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NICARAGUA
Tribuna
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Gracias, mamá, ¡misión cumplida!

Mi madre nos deja testimonio que se puede y se pudo, que nadie nos regala la libertad, ni la democracia. Que debemos luchar por ello cuando no se tienen, y por conservarla quienes tienen la dicha de poseerla

La expresidenta nicaragüense Violeta Chamorro.

Quiero empezar con un agradecimiento para Costa Rica, su Gobierno, su pueblo y su iglesia por abrirnos un país a todos los desterrados nicaragüenses. Ese país que hoy nos permite honrar el derecho a dar digna sepultura a nuestra querida madre, Violeta Barrios Chamorro, recordada en Nicaragua como la “presidenta de la democracia y la paz”.

En 1989, cuando le pregunté qué sentía frente a encuestas y visitas de nacionales y extranjeros que le decían que ella era la única que podía derrotar a Daniel Ortega en las elecciones de 1990, con la sencillez que le caracterizaba, respondió: “Si Nicaragua me necesita, yo lo hago”.

Y fue así que le dijo “sí a Nicaragua” y abrió su corazón de par en par a la esperanza de una patria libre, en paz y reconciliación, para convertirse en “presidenta de todos los nicaragüenses”, como le gustaba llamarse.

Al amparo de los acuerdos de Esquipulas, su campaña electoral fue la de toda Nicaragua, poniéndose de pie, sin miedo, levantándose con dignidad para votar por la democracia y la paz.

Durante 170 días, con muletas o en silla de ruedas, recorrió todo el país al lado del pueblo, invitándolo a votar, dejando así constancia histórica que los nicaragüenses hemos querido siempre vivir en libertad.

Al margen de los detalles políticos, su historia nos enseña cómo un demócrata —en su caso, una mujer— puede cambiar el rumbo de un país no sólo por la vía electoral o por el grado universitario que ostente —que mi madre no tuvo uno—, sino por el arte de servir a la política y al poder sin servirse de estos.

Su triple transición, el paso de la guerra a la paz, del totalitarismo a la democracia, y de una economía estatizada a la de libre mercado, en compañía de todos sus “muchachos” —como llamó a su equipo de trabajo— sintetizan su periodo presidencial. Una vez más agradecemos a los hombres y mujeres que se reunieron confiando en mi madre para fundar las bases de lo que quiso ser la República de Nicaragua.

Ella nos decía que no quería pasar a la historia como un Gobierno que aplastó a sus opositores, sino en reconciliación, que es la política del respeto mutuo, esencia de un sistema democrático y humanista.

Y así, gobernando con “guantes de seda”, logró que debates y diálogos políticos sustituyeran las balas, y se establecieran cuatro poderes independientes, porque como nos enseñó mi padre, Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, declarado Héroe Nacional: “Donde no existe independencia de poderes, tampoco hay democracia”.

Enterrar los fusiles y la hiperinflación, someter el poder militar al civil e institucionalizar la defensa de la libertad de expresión son hechos que, entre 1990 y 1997, caracterizaron el período de la presidenta Chamorro después de dos dictaduras.

“Doña Violeta” —como la llamaban—, lo hizo con profunda gratitud y especial reconocimiento a la comunidad internacional que respondió al desafío de esa triple transición única en América Latina en los noventa.

Mi madre reiteró varias veces que ingresó a la política por su gran amor a Nicaragua. Lo hizo con la energía que le dio la pasión de su corazón de mujer, teniendo presente los valores democráticos de su marido asesinado, mi padre Pedro Joaquín Chamorro Cardenal.

Confesaba con humildad que no sabía cómo iba a enfrentar cada uno de los desafíos de un gobernante, pero sí estaba clara de lo que la gente quería y de ahí estableció sus prioridades de mandataria.

A veces parecía no intervenir en nada, pero estaba presente en todas partes, pendiente de cada detalle, con esa visión universalmente doméstica de madre por encima de todas las cosas. Gobernó sin cambiar su naturaleza femenina de la hija, la esposa, madre, abuela y bisabuela que fue.

Nos decía que no tenía que haber estudiado psicología para entender, con su sexto sentido, lo que la gente sentía contra la opresión dictatorial. La intuición de mujer que decía tener le permitía distinguir perfectamente si en las emociones que despertaba mantenía o no la esperanza y la ilusión en su pueblo.

Y solo en el secreto de su alma con mucha humildad, guardaba sus halagos y satisfacciones, que no ventiló nunca, ni siquiera en sus memorias.

Su paso por la presidencia de Nicaragua nos invita a valorar el respeto a las libertades públicas en base a la Ley y la Constitución Política, el ejercicio de la autoridad presidencial sin encarcelar, desterrar o confiscar al adversario; sin hostigar el aire con discursos inflamatorios, sin andar con despliegues de poder exagerados… Su historia no la podemos separar de la de mi padre, Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, periodista asesinado en 1978 por la dictadura somocista, quien triunfó en la presidencia de Violeta Barrios de Chamorro.

El legado de ambos es una contribución a la creación de un consenso nacional en relación al desafío que tenemos en este momento y es el siguiente: que “Nicaragua vuelva a ser República”.

¿Cómo darle las gracias por tanto sacrificio y esfuerzo?

Hago propia una cita de mi padre —maestro siempre— quien en 1960 nos enseñó la respuesta que, en señal de agradecimiento, debemos dar a los verdaderos patriotas. Dice así: “Para los patriotas no hay más que un modo de dar gracias y este es permaneciendo fiel al ideario de las grandes reivindicaciones americanas, que actualmente son la libertad política y la erradicación de la miseria de nuestros pueblos. Solo así se pueden dar las gracias”.

No fue fácil. La vimos sufrir los dilemas del poder pero asumir sus retos con valentía colosal. Decía sentirse inmune a la crítica cuando el bien común estaba de por medio. Mi madre nos deja testimonio que se puede y se pudo, que nadie nos regala la libertad, ni la democracia. Que debemos luchar por ello cuando no se tienen, y por conservarla quienes tienen la dicha de poseerla.

¡Gracias, mamá, vos lo hiciste y se puede, ¡misión cumplida!

Agradecemos tu vida entre nosotros.

Te extrañamos desde antier, cuando falleciste, pero esperamos que descanses en paz en este país, al que antes llegaste exiliada con mi papa hace casi cincuenta años. Volviste temporalmente al cuido de tus hijos forzados al destierro y hoy a reposar con tu hija menor aquí fallecida, Maria Milagros Chamorro Barrios.

Una cosa más: no te preocupes, te llevaremos pronto al lado de tu amado cuando Nicaragua vuelva a ser la República de todos los nicaragüenses y volvamos a gozar de la paz y libertad de tus tiempos.

¡Gracias por tanto! Y un beso grande de aquí hasta el cielo.

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