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César Caicedo, impulsor de una dulce historia multinacional colombiana

El presidente del gigante vallecaucano de dulces y golosinas Colombina catapulta el negocio familiar con una receta que mezcla empatía, internacionalización y protección al medioambiente

En tiempos de negocios digitales en los que todo se soluciona desde un celular, una multinacional casi centenaria y familiar se ha posicionado en primera línea por su capacidad de innovación y compromiso social. Se trata de Colombina, uno de los tres mayores fabricantes de dulces y golosinas de América Latina. La receta, desde su fundación, ha estado en manos de los mismos dueños, los Caicedo. Hernando, patriarca vallecaucano y fundador de todo, dejó el testigo a su hijo Jaime a mediados de los años 40 del siglo pasado. Y César, su primogénito, lo sucedió con tan solo 33 años a partir de 2002. Hoy muchos lo describen como el gran “modernizador” de la firma. Él matiza los adjetivos: “Mi abuelo siempre tuvo una visión muy clara de que una empresa tiene que ser una buena integrante de la comunidad donde actúa. Lo que pasa es que ahora todas esas responsabilidades, que ya estaban en el ADN, se han formalizado, e incluso hay índices internacionales para calificar las buenas prácticas”, reflexiona en una videollamada desde Cali a través de Teams.

Colombina, con operación en 15 países y división de salsas y enlatados, ha cobijado el compromiso social como parte de su legado centenario. Basta recordar que por noveno año consecutivo figura en el escalafón mundial de empresas de alimentos más sostenibles, según el anuario confeccionado por la agencia S&P Global 2025. A este logro se suma la calificación perfecta (100/100) otorgada por el Ministerio del Trabajo con la asesoría técnica del PNUD dentro de su Sello Equipares, que evalúa los esfuerzos por cerrar las brechas de género. Sin embargo, César Caicedo cuenta que no solo es un mero ejercicio de contaduría para igualar salarios. También ha buscado romper paradigmas culturales que limitaban el acceso de mujeres a puestos de trabajo que se creían reservados a hombres.

En 1995, una ley creó incentivos tributarios para atraer grandes empresas a una zona remotas y devastada del suroccidende de Colombia. Unos pocos creyeron en ella. Los Caicedo apostaron por Santander de Quilichao y construyeron, hace un cuarto de siglo, una moderna planta de galletas y pasteles en esa zona del norte del Cauca, golpeada por la violencia del conflicto armado. Colombina es hoy la mayor empleadora del área. “Estudiamos la decisión y centralizamos la operación galletera a las afueras del municipio. Fue paso a paso: hoy generamos 1.200 empleos directos. Además, contamos con una granja solar de 4.890 paneles que cubre casi un cuarto de nuestras necesidades eléctricas, y el 95% de los residuos se recicla”, explica el presidente ejecutivo de una multinacional que produce dulces tan icónicos como las colombinas Bom Bom Bun, acaso el bombón con chicle más vendido en el mundo, o la crema de chocolate esparcible Nucita.

Caicedo, sin embargo, señala que su golosina preferida es la barra de chocolate Muuu. “En las estadísticas se refleja que el 80% de las empresas familiares no sobreviven a la tercera generación. Nosotros hemos sido una de las excepciones afortunadas. Detrás hay una operación muy profesional, pendiente de actualizarse con las tendencias administrativas, tecnológicas y de relacionamiento. En nuestro caso tenemos un grupo de interés muy importante, que son los accionistas, velando con cuidado y muy de cerca para que se cumplan las metas de la empresa”, reflexiona.

Es economista con maestría en finanzas de la Universidad de Tufts, en Massachusetts (Estados Unidos). No tiene redes sociales. Sobre los orígenes de Colombina ha relatado que, en 1927, cuatro amigos se reunieron con su abuelo –abogado de profesión– para idear un negocio que aprovechara los excedentes de azúcar de la producción de panela en un pequeño trapiche que Hernando Caicedo convertiría después en el poderoso ingenio Riopaila. El proyecto pintaba bien sobre planos. Pero vino el Gran Crash de 1929 y se llevó como un vendaval los pilares del emprendimiento. El patriarca de la familia fue el único que decidió seguir adelante y remontar vuelo.

La economía colombiana superó aquella crisis hacia 1932. Casi un siglo después, los recuerdos y enseñanzas emergen como parte de la clave para alcanzar la longevidad corporativa. “En el mundo de los negocios, competitivo y lleno de retos, las discusiones deben ser abiertas y francas. No hay nada más riesgoso que buscar un entorno complaciente”, admite Caicedo. Quienes lo conocen aseguran que a sus 57 años se atiene a unos principios de empatía que trata de preservar con obstinación, bien sea en el despacho del dueño de un banco en Nueva York o con los operarios de alguna de las plantas en Colombia.

De ese retrato de ida y vuelta –entre el ejecutivo internacional y el líder que se mueve en sus fábricas como uno más– surgen otras iniciativas para dinamizar el Valle del Cauca, su departamento natal. Por ejemplo: la Fundación Colombina, junto a otras dos entidades, ha impulsado en Santander de Quilichao, Tuluá y su extrarradio –entornos con altas tasas de violencia– un programa bautizado Big Brother Emprendedores. Se trata de un concurso con el fin de fortalecer a pequeños empresarios locales en asuntos de suministro o servicios. A lo largo de toda esta historia late la visión de César Caicedo. Un alto ejecutivo que suele sintetizar en una frase el corazón de su negocio: “Colombina le trae felicidad a la gente a través del sabor”.

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Sobre la firma

Camilo Sánchez
Es periodista especializado en economía en la oficina de EL PAÍS en Bogotá.
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