Una reforma en uno de los edificios más codiciados de Madrid: “Vivir aquí era nuestro sueño”
La arquitecta y artista Inés Esnal ha rediseñado para sus padres un piso en uno de los edificios más emblemáticos de Fernando Higueras en Madrid, mejorando la experiencia desde el interior del exuberante entorno creado por el arquitecto y anticipándose a posibles necesidades futuras


Los padres de Inés Esnal (Madrid, 46 años) tenían casi 80 años cuando dieron el paso de vender la que había sido su casa durante casi cuatro décadas. Buscaban no solo bajar de metros cuadrados, sino, sobre todo, un entorno que les ofreciera una experiencia mejor. En su cabeza, la idea de que quizá vendrían escenarios en los que por cuestiones de edad y salud tuvieran que pasar mucho tiempo en casa o, incluso, una movilidad reducida puntual o permanente. Entre todos encontraron este piso en un edificio que les encantaba y que les podía proporcionar esa vivencia que buscaban. “Llevaba tiempo diciéndoles que se mudaran a una casa más cómoda y más pequeña. Me costó muchos años convencerlos porque entre que tienes que ponerte a tirar trastos, deshacerte de cosas que no caben o no pegan en la casa nueva, que los tiempos entre la venta y la compra cuadren, la reforma… Es un proceso costoso”, sostiene Inés Esnal. “Pero desde que era pequeña y vivíamos juntos, cuando pasábamos por delante de este edificio nos encantaba. Llegar a vivir aquí era un poco nuestro sueño”.

El piso en cuestión se encuentra en una de las obras del arquitecto Fernando Higueras (Madrid, 1930-2008) más conocidas, aunque no tanto su autoría. Las viviendas diseñadas para el Patronato de Casas Militares, construidas entre 1967 y 1975 en la glorieta de Ruiz Giménez de Madrid (llamada popularmente glorieta de San Bernardo), es un edificio que difícilmente pasa inadvertido, por su diseño brutalista en hormigón blanco y por su vegetación, tanto en maceteros integrados como en cascada. Aunque Higueras fue un arquitecto muy relevante, es una figura a la que todavía hay que reivindicar fuera de su ámbito profesional. En 2019, la Fundación ICO le dedicó una exposición y un catálogo que documentaba y ponía en valor su obra. Sus singulares, y a veces excesivos, planteamientos formales bebían, sin embargo, enormemente de la arquitectura vernácula tradicional e incorporaban, con una gran sensibilidad, la consideración por el entorno y el respeto por el paisaje y la naturaleza. Todos estos valores los introdujo en el diseño de este edificio de una manera excepcional, con una propuesta que transforma la hostilidad urbana en un vergel.


“Lo que más me gusta de este proyecto de Higueras es la propuesta que hizo de crear dos edificios separados por una calle curva, que además proporcionaba conexión con Malasaña. Antes era todo un bloque, ocupado por el antiguo Hospital de la Princesa. Él podía haber ubicado esa conexión en un lateral y proponer un edificio cerrado. Sin embargo, con la inclusión de esta calle en medio de los dos edificios aprovechó para crear una especie de área urbana semipública, que es como un lugar mágico y superagradable. Ya vengas andando o en coche, de repente entras como en un oasis, con las cascadas de enredaderas, que son como enormes tótems verdes. Es un espacio muy especial que a todo el mundo le emociona, seas arquitecto o no”, opina Inés Esnal.


Esnal conocía desde muy joven la obra de Fernando Higueras ya que fue al Colegio Estudio, otro de los proyectos del arquitecto, en Aravaca (Madrid). Construido entre 1962 y 1964, es de donde se considera que parten las bases de su arquitectura posterior, así como sus propuestas de diseño de mobiliario e interiorismo. Esto, unido a un año escolar en Pensilvania (EE UU), donde descubrió a Frank Lloyd Wright, activó su interés por estudiar Arquitectura. Muchos años más tarde se formaría también en el ámbito del arte, por lo que hoy alterna ambas disciplinas, desarrollando proyectos de instalaciones artísticas integradas en la arquitectura que juegan con la percepción. Su obra se desarrolla, por tanto, en relación con el espacio desde un punto de vista formal y sensorial, transformando geometrías virtuales en obras tangibles, que hace a mano con cuerdas y otros materiales como el plexiglás, el espejo o el vidrio.
“Descubrí más a Higueras el primer año de carrera, porque tenía un profesor que era muy amigo suyo y le trajo un día para que nos diera una charla. Sabíamos que era un mito, pero no le conocíamos mucho. Después ya le fui estudiando y visitando sus obras. Por lo que he leído, era un poco un outsider que iba a su bola y tendía a estar fuera de los círculos, por eso quizá su obra es tan poco conocida”, apunta Inés Esnal. Higueras era todo talento; un genio con múltiples facetas creativas: pintura, música, escultura, fotografía y arquitectura. “Fue un personaje tremendamente polémico, pero en su juventud vivió un periodo dorado de fama y reconocimiento. (…) Sin embargo, fue pasando el tiempo y, por razones varias, entre las que cabe destacar la frivolidad y volatilidad de la moda arquitectónica contemporánea, se le fue relegando al papel de personaje pintoresco, entrañable pero excesivo y conflictivo, un artista de fugaz brillantez”, relata el arquitecto Óscar Tusquets en el catálogo publicado por la Fundación ICO.

Su genialidad se aprecia en obras como el edificio del actual Instituto del Patrimonio Cultural de España en Madrid, llamado popularmente la Corona de Espinas; el hotel Las Salinas de Lanzarote; el ayuntamiento de Ciudad Real; el Museo Antonio López Torres de Tomelloso; el edificio de viviendas en el paseo de la Castellana, 266 y el de oficinas en la calle de Serrano, 69 en Madrid; y cómo no, su propia vivienda subterránea, conocida como el Rascainfiernos. Todas ellas formalmente singulares y conmovedoras, con un tratamiento sobrecogedor de la luz, de las geometrías, y de la experiencia y la percepción de los espacios. Una arquitectura que toma en gran consideración el poder de los vacíos, de lo subterráneo o de la integración con la naturaleza y el entorno. Decir que era un arquitecto informalista o brutalista resultaría reduccionista.

Precisamente en este edificio donde se encuentra el piso de los padres de Inés Esnal se dan muchos de estos factores. Las vi suales que se obtienen desde el salón o desde su dormitorio son realmente un privilegio, entre la propia vegetación integrada en el edificio y las vistas que ofrece de Malasaña. Esto, unido a sus dos terrazas, que usan casi todo el año, los animó a hacer el cambio, por si en el futuro venían momentos en los que tuvieran que pasar mucho tiempo en casa. “Los maceteros integrados en la arquitectura del edificio te protegen de los vecinos y del ruido, no te enteras de que estás en el centro de Madrid, es un sitio muy tranquilo”, cuenta Inés Esnal.


La reforma que ha hecho Inés Esnal ha mantenido, pero mejorado, la distribución un poco tradicional que tenía la vivienda. “Dejando todas las estancias donde estaban, simplemente con eliminar los tabiques del recibidor y del pasillo, así como los falsos techos, conseguimos que ganara mucho en luminosidad, al conectar la luz que entra por ambas terrazas”, explica. Fue, sobre todo, una renovación en la que aprovechó para hacer que los pasos fueran generosos, por si venían sillas de ruedas. Su baño, asimismo, también se planteó con una ducha a ras de suelo que facilitara su acceso. La mayor excentricidad ha sido la inclusión de unas anillas en las que el padre se cuelga para hacer sus ejercicios y estiramientos.
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