La mansada de Dolores
Juan de Castilla da una meritoria vuelta al ruedo tras sufrir una terrorífica voltereta de un deslucido toro al que mató volcándose sobre el morrillo


El primer toro se comportó como si sus hermanos lo hubieran enviado para otear el horizonte. De entrada, se sorprendió sobremanera ante el nuevo escenario, corrió sin rumbo por el anillo y buscó una salida desesperadamente. Estaba claro que no era su mundo y se sintió muy incómodo. Embistió a la muleta de Robleño porque, a la vista de la insistencia del torero, no tenía nada mejor que hacer. Y por allí anduvo perdido y desanimado hasta que pasó a mejor vida.
Pero el mensaje lo recibieron los que aún esperaban en los chiqueros; desigualmente presentados todos ellos, y solo uno, el quinto, sobresalió por su estampa, su trapío y belleza, pero, como todos los demás, demostró una extraordinaria falta de casta en todos los tercios. Mansos también, con las caras por las nubes, empujando a veces, pero emprendiendo la huida en cuanto les era posible.
Una decepcionante, complicada y deslucida corrida de Dolores Aguirre, a la que se enfrentaron Fernando Robleño, que saludó una ovación tras romperse el paseíllo (no quedó claro si el afecto del público era para los tres toreros y sus compañeros le cedieron el honor al más veterano), y dos aguerridos, Castaño y De Castilla, que buscan de una vez el sitio que se han ganado y le niegan los despachos.
Al despistado primero de la tarde, Robleño le robó algunos muletazos limpios fruto de su oficio, y no quiso complicarse la vida ante el cuarto, al que castigaron con fuerza en varas, y llegó al tercio final sin entrega ni ganas de embestir.
Sí se la complicó el colombiano Juan de Castilla, quien otra vez salió al ruedo a por todas, quizá porque es la única opción que tiene hasta el momento. Un manso sin trapío fue el tercero, el torero lo muleteó por bajo, primero, y seguidamente, lo citó de lejos con el engaño en la mano derecha. El toro aceptó el reto. Derechito se fue hasta la jurisdicción del torero, pero no buscó la muleta, sino el cuerpo serrano del hombre, que no pudo evitar el atropello y perdió el equilibrio; allí, en el suelo, el toro lo buscó con verdadera saña, lo enganchó, lo volteó dos veces, y la primera impresión es que podía llevar una fuerte cornada.
En principio, Juan de Castilla se levantó, se acercó a toda prisa hasta las tablas porque sus partes nobles habían quedado al aire. Inmediatamente, el mozo de espada sacó unas bermudas (el aficionado sevillano Ignacio Sánchez Mejías dice en su cuenta de X que “los toreros que traen las bermudas de repuesto en el esportón es porque están dispuestos a ponérselas”), y volvió a la cara del toro como si tal cosa, cuando en realidad llevaba dos cornadas.
Muy torero, valeroso, bien colocado, obligó a embestir al complicado oponente en una dignísima labor que rubricó con un espadazo volcándose literalmente sobre el morrillo y perdiendo la muleta. El toro parecía muerto, pero no; hasta dos veces claudicó, las mismas que recuperó la verticalidad en un esfuerzo supremo por aferrarse a su existencia. La vuelta al ruedo del pundonoroso torero fue apoteósica. Una vuelta de las de verdad.
Al sexto lo recibió con una larga cambiada de rodillas en los medios, pero nada pudo hacer porque el toro, desfondado y sin atisbo de casta, prefirió refugiarse en tablas antes que obedecer al torero.
Y tampoco lo tuvo fácil Damián Castaño, animoso en todo momento, dispuesto y valiente ante un lote que no le permitió confianza alguna. Con su primero, blando y sin fijeza, se justificó honestamente, y embebió en la muleta por momentos al guapo quinto, al que le robó algunos muletazos sueltos, pero quedó la impresión de que el animal exigía una muleta más poderosa que la que le ofreció Castaño.
Aguirre/Robleño, Castaño, De Castilla
Toros de Dolores Aguirre, desigualmente presentados, muy justos segundo y tercero, y de deslumbrante trapío el quinto, mansos, muy descastados, blandos y deslucidos.
Fernando Robleño: dos pinchazos y bajonazo (silencio); estocada baja y tres descabellos (algunas protestas).
Damián Castaño: casi entera baja (silencio); pinchazo y estocada (ovación).
Juan de Castilla: estocada (petición y vuelta al ruedo); dos pinchazos (ovación). Fue asistido en la enfermería de dos cornadas; una, sobre la cresta ilíaca posterior con una trayectoria de 15 centímetros hacia adelante y otra de 5 centímetros. Y otra herida en el pene con desgarro superficial. Pronóstico reservado.
Plaza de Las Ventas. 27 de mayo. Decimosexta corrida de la Feria de San Isidro. Más de tres cuartos de entrada (19.569 espectadores, según la empresa).
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