Pasar la página del 28 de julio
La memoria de las elecciones presidenciales de hace un año exige reinventar la lucha democrática en Venezuela

El 28 de julio de 2024, la oposición venezolana logró su triunfo más contundente en un cuarto de siglo de lucha democrática. Inspirados por la promesa de María Corina Machado de ir hasta el final, los venezolanos eligieron a Edmundo González Urrutia como presidente con un estimado de 70% de los votos. Fue un golpe maestro. Sin embargo, a un año del fraude electoral, es indispensable hacer un balance: pese al marcado aislamiento internacional y el deterioro del gobierno chavista, Maduro sigue al mando desde el Palacio de Miraflores y su camarilla continúa en el poder. La oposición no solo no cobró su triunfo, sino que volvió a dividirse. Y hace unos días, el gobierno de Estados Unidos le entregó a Maduro un nuevo tanque de oxígeno al autorizar que Chevron siga extrayendo y comercializando crudo venezolano.
Es la hora de la verdad: Tío Sam no vendrá con sus marines a salvarnos, por más que designe al Cartel de los Soles como organización terrorista y cacaree que Maduro es el pran del Tren de Aragua. Maduro es un líder débil, pero ha sabido navegar el temporal sofocando el disenso en sus filas y desactivando la capacidad de movilización opositora mediante una represión masiva y despiadada. Sacó a María Corina Machado de las calles, donde era un peligro inminente, para confinarla en las redes sociales, donde menos daño directo puede hacerle. Peor aún: tiene un plan para reescribir la Constitución y atornillarse en el poder sin fecha de salida. Mientras tanto, los venezolanos enfrentan la amenaza de una nueva ola de hiperinflación bajo un régimen que decidió acabar con los derechos que, mal que bien, garantizaba la democracia.
Para Rafael Uzcátegui, director del Laboratorio para la Paz y un agudo observador del proceso político venezolano, el 28 de julio marcó un cambio tectónico en la forma del régimen: “Es el día en que el chavismo se transformó de un movimiento político en una fuerza de ocupación del territorio a partir de un fraude electoral para mantenerse en el poder a toda costa”.
El 28 de julio pudo haber sido la página final en la historia de destrucción democrática iniciada por Hugo Chávez en 1992 y que Maduro profundizó con fuerza cataclísmica. Pero no lo fue. Hay que reconocerlo y pasar la página tomando la fecha como parteaguas para reinventar la lucha democrática. Para los venezolanos, la pregunta axial es cómo seguir adelante con sus vidas sin renunciar a la búsqueda de cambio.
Las respuestas son variadas, pero todas pasan por superar los crecientes controles institucionales y represivos que bloquean cualquier posibilidad de recuperar la democracia.
Hoy, el campo opositor se divide en dos grandes corrientes: quienes apuestan por una fractura militar dentro del chavismo, con ayuda externa, y quienes buscan una cohabitación que permita reformas a largo plazo. Pero la primera carece de la fuerza para lograrlo y la segunda no cuenta con apoyo popular ni con capacidad operativa para ser un actor de peso.
Además, muchos dirigentes y cuadros de la primera línea han sido forzados al exilio o están detenidos arbitrariamente. Es el caso de líderes cercanos a María Corina Machado, como Juan Pablo Guanipa y Freddy Superlano. El ambiente represivo ha empujado a buena parte de la oposición a la clandestinidad o a una presencia mínima, limitada a lo virtual en el mejor de los casos.
El chavismo es hoy un régimen de facto. Pero eso no garantiza su estabilidad. Uzcátegui sostiene que Maduro necesita reconstruir su autoridad. La negociación que permitió el intercambio de rehenes con Estados Unidos a través de El Salvador, y que también facilitó la permanencia de Chevron en el país, es un paso en esa dirección. Sin embargo, estos “éxitos” no bastan para afianzar su poder a largo plazo. Para lograrlo, Maduro pretende reformar la Constitución e implantar un nuevo orden inspirado en el modelo chino: un gobierno férreo y vertical, centrado en sectores estratégicos, capaz de organizar la economía y gobernar la sociedad sin democracia política.
