Tengo una palabra en la garganta
Lo que ocurre en Nicaragua no nos es ajeno, no es primera vez que ocurre y todo indica que seguirá ocurriendo

El anuncio del gobierno de Nicaragua de retirarse de la UNESCO tras otorgarse el Premio Mundial de Libertad de Prensa al diario La Prensa es una alarmante señal del endurecimiento autoritario en un país donde informar libremente es de alto riesgo.
Esta acción es otro ataque a la democracia y una amenaza para América Latina. El diario EL PAIS ha denunciado la persecución religiosa contra sacerdotes católicos, muchos de los cuales han sido encarcelados o forzados al exilio.
La decisión de los “copresidentes” (Daniel Ortega y Rosario Murillo) de abandonar la UNESCO no obedece a una discrepancia legítima, sino a una estrategia constante de aislamiento y represión. El régimen nunca ha mostrado voluntad de diálogo ni compromiso con la democracia. Al salir de una institución que promueve educación, cultura y derechos humanos, no castigan a la UNESCO: perjudican a su propio pueblo. No deben creerse los argumentos oficiales; esta es otra maniobra autoritaria para reforzar el control y debilitar toda instancia de cooperación y libertad.
Al premiar a La Prensa, la UNESCO honra su mandato: reconocer la valentía de un medio que, pese a la persecución, sigue informando. En un momento de presiones sobre las democracias regionales, defender una prensa libre es esencial. No se trata solo de proteger periodistas —aunque eso ya basta—, sino de resguardar el derecho ciudadano a estar informado, a cuestionar y a construir su visión del mundo. Censura y persecución mediática son siempre signos de miedo, nunca de fortaleza.
Este año, América Latina recuerda a su primera Premio Nobel de Literatura, Gabriela Mistral, quien además fue consejera de la organización precursora de UNESCO y defensora de los principios hoy bajo asedio. Mistral creía en la palabra como vía hacia la paz: “Decir lo que se siente y lo que se piensa no es solo un derecho, es una obligación ante el alma propia y ante el pueblo”, y quienes nos dedicamos a la formación universitaria de los profesionales de la comunicación seguimos su ejemplo.
“Yo tengo una palabra en la garganta y no la suelto”, decía en uno de sus poemas. “¿Querrán esos, cerrándonos diarios y revistas, que hablemos como sonámbulos en los rincones y en las esquinas?”, escribió en La Palabra Maldita. Su figura es hoy urgente: símbolo ético de una América Latina que debe ser libre, plural y solidaria.
Lo que ocurre en Nicaragua no nos es ajeno, no es primera vez que ocurre y todo indica que seguirá ocurriendo. No por ello debemos acostumbrarnos y dejar de solidarizar con el pueblo nicaragüense, pues la pérdida de la libertad nos afecta a todos. No existe un continente más peligroso para los periodistas que América Latina. Por lo mismo, no existe un lugar donde sea más necesario que haya voces valientes que informen a pesar de las amenazas —veladas o explícitas— contra la libertad de expresión. Porque, no nos llamemos a engaños, las amenazas no provienen solo de dictaduras como la nicaragüense, sino también de gobernantes que llegaron al poder por vía democrática y, sin embargo, utilizan su visibilidad para atacar directamente a los periodistas, para ahogar financieramente a los medios y emponzoñar la conversación pública con un lenguaje que no busca la paz, la verdad ni el encuentro entre las personas.
La historia juzgará a quienes eligieron callar, porque la poetisa los habría interpelado: “Yo tengo una palabra en la garganta y no la suelto, y no me libro de ella, aunque me empuja su empellón de sangre”.
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