Un punto en el universo
Rescatar la memoria requiere de la voluntad de saber y el coraje de recordar. James Hamilton lo hizo como joven y adulto abusado por el cura Fernando Karadima

No fue el pecado original de Adán y Eva lo que dio pie al mal en el mundo, asegura James Hamilton, autor del libro Homo Exul (Penguin Random House). Debo confesar que la afirmación me produjo un profundo alivio porque el asunto del pecado siempre me ha despertado sospechas. Desde niña me enseñaron a pedir perdón por mis pecados, por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa, y nunca supe cuáles eran. Una vez al mes debía confesárselos a un cura, un señor cuyo grueso perfil se esbozaba en la penumbra del confesionario. Me decía “mi niña” y carraspeaba al final de cada frase. Olía a naftalina. Yo tenía siete u ocho años, pero me sobraba la imaginación. En el camino a la iglesia iba inventando una sarta de mentiras que me sacaran del apuro: que le había escondido el diario a mi papá, que le había pegado un combo [golpe] a mi hermana menor, que le había cortado los bigotes a mi gato.
Lo que hubiesen hecho Adán y Eva me tiene sin cuidado. De modo que gracias, Jimmy, por derribar un mito más. Ya que estamos en los agradecimientos, quiero felicitarte por emplear un lenguaje comprensible, directo, sin aquellos términos alambicados que usan algunos para parecer más inteligentes que el resto.
Pero sí me preocupa el tema del mal. Y surge entonces la pregunta ¿cómo se originó? ¿Cómo llegamos a vivir en un mundo tan desastroso y violento? ¿Por qué dimos la vuelta en U y dejamos de ser solidarios y empáticos? Parte de la respuesta estaría en las pérdidas de los procesos evolutivos naturales, los cambios en la fertilidad femenina y en el desarrollo social de los Homo sapiens, según Hamilton.
Este libro hace pensar, enseña, vincula de manera lúcida y natural la fundamentación científica con el dilema ético. Como si fuera poco, el autor introduce su dolorosa experiencia como adolescente y adulto abusado por el cura Fernando Karadima. Con perseverancia intenta comprender su historia individual con relación al origen de la violencia, la guerra, la rabia, el sometimiento, la enfermedad. Y, sin rodeos, concluye: “No fue nada personal”.
Hoy, desde la cima del poder, Trump se ufana de haber logrado poner fin a lo que llama “la guerra de los doce días” entre Israel e Irán. Y da el tema por cerrado. Business as usual. Pero, ¿qué sucederá con los descendientes -de lado y lado- que conocieron el terror, sufrieron los bombardeos y no llegaron a contarlo? ¿Cómo sanar el trauma de los sobrevivientes al genocidio en Gaza? ¿Cómo borrar la huella profunda que dejará de por vida la invasión rusa a Ucrania?
Esto sí que huele a pecado original. Aquí sí cabe un mea culpa colectivo.
Las modificaciones introducidas por el hombre, tanto en la dieta como el medioambiente, han generado gran parte de las enfermedades crónicas e infecciosas que hoy padecemos, sostiene James Hamilton. La cosa se pone peor: los componentes nutricionales, que conforman más del 70 por ciento de la dieta occidental, constituyen los ingredientes principales que conducen a la obesidad, la diabetes, el cáncer, el asma y las enfermedades cardiovasculares, reumatológicas, autoinmunes o degenerativas como el alzhéimer y el párkinson.
Hemos aprendido, a golpes, que las experiencias sociales e individuales están conectadas misteriosamente unas con otras desde hace millones de años. Somos una aldea, un punto en el universo, pero también somos una comunidad que requiere de la solidaridad y colaboración para sobrevivir.
Hemos constatado que la verdadera modernidad en un mundo global supone pensar en plural, optar por el bien común, ser empáticos, hacerse cargo de los triunfos individuales, pero también de los fracasos colectivos.
Para despejar cualquier duda, el autor señala que todo lo que nos sucede queda inscrito en nuestro cuerpo para luego expresarse en nuestra mente y en nuestro estado de salud. “En la medicina moderna”, sostiene, “se hace cada vez más relevante saber de la historia de nuestros antepasados, sus enfermedades, las condiciones en que vivieron y las grandes alegrías y sufrimientos que padecieron, pues todo ello ha dejado una marca, grande o pequeña, en nuestra herencia.”
Como canta León Gieco, “todo está guardado en la memoria, sueño de la vida y de mi historia.”
No puedo dejar de preguntarme ¿cuál es la profundidad del impacto que sufrimos los chilenos con el golpe de Estado? ¿Qué huella emocional y física dejaron en los sobrevivientes y sus familias la tortura, la desaparición, el encarcelamiento, el exilio? ¿Cuánto daño cargan los descendientes de aquellos que cayeron por el terrorismo de estado? Pienso en las mujeres de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos: la gran mayoría (muchas jóvenes) han ido muriendo de cáncer con el transcurso de los años. Como explicó una dirigente, “la pena del alma se manifiesta físicamente”.
Rescatar la memoria requiere de la voluntad de saber y el coraje de recordar. Hamilton lo hizo como joven y adulto abusado por el cura Fernando Karadima. Enfrentó sus fantasmas y lidió durante años con el trauma, el miedo, la soledad, el deterioro físico. Se sometió por mucho tiempo a terapia, tropezó con el amor, armó una familia, una exitosa carrera. Junto a José Andrés Murillo y Juan Carlos Cruz denunciaron al depredador, lo persiguieron en tribunales, crearon la Fundación para la Confianza. La lucha de ellos tuvo sus recompensas: hoy el abuso sexual de menores y adolescentes no prescribe en Chile.
Homo Exul es el resultado de su experiencia y su trabajo. Comparte ambos con el deseo “de acompañar a otros, como si fuera un antiguo chamán que desciende con ellos a los submundos del dolor para ofrecerles un derrotero distinto, quizá una posible salida.” Con un optimismo que me resulta difícil de compartir, sostiene que aún podemos cambiar y resistir, si seguimos las huellas de nuestra humanidad, si nos abocamos a un destino común.
Gracias por tu voz de esperanza, Jimmy, por tu afán de rescatar la memoria, por tu amor porfiado.
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