La mala fama
Los raperos han ascendido a la categoría de villanos oficiales del negocio del entretenimiento


Es parte de la rutina del periodista musical: consultar de buena mañana las páginas de medios internacionales en busca de noticias interesantes. Antes, esa información te podía llegar a través de las disqueras españolas pero, tras el adelgazamiento de sus organigramas, muchas han prescindido de su Departamento de Prensa (ahora prefieren tratar con influencers, que resultan mucho más maleables).
En los últimos tiempos, se detecta que apenas aparecen noticias estrictamente musicales, reemplazadas por informaciones que podrían perfectamente encajar en las secciones de Economía, Corazón, Sucesos o Tribunales. Y en la era del clickbait, los juicios y los arrestos parecen ganchos irresistibles.
Algunos ejemplos recientes: el cantante estadounidense Chris Brown ha sido detenido en el Reino Unido, consecuencia de una agresión de 2023 ocurrida en una discoteca londinense. Encarcelado sin fianza, algo no ajeno a su reconocida combustibilidad, ratificada en la condena por violencia doméstica contra la que fue su novia, la también cantante Rihanna. Lo tiene aún peor Sean Combs, más conocido como Puff Daddy o P. Diddy, acusado de abuso sexual, tráfico de personas y prostitución. Ninguna broma: el juicio podría terminar en cadena perpetua. Como testigo de la acusación, su acompañante de 11 años, la vocalista Cassie Ventura: la protagonista involuntaria de un video del circuito cerrado de televisión del InterContinental Hotel angelino, donde Combs perseguía de mala manera a Cassie por los pasillos. El rapero ya había reconocido implícitamente como penoso su comportamiento, al pagar 20 millones de dólares a la víctima para que retirara una demanda civil anterior.
Se juegan mucho: ni el dinero ni los mejores abogados puede proteger a los condenados a prisión: Tory Lanez, encarcelado por disparar a la rapera Megan Thee Stallion, ha sido acuchillado en la California Correctional Institution. Ha sobrevivido, a diferencia de MoneySign Suede, asesinado en otra cárcel californiana.
Disculpen la retahíla. Pretendía simplemente señalar que el foco mediático ahora apunta con mayor intensidad a artistas del hip-hop que a figuras del rock. Habrá quien argumente que aquí funciona el racismo, que de alguna manera busca castigar a los triunfadores afroamericanos. Y algún sustrato racista puede detectarse, aunque urge considerar las disparidades entre el rock y el rap. Este último, entre otras características, se define por la jactancia y el insulto. Se alardea de poderío económico, artístico, sexual. Y las injurias son parte esencial del arsenal verbal de los raperos, dando lugar a réplicas y contrarréplicas. Piques que, conviene decirlo, son muy celebrados por su público. Y que pueden desbordarse, como ocurrió con las absurdas hostilidades entre raperos de la Costa Este y la Costa Oeste de Estados Unidos, que se saldó, a finales del siglo pasado, con las muertes de Tupac Shakur y Notorious B.I.G., por citar solo los caídos más visibles.
La naturaleza del rap es ostentosa y tiende a manifestarse fuera del escenario en fiestas, casoplones, vehículos de lujo. Sean Combs caminaba por el filo de la navaja desde su millonario álbum de debut en 1997, como evidencian los documentales sobre su vida pública. Ya esquivó las responsabilidades por un tiroteo ocurrido en Manhattan, tras visitar una discoteca en compañía de Jennifer López. Ahí está otra diferencia: Paul McCartney, David Gilmour o Keith Richards, ay, ya no salen de noche.
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