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CINE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fernando León de Aranoa recuerda a Celso Bugallo: “La cuestión es si Dios cree en nosotros”

Su gesto, su mirada, la manera en la que hablaba, en la que callaba: todo en él era verdad

“La cuestión no es si nosotros creemos o no creemos en Dios; la cuestión es si Dios cree en nosotros”. La frase la pronunciaba Amador, muy borracho, apoyado en la barra de La Naval, el bar en el que se reunían un grupo de trabajadores de astilleros sin trabajo en Los lunes al sol. La primera vez que escuché a Celso Bugallo pronunciarla fue en las pruebas de reparto que habíamos hecho en Vigo unos meses antes. La había escrito yo, pero me sobrecogió oírla en sus labios. Desde que pisó aquella sala sentí que formaba ya parte de la película. En su mirada profunda, en su hosquedad, en sus manos y en sus rasgos fuertes, esculpidos, creí ver aquel día los de Amador, su fortaleza y su dignidad de trabajador, su lucidez, sus heridas.

Cuando Celso mostraba los excesos de Amador, su soledad inadvertida, su mal vino, todo se volvía real. Pocas veces he visto ante la cámara tanta verdad, tanta hondura. Recuerdo con emoción un rodaje nocturno, una escena junto a Santa, el personaje que interpreta Javier Bardem en la película, sentados los dos en el suelo, riendo como dos niños, como dos hombres. Como dos hermanos siameses, que eso eran al fin: compañeros de clase, trabajadores. Si cae uno caemos todos, le decía Amador al que una vez fue su discípulo, y al hacerlo le recordaba de dónde vienen, quiénes son, a qué lugar pertenecen.

Celso supo transmitir al personaje ternura, dolor, humanidad; y ese delicado equilibrio, el de la dignidad en la derrota. Encarnó a través de él la soledad de los bares, el silencio avergonzado, la desesperación de los que caminan por ese corredor de la muerte de la vida civil que es el paro.

Luego hicimos juntos Amador, junto a Magaly Solier. Y hace solo unos años El buen patrón, donde interpreta a Fortuna, un hombre fiel, que trabaja con las manos, leal hasta la sumisión. Buena parte del peso de la película, incluido su final, caía otra vez sobre su espalda cargada, de trabajador manual.

Su gesto, su mirada, la manera en la que hablaba, en la que callaba: todo en él era verdad. La verdad de un actor que trabajaba sin red, que mostraba sus vísceras, y al que debo algunos de los momentos más emocionantes que he vivido en un rodaje. En el otro plato de la balanza, dándole sentido a todo, su sencillez.

Este lunes al sol de invierno solo puedo celebrar su risa franca, la compañía que ha sido, su gentileza. Él se va como vivió, elegante y calladamente, pero quedan para siempre con nosotros todos los personajes que ha sido.

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