado en un pulmón de acero en una casa de la costa catalana tras quedar tetrapléjico y al que acude a cuidar una de sus antiguas víctimas —el no menos depravado y bellísimo Angelo (David Sust)— no tenía nada que ver con lo que se hacía aquí y de hecho causó una profunda impresión con sus referencias sadomasoquistas y a la corrupción asesina del III Reich, en la línea de Portero de noche pero con influencias de Bataille y de las perversiones de Giles de Rais. Gunter Meisner como el postrado nazi Klaus y Marisa Paredes como su esposa Griselda compusieron junto a Sust unos personajes inolvidables, como lo es la historia, de esas que se te quedan para siempre en la cabeza y el estómago, y la fotografía de Jaume Peracaula, amigo y colaborador inseparable de Villaronga. Tras el cristal es una película que conserva intacto todo su poder de conmoción y que demuestra las alturas y honduras que caracterizaron el cine de uno de los más interesantes y personales directores. Jacinto Antón

47. Ese oscuro objeto del deseo
1977. Luis Buñuel
Pese a la influencia innegable de la religión en su filmografía, parece difícil que un ateo agradecido a Dios por ello como Luis Buñuel se planteara en algún momento desentrañar el misterio de la Santísima Trinidad. Lo que sí hizo fue obrar el milagro de la dualidad en esta su última película. Ese oscuro objeto del deseo, adaptación libérrima de la novela de Pierre Louÿs, La mujer y el pelele, escrita con su habitual Jean-Claude Carrière, tuvo como protagonista inicial a Maria Schneider. Sin embargo, con el rodaje empezado, la elección se reveló un error, y Conchita, el oscuro objeto del deseo del burgués Mathieu Faber, interpretado por Fernando Rey, acabó siendo encarnada indistintamente por dos actrices hoy consagradas, pero entonces al inicio de sus carreras: Ángela Molina y Carole Bouquet. Dos jóvenes luminosas encarnan la oscuridad en el testamento cinematográfico del de Calanda, un compendio definitivo de sus recurrentes obsesiones, modos y maneras. Paloma Rando

48. La flor de mi secreto
1995. Pedro Almodóvar
Aunque no se llevó ni un premio Goya (tuvo siete nominaciones), esta película anticipa ideas que el manchego culminaría en sus grandes éxitos posteriores Todo sobre mi madre y Volver. Aquí, Marisa Paredes deslumbra como Leo Macías, autora que escribe tras un seudónimo novela rosa, aunque le sale negra; crítica literaria en ciernes de EL PAÍS y mujer desesperada por el abandono de su marido (un militar interpretado por Imanol Arias). “¡Ay, Betty, excepto beber, qué difícil me resulta todo!” es una de sus frases, ya historia del cine español, como las desternillantes discusiones de su madre (Chus Lampreave) y su hermana (Rossy de Palma). Entre reflexiones sobre la pérdida y la literatura, en este melodrama se cuelan protestas sociales y yonquis, todo marcado por el rojo, el verde y el azul, la vuelta al pueblo (con los bolillos de Almagro), canciones de Chavela Vargas y Bola de Nieve, homenajes cinéfilos (de Casablanca a Ricas y famosas) y reivindicación de escritoras como Jean Rhys, Djuna Barnes, Flannery O’Connor o Dorothy Parker. Ana Fernández Abad

49. La mala educación
2004. Pedro Almodóvar
La visita fue el título provisional del decimoquinto largometraje de Pedro Almodóvar, porque La visita es el título del relato que lo inspiró, una ficción breve tejida por el director en los años setenta a partir de su experiencia escolar —más de una vez ha declarado que a él lo maleducaron los salesianos— y ahora publicada en la antología El último sueño (2023). Y dentro de La mala educación, La visita es el relato que afirma haber escrito un joven aspirante a actor, que convence a un prometedor director para que lo traslade a la pantalla haciéndose pasar por un viejo compañero de colegio. La farsa y sus motivos solo los conocemos a lo largo de este noir en el que los abusos sexuales cometidos por un sacerdote y sus secuelas conviven con una intrincada disputa entre realidad y ficción de la que ninguno de sus contendientes sale indemne. Paloma Rando

50. Tres dies amb la familia
2009. Mar Coll
Una estudiante vuelve del extranjero a su casa en Girona para acudir el entierro del abuelo en un reencuentro familiar. El afrancesado y naturalista debut de Mar Coll para diseccionar una tipología específica de familia catalana no solo impulsó una nueva mirada que arrasó en el festival de Málaga y la llevó al Goya a la mejor dirección novel. El inicio de su efectiva alianza con Valentina Viso en el guion la convirtió en referente creativo para toda la generación de directoras del nuevo cine catalán que estaban por llegar. Heredera de Roser Aguilar, amiga y consejera de otras directoras salidas de la ESCAC como Nely Reguera, Liliana Torres (con la que compartió piso como estudiante de cine en México) o Belén Funes, Coll es una de las pioneras en la exploración íntima del universo familiar que después explorarían, a su manera, Carla Simón, Pilar Palomero, Clara Roquet o Elena Martín Gimeno. Noelia Ramírez
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