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ELN
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Qué hacer con el ELN?

Para ganarle el pulso al ELN, hay que quitarle la población con desarrollo económico, inclusión social y presencia efectiva del Estado. Construir Estado social de derecho y economía social de mercado en todo el territorio nacional

Un miembro del ELN en Chocó, en 2017.

El Ejército de Liberación Nacional (ELN) está cerrando el año como lo empezó: matando soldados. Es lo que sabe hacer, en especial en vísperas de elecciones. Ninguna novedad. Quizá lo novedoso sea la consolidación de su flotilla de drones, como quedó demostrado en el ataque a la base militar de Aguachica (Cesar), atribuido al frente Camilo Torres, que utilizó drones cargados con explosivos. El saldo: siete soldados muertos y treinta heridos. Se trata de un arma que esta organización viene desarrollando desde 2018, cuando aparecieron los primeros reportes en Tumaco (Nariño), inicialmente como herramientas de inteligencia, vigilancia y reconocimiento, y que hoy emplea para acciones ofensivas.

Según fuentes de inteligencia y expertos, los elenos buscan ahora construir drones con mayor capacidad de carga —entre 10 y 30 kilos—, destinados exclusivamente a fines militares. Ya sabemos qué nos espera en 2026. Esta evolución confirma un cambio sustancial en el conflicto armado colombiano: pasamos de los cilindros bomba de las FARC a los drones armados del ELN.

Estos dolorosos hechos son un trago amargo para el presidente Gustavo Petro, quien hace cuatro años prometió hacer la paz con este grupo en tres meses. Leyó con ingenuidad —o con arrogancia— a esta organización. No llegó al exabrupto de Donald Trump, quien aseguró que pondría fin a la guerra en Ucrania el primer día de su mandato, no. Pero lo cierto es que, en materia de paz, es poquísimo —para ser indulgente— lo que su Gobierno puede mostrar: apenas lo alcanzado con la escisión denominada Comuneros del Sur. Un resultado positivo, sí, pero muy pequeño.

Este fracaso, celebrado con entusiasmo por algunos candidatos presidenciales, les ha servido para reivindicar la vieja fórmula de la mano dura, como si esta no hubiera fracasado también. Conviene recordar que el periodo de mayor crecimiento del ELN fue durante la Presidencia de Iván Duque (2018–2022), que no adelantó ningún proceso de negociación.

El fracaso de la ‘manu militari’

En 2002, Álvaro Uribe Vélez, recién posesionado y tras decretar la conmoción interior, se fue a despachar a Arauca. Ansioso por estrenarse como comandante en jefe, quiso liderar las operaciones en persona. Declaró los municipios de Arauca, Arauquita y Saravena zona de rehabilitación y consolidación, y les asignó un comandante militar. Un teatro de operaciones. En noviembre de ese año, unos 700 soldados rodearon Saravena. Más de 2.000 personas fueron detenidas en el estadio municipal, fotografiadas, grabadas en video, interrogadas y sometidas a verificación de antecedentes. La operación buscaba capturar guerrilleros. Uribe regresó a Bogotá sin resultados tangibles. Uribe no pudo derrotarlos en ocho años de gobierno, ni Duque en otros cuatro.

Puede establecerse cierto paralelismo entre aquel fracaso y el actual, con una diferencia sustancial: en el caso de Petro no hubo violaciones de derechos humanos ni desgaste de la fuerza pública con falsos positivos. La paz total, como la guerra total, fue una quimera. Ambos fracasos confirman la necesidad de rediseñar una estrategia que rompa con la dicotomía histórica de negociación o confrontación. El componente militar es parte de la solución, pero no la solución.