Pensar que Estados Unidos será un contrapeso efectivo frente a China en Venezuela es ilusorio. Al negociar con Maduro, el Tío Sam reparte palos y zanahorias sin contradecir la línea aislacionista de la era Trump ni rasgarse las vestiduras por la democracia. Como me recordó Uzcátegui: “vivimos un momento autocrático en el mundo”.
Todo esto debería ser para la oposición una ducha fría de realismo, el famoso baño de “ubicatex” que prescribían las tías. Debería servir sobre todo para sacar nuevas lecciones y desempolvar algunas viejas, nunca bien aprendidas, como aquella de que en la unión está la fuerza.
A propósito de esto, le pregunté a Uzcátegui qué debe hacer la oposición a partir de ahora. “Hay que entender el momento para trazar una ruta política cónsona basada en la resistencia. El chavismo se encuentra en fase terminal. Por eso, la mitad de las amenazas que lanza Maduro están dirigidas a su propio bando. Pero la oposición ha sido ineficaz en provocar un cisma que haga tambalear al régimen. Es necesario crear una plataforma política amplia que atraiga al chavismo desafecto. Fue algo que se le propuso a María Corina Machado en enero, pero no ocurrió. Esto daría mayor credibilidad al movimiento opositor ante aquellos que ya se han alejado del chavismo o que siguen dentro de él con enormes dudas, incluso entre quienes tienen cierto nivel de poder y quieren un futuro después de Maduro: el chavismo pragmático versus el chavismo terminal. O, por ejemplo, trabajar junto con el Partido Comunista, que ha venido formulando críticas muy fuertes al gobierno”. Existen además otros movimientos y dirigentes desprendidos del chavismo que, en años recientes, se han sumado a la lucha democrática.
Dado el despliegue represivo, quizás ya sea tarde para crear estos puentes, que algunos puristas de bando y bando considerarían contranatura. Pero no se ha intentado a fondo, y valdría la pena hacerlo. La otra propuesta de Uzcátegui –y es una que yo suscribo– es reexaminar la larga historia de luchas antidictatoriales en Venezuela y extraer de ella un conjunto de prácticas que ayudaron a articular el movimiento de resistencia clandestina que culminó con la caída del tirano desarrollista Marcos Pérez Jiménez en 1958.
No se trata aún de un plan, pero sí de elementos que podrían sumarse a una estrategia. María Corina Machado es la líder principal de este movimiento, y por lo tanto tiene el deber de encontrar la mejor ruta para continuar la lucha. A causa de su aislamiento, se le ha visto en redes y entrevistas abogar con pasión por el aislamiento financiero del régimen como palanca para lograr la salida de Maduro. Pero los últimos acontecimientos contradicen ese mensaje y exigen revisarlo.
Las posiciones maximalistas son importantes porque lo que está en juego es el regreso a la democracia. Pero también es evidente que el apoyo franco y directo de Estados Unidos no puede darse por seguro ni será suficiente para derrocar la dictadura. Pese a las desafiantes condiciones, es indispensable organizar y mantener una resistencia de abajo hacia arriba.
En los meses siguientes, es probable que Machado acuse el desgaste de no haber producido tras un año el ansiado “hasta el final”. Aunque su marca política sigue siendo fuerte, es natural que esto ocurra, como ya ha pasado antes. Pero eso no debería ser sino una alarma que la llame a reconocer el mundo en el que tiene que actuar: guiado por oscuros intereses, descaradamente pragmático y sin compromiso con los grandes ideales democráticos. También es una oportunidad para reevaluar alternativas a la mano con mente abierta y sin sectarismos.
La historia no se detuvo el 28 de julio: pasar la página no es capitular ni olvidar; es iniciar una nueva con otra estrategia, más unidad y mejor visión.
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