‘Por la punta de la nariz’, un Pinocho político para el siglo XXI
Roberto Sosa y Luis Roberto Guzmán protagonizan en el Teatro Varsovia una “tragifarsa existencial” que explora las grietas de la verdad y el poder


En el escenario del teatro Varsovia ocurre una batalla emocional. En Por la punta de la nariz… ganó la presidencia, el poder no se alza con discursos ni votos, sino con silencios incómodos, recuerdos de infancia y un tic revelador que convierte al protagonista de la obra en una suerte de Pinocho político del siglo XXI.
En el corazón de la colonia Juárez inicia una coreografía verbal milimétrica entre el presidente electo de un país sin nombre (pero con muchos parecidos) y el psiquiatra que debe liberarlo de un misterioso picor nasal que lo aqueja cada que intenta leer su discurso. Pero el tiempo apremia: en hora y media (el tiempo que dura la función) debe salir a hablarle al pueblo que lo eligió.
El pretexto es simple, fársico, pero la ejecución precisa. “Cuando empieza la obra es como lanzarte del bungee”, confiesa Roberto Sosa, quien da vida al atribulado mandatario. “Es un ping pong, y no puedes dejar que la pelota caiga nunca”. A su lado, el puertorriqueño Luis Roberto Guzmán —quien vuelve al teatro tras años de ausencia— interpreta al psiquiatra con la atención de un “francotirador”. “Debo estar pendiente de cada movimiento suyo, como cazar el momento exacto en que se desvía de la verdad”, puntualiza.
Ambos actores se enfrentan, se contienen y se acompañan en un duelo de inteligencias y vulnerabilidades. Y conversan en escena desde una complicidad construida. “He descubierto a un cómplice”, dice Guzmán, mientras Sosa resume a su compañero en cuatro coordenadas: “Inteligencia, sensibilidad, generosidad y lealtad”.
La obra, escrita por Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patellière —basada en El electo del español Ramón Madaula— ha sido adaptada al contexto mexicano por Julio Cann y es dirigida por Benjamín Cann. El montaje, lejos de los adornos habituales de las grandes producciones, recurre a la base del teatro: el juego actoral y la imaginación del espectador. Dos sillas se convierten en diván, púlpito, en “un juego teatral. “Estamos hablando de temas muy serios desde un lugar lúdico”, explica Guzmán.

La risa aparece en el público, pero al mismo tiempo los desarma. Cuando ríen, también se sienten aludidos, interpelados y confrontados. Porque la pieza no se queda en la caricatura del político corrupto, sino que hurga en la dimensión más humana —y por ello más universal— del acto de mentir. “Todos hemos mentido”, dice Sosa con una sonrisa. “De niños, cuando nos cachaban comiéndonos lo que no debíamos. Mentimos para salvar el pellejo, para proteger al amigo, al primo. La mentira está intrínseca en el ser humano”.
La obra no emite un juicio moral, no hay sermones, pero sí revelaciones. Por momentos, el escenario se convierte en un confesionario en el que ambos personajes —y los espectadores— se ven obligados a revisar su propio mosaico de verdades a medias. De ahí que Sosa acuñe el término “tragifarsa existencial” para definir la obra: “La vida misma es eso. Lo que hoy te hace llorar, mañana te hace reír a carcajadas. Es un vaivén de géneros y emociones”.
Con funciones de viernes a domingo, Por la punta de la nariz… ganó la presidencia se inscribe en las celebraciones por los 50 años de carrera del productor Morris Gilbert, figura clave del teatro contemporáneo en México. Pero más allá del aniversario, el montaje confirma una apuesta por el riesgo: confiar en un texto para dos voces, sin artificios, que desnuda con humor las grietas de la psique política y humana.
En una época donde el cinismo parece haber contaminado el discurso público, esta obra no propone soluciones ni redenciones, pero sí una certeza: la mentira, tarde o temprano, se revela. A veces, por la punta de la nariz.
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