Las tasas de deforestación en tierras de afrodescendientes en Sudamérica son hasta un 55% más bajas
Estudio describe las ventajas medioambientales de estos territorios en Brasil, Colombia, Ecuador y Surinam


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“Finalmente, tenemos un precedente científico que afirma algo que para las comunidades ya era bastante obvio”, afirma Hugo Jabini, líder del pueblo Saramaka Maroon, descendiente de esclavos africanos autoliberados en Surinam. En América Latina, los afrodescendientes se han convertido en administradores ambientales cruciales, pues los territorios en los que habitan no solo tienen una mayor riqueza de biodiversidad y captura de carbono, sino que presentan tasas de deforestación hasta un 55% más bajas, según un estudio que acaba de ser publicado en Nature Communications Earth and Environment.
Aunque este vínculo entre los afrodescendientes y la conservación no es nuevo, el trabajo lo aterriza a partir de datos. Tras comparar las tierras custodiadas por estos pueblos en Brasil, Colombia, Ecuador y Surinam, con áreas que cumplían criterios similares - como geografía, temperatura y cercanía a ciudades -, pero que no eran gobernadas por afros, los científicos encontraron que la perdida de bosques es 29% más baja cuando las demarcaciones afros están ubicadas dentro de áreas protegidas y hasta un 36% menores cuando sus territorios están fuera de ellas. En el caso de tierras afro que están al borde de zonas de conservación, las tasas de deforestación disminuyen en un 55%.
“Es el primer estudio que combina distintos métodos para cuantificar estas ventajas”, agregó la doctora Sushma Shrestha, autora principal y científica social del Centro Moore para la Ciencia de Conservación Internacional. Es más, la evidencia recolectada también apunta a que, aunque las zonas administradas por afrodescendientes apenas representan el 1% del territorio de los cuatro países analizados, alberga tres veces más especies amenazadas que otras regiones. En promedio, dice el documento, estos ecosistemas tienen una media de 6,8 toneladas de carbono irrecuperable por hectárea frente a las 5.2 de los totales nacionales combinados”, explican, refiriéndose al carbono que, si se pierde debido a la destrucción de los bosques, no podría volver a capturarse durante al menos 30 años.

Sin embargo, los investigadores advierten que el único país donde las tierras afros no se asociaron con una reducción constante en la pérdida de bosque, fue en Surinam. Allí, explicó Jabini, el Estado no reconoce legalmente a los afrodescendientes. Los lugares que entraron a ser parte del estudio fueron en los que habitan los Saramaka – gracias a que la Corte Interamericana de Derechos Humanos falló a favor de reconocer sus derechos territoriales tradicionales en 2007 - y zonas en la región costera que afrodescendientes compraron a los dueños de plantaciones cuando estos últimos decidieron irse del país. “Está gobernada de forma colectiva, pero no es reconocida legalmente como tal”, cuenta el líder que tuvo que dejar Surinam por amenazas.
El líder espera que el estudio sirva para que su país tome otro rumbo. Además, para que, en negociaciones internacionales como la Conferencia de Biodiversidad de Naciones Unidas, o su análoga sobre cambio climático que se celebrará en Brasil en noviembre, la COP30, los afrodescendientes tengan más voz y, ojalá, voto.
Conocimientos desde 1500
Martha Rosero, coautora y directora de inclusión social de Conservación Internacional, es oportuna al decir que “los datos no cuentan por sí solos”. Por eso, paralelamente, el equipo también buscó responder a la pregunta de por qué estos territorios se han conservado a lo largo de tantos años. “Buscamos en más de 150 artículos indexados qué hay sobre su gestión ambiental desde que llegaron a las Américas a principios de los años 1500”.
Lo que encontraron es que el éxito se debe una mezcla de prácticas que traían desde África, sumado a paisajes diseñados para sobrevivir cuando lograban escapar de la esclavitud. “Debido a los esfuerzos de domesticación realizados en África a lo largo de 3.000-8.000 años, junto con los intercambios de especies con Asia, los bosques tropicales africanos experimentaron una notable transformación en bosques alimentarios”, plantea la investigación. Fue un conocimiento que atravesó el Atlántico con los afros.
Rosero clasifica las estrategias en cuatro. Primero, está la capacidad de adaptarse a ecosistemas distintos, incluyendo tanto la que lograron con plantas y animales traídos de África, como el acoplamiento de las comunidades mismas a nuevas condiciones. Lo segundo ha sido una diversidad de sistemas de producción, como parcelas alimentarias, agro bosques, huertas y ganadería tecnificada.
Para el tercer punto, la experta habla de una “agricultura de escape”, en la que se incluye un interés particular por identificar especies con propiedades médicas o alimentarias que dio como resultado ecosistemas con altísima biodiversidad. Incluso, entre los afrodescendientes de Surinam, se ha asociado que costumbres como minimizar el despeje de tierras y las quemas, que en principio tenían el objetivo de tener cómo esconderse, tuvo el doble efecto de abogar por el ambiente. Finalmente, señaló Rosero, los afros han incorporado el conocimiento etno-botánico y heredado una espiritualidad que, “permiten la sostenibilidad del paisaje”.
En otras palabras, y como lo pone Jabini, las “áreas en las que hemos vivido los afrodescendientes se han vuelto más saludables”. No es una percepción o una conjetura. Es una evidencia que, espera, se tenga en cuenta a la hora de que la región tome decisiones sobre cómo subsistir durante los próximos años.
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