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Josefina Klinger, la lideresa que convirtió el canto de las ballenas en la fuerza de Nuquí

Afianzando valores ancestrales como la mano cambiada, la minga y el trueque, ha logrado transformar su territorio. Con la corporación Mano Cambiada consiguió que la comunidad tejiera una red solidaria que hoy beneficia a unas 9.000 personas

Desde 2006, Josefina Klinger (Nuquí, Chocó, 60 años) dirige Mano Cambiada, una corporación que promueve, por encima de cualquier cosa, las relaciones solidarias para sembrar el desarrollo social de los habitantes del Pacífico. Cien familias se han visto beneficiadas de manera directa por el impulso que Klinger origina desde la organización, y 9.000 más de forma indirecta, porque “lo que se mueve en Nuquí siempre genera cambios en otras familias de territorios cercanos, como Bahía Solano. En el Pacífico todo funciona de forma engranada”, dice.

Ella siente orgullo al decir que es, además, la directora del Festival de la Migración del Pacífico Colombiano, un evento que, en el proceso de celebrar la riqueza natural del Golfo de Tribugá —uno de los lugares más biodiversas del mundo—, ha empoderado a la comunidad y transformado su visión. “El festival celebra la vida y promueve en la nueva generación un paradigma distinto: en vez de pobreza, exclusión y victimización se habla de responsabilidad compartida, valores ancestrales, empatía y el cuidado de lo común”, explica.

Solo este año, al evento en Nuquí asistieron 150 mujeres de distintos corregimientos y comunidades indígenas, más de 400 niños de toda la región, 100 adultos mayores y 250 jóvenes, además del público voluntario que participa en los espacios académicos. Estos últimos, tienen cada año un concepto que los inspira: en 2024 fue “sentir diferente para ser diferente” y en 2025 “cuidarnos para decidir”. “Como humanidad tenemos que hacer cambios si queremos tener resultados distintos. Y debemos reforzar la práctica del cuidado, no solo el propio, sino el de la familia extensa”, cuenta Klinger.

El camino de Klinger ha sido largo. Ella dice que tiene su ombligo sembrado en Nuquí. Nació allá, en las playas chocoanas del Pacífico norte, donde Narcisa Zúñiga, su mamá, la trajo al mundo antes de llevársela a Panamá hasta sus 5 años. “Al volver, me fui a vivir a Quibdó con mi papá y con su esposa; tuve muchos hermanos, muchos, así que todo se repartía por los afectos más cercanos. Yo empecé a trabajar desde mis 7, porque todo me lo ganaba de esa manera”.

Ya joven, viajó a Nuquí a reencontrarse con su mamá, allá nació su primer hijo y regresó a Quibdó porque, pensaba en ese entonces, en Nuquí no pasaba nada. “Eso creía yo, que acá se quedaban los fracasados”. Con la falta de apoyo que la acompañó durante largos años y con dos hijos, buscaba oportunidades, levantándose antes de que saliera el sol y acostándose solo después de dejar a los niños dormidos. Buscaba formas de ingresar al sector público en esa capital. “Pero había una práctica terrible en ese sector: si las mujeres querían progresar, debían acostarse con los jefes. Yo jamás accedí a eso. Siempre fui rebelde con eso”, recuerda.

Sin alternativas laborales, regresó a Nuquí con el fantasma de que era la tierra de los fracasos. Su meta era encontrar a un turista que la contratara como empleada doméstica: “Era a lo único a lo que pensaba que podía aspirar para que mis hijos no aguantaran hambre”. Con la promesa de que le trabajaría solo seis meses, encontró a una turista que la contrató: “Fue en ese tiempo que algo pasó. Empecé a ver a Nuquí de una manera distinta, porque cuando el territorio brinda posibilidades, uno se queda. Se despertó en mí una vocación que me va a acompañar hasta el día en que me muera: la búsqueda permanente del bien común”. Fue así como logró conformar un movimiento comunitario que impulsa el desarrollo del territorio.

Nuquí: la fuerza que heredó

Hay una idea que Klinger ha defendido desde entonces: que no se puede desacomodar el bien común por favorecer el particular. “Lo que hemos querido hacer durante casi 20 años en Mano Cambiada es demostrar que Nuquí no es un hotel con pueblo. Gracias al trabajo de toda la comunidad hemos hecho de nuestro territorio un destino de fuerza social que está por encima de las narrativas marcadas por la violencia que ha atravesado al Pacífico colombiano”, dice.

Gracias al trabajo de Klinger, que en 2015 le mereció el reconocimiento Mujer Cafam Chocó, se ha fortalecido la forma de construir soberanía territorial y nutrir más dimensiones de la economía. Cada familia tiene un papel, “desde quienes venden la gasolina para las lanchas, hasta quienes la compran; los que alquilan la lancha, los que venden el pescado. Esto se hace para darle solidez a una idea: el territorio se defiende entre todos”. Fue bajo esa máxima que tomó la dirección del Festival de la Migración.

El Festival de la Migración, la alegría que sostiene a Klinger

Klinger cerró los ojos frente al mar de Nuquí. Había esperado durante horas que las ballenas se asomaran, pero el agua seguía quieta. Entonces, apoyó las manos en el pecho y pidió que, si en alguna vida pasada, había herido a una ballena de esas mismas aguas, la perdonaran, que le permitieran estar ahí, en paz, entre ellas. Cuando terminó la oración y abrió los ojos, un canto lejano surcó el horizonte. “Una ballena me había respondido”, cuenta ella para referirse a uno de sus mayores orgullos: el Festival de la Migración del Pacífico Colombiano.

Desde 2010 tomó la coordinación de este evento. Antes, lo que se conocía de Nuquí era por relatos ajenos a los de la región. “La narrativa externa siempre quiso definir nuestra historia y nuestro destino”, dice. Pero eso cambió: con el festival, los habitantes narran su territorio, siempre guiados por la brújula más antigua de la zona: el canto de las ballenas, “que es la forma de decirle al mundo que nosotros tenemos un lugar y una voz”.

El Pacífico colombiano ha sido históricamente herido por la violencia armada, el despojo y la desigualdad, ingredientes para un banquete de heridas que Klinger busca conjurar con el festival: “El odio desempodera. El festival se hace para desinstalarlo y crear una narrativa que empodere nuestra historia”, afirma ella.

El Festival de la Migración del Pacífico Colombiano celebra la biodiversidad que alberga esa zona del país —las ballenas, las aves, las tortugas, los manglares— y la fuerza cultural de su gente. Se hace la última semana de agosto de cada año y se ha posicionado como una experiencia turística de impacto y de aprendizaje a través del arte, el avistamiento de ballenas y las visitas al Parque Nacional Utría.

El evento es una apuesta para que los niños y jóvenes del Pacífico crezcan asumiéndose como los guardianes de la riqueza natural de su territorio, como lo señala Klinger: “Hemos logrado reducir de manera sustancial el consumo de tortugas; nuestros niños y jóvenes conviven de manera mucho más amable con las ballenas” y, según cuenta, han entendido el papel que tienen como portadores de los legados ancestrales.

Todos los días Josefina Klinger mira el planchón largo del océano y cierra los ojos para encontrar nuevas formas de convivir con las ballenas que cada año llegan, y para que el canto de ellas haga que Nuquí se reencuentre con su propia voz y con su propia historia. Ella considera que de aquel detalle –escuchar a las ballenas– nació su vocación: trabajar con su gente para proteger a Nuquí.

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