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ELECCIONES CHILE
Tribuna
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Populismos

Lo más irónico del escenario es que Kast y Jara podrían terminar logrando un resultado similar: un país más pobre y más dividido. Kast, por el camino del autoritarismo; Jara, por la ruta del intervencionismo económico sin credibilidad financiera

elecciones en Chile

Una reciente columna de opinión de la destacada historiadora Lucía Santa Cruz titulada Democracia y Encuestas aborda la complejidad del momento político que nos toca vivir. Si bien no es explícito en el argumento, se lee casi como una apelación a la cordura de los votantes de derecha, argumentando la fragilidad de las encuestas para guiar decisiones estratégicas y lo efímero que pueden ser sus resultados en contextos de alta volatilidad. Sin embargo, la realidad es que a partir del 30 de junio se han publicado más de 20 encuestas, y aunque sus resultados no siempre coinciden, la tendencia general indica que a casi 100 días de la elección presidencial la suerte de los candidatos parece estar echada. Puntos más puntos menos, la tendencia de los datos sugiere que tendremos una definición en segunda vuelta entre los representantes de las antípodas: el republicano José Antonio Kast y la comunista Jeannette Jara.

Así, la elección presidencial de 2025 ha encontrado su trama perfecta: dos protagonistas que no podrían ser más distintos ideológicamente, pero que al mismo tiempo son mortalmente parecidos en un aspecto esencial: el potencial que tienen los dos para incendiar la casa mientras aseguran que la están protegiendo. En el polarizado clima político que vive el país, ajusta perfecto la metáfora del ring de boxeo para la presentación de los contendientes. En una esquina, con un discurso calibrado al milímetro para sonar como un sheriff del Lejano Oeste, Kast, líder de la derecha orgánica más dura, ha convertido la lucha contra la delincuencia en una cruzada casi teológica, con un mensaje simple y por lo mismo altamente efectivo: más poder para las policías, menos paciencia con los jueces, y la convicción de que los problemas sociales se solucionan con mano dura y toques de queda. En la otra esquina del cuadrilátero, la exministra Jara, heredera de las banderas del progresismo social, cuya misión revelada es terminar lo que Boric apenas comenzó: más gasto social, más Estado, más redistribución. Su libreto es igualmente claro: pensiones robustas, impuestos a los ricos, regulaciones férreas y un Estado activo en la economía.

Jose Antonio Kast

El problema es que Chile vive hace años con la inseguridad como principal preocupación ciudadana, y la imagen de un Estado incapaz de contener al crimen ha calado hondo. El candidato republicano ha sabido explotar este miedo con precisión quirúrgica: promete Estados de Emergencia permanentes, deportaciones exprés y un sistema penal draconiano. Claro que la seguridad sin desarrollo económico es como una casa con cerraduras blindadas, pero sin comida en la despensa. Kast, obsesionado con las pistolas y las patrullas policiales, dedica menos tiempo a explicar cómo piensa estimular la inversión, mejorar la productividad o lidiar con un mundo donde los socios comerciales miran con lupa las credenciales democráticas de sus aliados. El riesgo es evidente: un Gobierno que reduzca la política a la lógica del enemigo interno termina recortando no solo libertades, sino también el margen para la cooperación y el crecimiento.

En el otro extremo del mapa político, Jara despliega una narrativa diametralmente opuesta. Su promesa es la de un Estado protector, que redistribuye y garantiza derechos sociales, con la reforma previsional como piedra angular de su propuesta. Pero junto con el desbordante entusiasmo por asegurar más derechos, viene la pregunta incómoda de cómo se financia el gasto. En un país donde la inversión privada ha sido el motor del crecimiento y la recaudación fiscal apenas da para sostener lo existente, un programa expansivo sin anclajes claros puede disparar el riesgo país más rápido que cualquier crisis externa. Basta con una señal ambigua para que el dólar suba, el crédito se encarezca y aumente la inflación. Y qué decir de la idea peregrina de querer modificar el régimen de concesiones mineras, a todas luces un desincentivo enorme para la inversión extranjera.

Jeannette Jara en Santiago, Chile, el 29 de junio del 2025.

En todo caso, aquí el peligro no es que la candidata oficialista quiera transformar Chile en Venezuela o Cuba de la noche a la mañana, uno de los argumentos favoritos de sus detractores, sino que el solo temor de que lo intente podría frenar proyectos, congelar inversiones y, paradójicamente, dificultar la financiación de las mismas políticas sociales que promete. Lo más irónico del escenario es que Kast y Jara podrían terminar logrando un resultado similar: un país más pobre y más dividido. Kast, por el camino del autoritarismo; Jara, por la ruta del intervencionismo económico sin credibilidad financiera. Uno podría restringir libertades en nombre del orden; la otra, tensionar la economía en nombre de la igualdad. Ambos, sin proponérselo, podrían dejar a Chile con menos de las dos cosas que más necesita: estabilidad y cohesión social.

El dilema no es menor: elegir entre un orden que amenaza con asfixiar, o un cambio social que podría no pagar sus propias cuentas. La pregunta que flota en el aire es si la ciudadanía optará por la promesa de dormir sin miedo o por la esperanza de vivir con más derechos, y si alguna de las dos es compatible con mantener el país funcionando. En este cuadro de polarización, deambulan en estado agónico algunas figuras que intentan representar una opción más moderada. Sin embargo, el centro político en Chile es como ese mueble viejo que todos dicen que algún día restaurarán, pero que nadie se atreve a usar en el living; se sabe que puede ser útil, pero luce anticuado y sin brillo frente a la estética radical del momento.

El desafío del votante, especialmente de los menos habituados al ejercicio democrático de elegir a sus representes, es resistir la tentación de votar movilizados reactivamente contra el otro. Porque si la elección se reduce a un plebiscito del miedo, cualquiera que gane lo hará con medio país en contra. Y gobernar así no es gobernar: es más bien un ejercicio de sobrevivencia con pronóstico incierto. Y aunque es de sentido común que en una democracia madura la política no debería ser elegir entre la pistola y la chequera vacía, pareciera ser que en Chile esa es exactamente la oferta actual de la campaña presidencial. En este escenario, lo más preocupante es que, gane quien gane, el costo de descubrir que ninguna de las dos promesas era la panacea podría ser demasiado alto para un país que, en el fondo, lo que más necesita es estabilidad, y quizás un poco menos de épica.

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