Volver a estudiar la cuestión

Muchas cosas han cambiado en los últimos años. Para empezar, existe una crisis en Venezuela de pronóstico reservado. ¿Quién puede prever lo que ocurrirá en ese país hermano, donde, atraídas por enormes riquezas, han metido sus garras grandes potencias, en especial Estados Unidos? A ello se suma la consolidación de poderosas estructuras delictivas de carácter transnacional, capaces de poner en jaque a Estados débiles como Colombia y Venezuela, e incluso a otros más robustos, como México. Son tan poderosas que ni siquiera Estados Unidos ha logrado frenar el ingreso de drogas ni la salida de armas. En los últimos 30 años, estas mafias no han hecho sino fortalecerse: la prueba reina del fracaso de la política antidrogas de Washington.

En este contexto, está claro que hoy ni el ELN entiende al país, ni el país entiende al ELN. Una cosa sí parece cierta: a esta organización no le interesa tomar el poder ni hacer una revolución. Por ello es indispensable reestudiarla desde paradigmas analíticos distintos y formular nuevas preguntas: ¿qué quiere realmente y dónde residen sus principales fortalezas? ¿Tiene sentido seguir viéndola como la guerrilla de ideales justicieros de los años sesenta, integrada por universitarios y campesinos que soñaban con una revolución al estilo cubano, en plena Guerra Fría? ¿Es objetivo reducirla a un grupo de simples narcotraficantes y captadores de rentas ilícitas que solo buscan controlar territorios?

Solo haciéndose las preguntas correctas se obtendrán respuestas correctas. Lo demás es caminar a ciegas, incubar nuevos fracasos y repetir viejas historias. Algún precandidato capitalino cree que el problema se resuelve teniendo más drones que ellos. Si así fuera, el asunto ya estaría resuelto. La realidad es mucho más compleja.

La clave venezolana

Hay un factor adicional sobre el que existe mucho ruido y poco estudio: Venezuela. Allí el ELN ha crecido en hombres y armas a un ritmo superior al de Colombia. Y no necesariamente por el apoyo directo de Nicolás Maduro, como sostiene la oposición en ambos países, sino por una razón más poderosa: el oro. El control del Arco Minero del Orinoco (AMO), en los estados de Bolívar, Amazonas y Apure, es objeto de disputa entre diversos actores armados que se lucran de la minería ilegal de oro, coltán y diamantes. Allí han encontrado una fuente inagotable de financiación. Una parte significativa de los ingresos del ELN proviene de esta actividad. Lo mismo ocurre con las disidencias de las FARC, la Segunda Marquetalia y los garimpeiros brasileños. Son estructuras ricas. ¿A cambio de qué van a desmovilizarse? Un factor que el gobierno Petro no sopesó suficientemente.

La conclusión preliminar es clara: mientras no se normalice la situación venezolana y Colombia no resuelva sus déficits de gobernanza territorial, será imposible superar este conflicto. No se resolverá mediante una invasión estadounidense como creen algunos líderes venezolanos y colombianos. Basta mirar Irak o Afganistán para comprobar que las intervenciones extranjeras multiplican los actores armados irregulares. Por el contrario, una invasión es algo que esa agrupación anhela, pues le daría una bandera justificativa que hoy no tiene.

Para ganarle el pulso al ELN hay que quitarle la población con desarrollo económico, inclusión social y presencia efectiva del Estado. Construir Estado social de derecho y economía social de mercado en todo el territorio nacional. Y como bien me lo señaló la jurista y amiga Sandra Morelli, colega de la Academia Colombiana de Jurisprudencia, modificar el ordenamiento territorial, sin esto no habrá paz. Una tarea con poca audiencia en el Congreso de la República, que demandaría una Asamblea Nacional Constituyente.

Saber qué hacer con el ELN exige replantear conceptos y admitir una verdad incómoda: estamos frente a otra cosa que se ha metamorfoseado. La cuestión es que aún no sabemos exactamente qué es esa otra cosa. Reconocerlo no es una invitación a paralizarse, sino a sincerarse, y a partir de ahí, tejer un consenso nacional que perdure, para no cambiar la estrategia cada cuatro años. ¿Qué dicen los candidatos presidenciales?

@gperezflorez

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