Un cuento de hadas puritano para la era del Colapso total
¿Por qué de pronto gusta tanto ‘El verano que me enamoré’? Una fantasía escapista, chovinista y clasista sobre la importancia de la familia y el dinero


El nombre original es El verano que me volví guapa. Quiero empezar destacando eso porque describe mejor el producto que el título en español. El producto de esta saga de Jenny Han, adaptada a la tele para Amazon Prime, es una niña (Belly) que pasa los veranos con su familia en una casa que no se pueden permitirse. El verano que regresa transformada en doncella, los dos herederos de la casa compiten por su atención.
Este es el esqueleto del cuento: un triángulo completamente arquetípico entre la debutante, el príncipe luminoso, que es rubio y predecible, y su hermano oscuro, ingobernable y cruel. La base de este adictivo caldo lleva un cubo de nostalgia del verano idílico en la casa que nunca tendremos, un paraíso perdido habitado por criaturas divinas que sólo bajan a la tierra para pedir crema inglesa con sus crumpets, o quejarse de que el tartar de vieira lleva demasiado caviar. Y un ingrediente secreto que no vemos flotando en la olla, pero que modifica completamente su sabor: la crisis climática y socioeconómica que amenaza el resto de veranos que nos quedan por vivir.
El triángulo siempre funciona. Los personajes antitéticos tipo hermano bueno/malo o madre/madrastra son un elemento habitual de los cuentos, porque manifiestan las emociones contradictorias del niño, que se debate entre los deseos “buenos” de seguridad, estabilidad y pertenencia al clan y los deseos “malos” de riesgo, caos, sexo y aventura. Oscilando entre un hermano y otro, Belly descubre que los dos extremos tienen un precio: uno te corta las alas y el otro te hace sufrir. Nadie le dice que el dolor y el sufrimiento son inevitables y que entre los dos es mejor elegir un sufrimiento que nos haga crecer. No hay un tercer camino que la aleje del castillo, salvo su mejor amiga. Taylor es intensa, impulsiva y sólo un poco menos golfa que su madre, una barbie soltera, boba y manipuladora que vive para pescar marido y comprar de rebajas en el centro comercial. Taylor es el escalón más bajo de la cadena alimentaria en este minúsculo universo, pero todos la toleran porque es “rabiosamente leal”.
En este mundo, el dinero es lo único que nos salva. No quieres quedarte fuera del búnker cuando suenan los tambores del juicio final.
A pesar de su evidente popularidad, nadie dice simplemente que le gusta la serie. Se usan palabras como “admitir” o “confesar”. Históricamente, los placeres culpables han sido artefactos de la cultura popular de los que nos avergonzamos cariñosamente porque carecen de la altura moral o intelectual adecuadas. Comedia de tartas, plátanos y pedos, romances cursis y tramas telúricas de sexo turbio y polvos a contraluz; objetos irresistibles que disfrutamos con el abandono de un niño porque nos reconcilian con aspectos rechazados de nosotros mismos y por eso mismo nos liberan de las ataduras del ego, y de las trampas de la perfección. El verano que me enamoré carece completamente de sentido del humor. Conecta con sombras que habíamos enterrado de camino al progreso, pero que seguían fermentando y consumiendo energía en las capas más profundas de nuestra psique colectiva. Es un tirabuzón en el tiempo; el eslabón perdido entre The Vampire Diaries y Sisí Emperatriz.
Tanto Los diarios de vampiros como la inolvidable Buffy Cazavampiros son cuentos para adolescentes que invitan a reconocer las sombras que todos tenemos dentro, como única vía para aceptar las de otros y vivir con autenticidad. También observan que la familia importa, pero no es el único refugio en un mundo monstruoso, y que la supervivencia depende más de nuestra habilidad de reconstruirnos y formar nuevos clanes. En El verano, el trasfondo apocalíptico invierte esa conclusión. En este mundo, el dinero es lo único que nos salva. No quieres quedarte fuera del búnker cuando suenan los tambores del juicio final.
La banda sonora es una alfombra esponjosa de vulnerabilidad adolescente: Taylor Swift, Olivia Rodrigo, Phoebe Bridgers, Billie Eilish. Cuesta digerir tanta glucosa después del delicado y punzante trabajo de Manish Raval & Tom Wolfe para las series de Lena Dunham; o el de Jen Malone en Euphoria. Y hay algunas disonancias. Por ejemplo, el mensaje profundamente puritano, clasista y sexista llega maquillado con una capa de liberación sexual. Sisí no se habría bajado los pantis antes de ponerse la corona, pero Belly salta de hermano en hermano sin perder la frescura de su aura virginal. No lo entiendo muy bien, pero intuyo que son carambolas del mundo post-Bridgerton, con el Imperio llevando la peluca rosa del capitalismo sexual. Pero no se desvían del mensaje. Sólo hay que ver lo que pasa cuando a Belly la corteja un vulgar miembro de la clase media, chicos “agradables” que “huelen a colonia y a cerveza”, criaturas de un mundo condenado que no queremos ni tocar. El mensaje es alto y claro: todos estos momentos se perderán como lágrimas en la lluvia. Más te vale estar dentro calentita cuando pase. Elige bien.
“Estamos siendo bombardeados con pseudo-realidades fabricadas por personas muy sofisticadas que utilizan mecanismos electrónicos muy sofisticados” escribe Phillip K. Dick en su famoso ensayo Cómo construir un universo que no se derrumbe en dos días. “No desconfío de sus motivos; desconfío de su poder. Tienen demasiado. Y es un poder asombroso: el de crear universos completos, universos de la mente.” Dick advertía que los Gobiernos, las corporaciones, los medios y la religión organizada trata de imponer relatos de ficción para reescribir la historia y alterar la realidad. Lo escribió en 1978, pero nunca fue más verdad que ahora.
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