Novela sobre arquitectura y sentimientos en Japón
Las dudas sobre el amor y la amistad se solapan con las disquisiciones sobre la construcción y elaboración de un gran proyecto


Cuando en 1954 Walter Gropius viajó por primera vez a Japón y visitó la villa imperial Katsura, lo primero que hizo al salir fue escribir una postal a Le Corbusier en la que decía: “Querido Le Corbu, todo eso por lo que hemos luchado tiene su paralelo en la antigua cultura japonesa”. La fascinación por el equilibrio de líneas puras y colores que desprenden las fachadas y los interiores de sus casas de té ya habían provocado que el arquitecto alemán Bruno Taut escribiera a principios de los años treinta el ensayo Katsura Imperial Villa (publicado por Phaidon), en el que definía Katsura como “la arquitectura reducida a la pura esencia”. Todo esto viene a cuento para introducir la novela que nos ocupa, La casa de verano, de Masashi Matsuie, una ficción cuya trama sucede en el seno de un estudio de arquitectura del Japón actual y que se articula a partir del encargo de proyectar la Biblioteca Nacional de Literatura de Tokio.
El joven y recién graduado en arquitectura Tôru Sakanishi cumple el sueño de entrar a trabajar en el pequeño pero prestigioso estudio del arquitecto Shunsuke Murai, hoy en el final de su carrera y en su día discípulo de Frank Lloyd Wright, figura determinante de la arquitectura del siglo XX que en su atormentada vida tuvo tiempo de pasar en Japón cinco años (1917-1922) para llevar a cabo el extraordinario hotel Imperial, desafortunadamente demolido. Cuando el verano llega a Tokio, el arquitecto jefe decide trasladar a todo el equipo a su residencia de verano, en las faldas del monte Asama, para que el trabajo comunitario se desarrolle en plena naturaleza y en un ambiente tan acorde al de Katsura que cuando florezcan los cerezos y ululen los búhos uno de los personajes recordará la armonía del citado palacio imperial y la del árbol del mismo nombre, tan peculiar por la coloración de su hoja. Será allí donde Tôru viva la doble experiencia fundacional de participar en un gran proyecto y de verse extrañamente lidiando con las dudas del amor y, a su vez, de la amistad efímera que le ofrece un colega de trabajo.
La trama sentimental se solapa con las disquisiciones sobre la construcción y la elaboración del proyecto. La relación de Tôru con el ya veterano en el estudio Uchida-San está atravesada de los claroscuros que precisa una buena historia, como lo está el triángulo amoroso que se sugiere entre el protagonista y las dos chicas del estudio. Las enseñanzas sobre la construcción de un hogar por parte de Murai son magistrales (hubieran gustado a Gropius, sin duda) y tanto al recién llegado estudiante como al lector nos resuenan como las palabras de un artesano que explica su técnica con sencillez. Es indudable que la novela está atravesada por un espíritu muy wabi sabi (entender la imperfección de la belleza), pero hay tanta referencia al oficio de la arquitectura que la tensión narrativa se diluye en el estanque del jardín de referencias a arquitectos (se glosan al detalle las biografías de Frank Lloyd o Erik Gunnar Asplund, por ejemplo), materiales y descripciones de edificios.
Por más que la novela tenga algo incontestable de manifiesto arquitectónico (“La arquitectura no es arte, es la realidad misma”, dice el maestro, una frase clave en el libro, que ha sido ponderada por Rafael Moneo), la narración de la “aventura” deja que desear en la parte emocional. Al narrador le cuesta liberarse del academicismo y su exceso de perfección al hablar de arquitectura destensa la trama. No hay duda de que Matsuie sabe de lo que habla y quien trabaje en un estudio de arquitectura se verá reflejado, porque como manual de consejos de lo que debe ser la buena arquitectura funcional, La casa de verano es imbatible. Coinciden en el tiempo dos obras sobre la arquitectura, la película El brutalista y esta novela. Si en la primera el director carecía de un buen asesor sobre lo que realmente fue la arquitectura del movimiento moderno, aquí el autor quizás se exceda en referencias. Una cosa es contar y otra hacer sentir.

La casa del verano
Traducción de Lourdes Porta
Libros del Asteroide
400 páginas. 24,95 euros
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