Cajicá, el pueblo que se volvió modelo de la educación pública en Colombia
A través de un programa integral de formación académica, docente, familiar y socioemocional, el municipio consolidó un modelo educativo que impulsa a Cundinamarca en las pruebas Saber 11


Hace poco menos de dos semanas, Emilio Torres se graduó del colegio IEM Carlos Lozano, en el municipio de Fusagasugá, en el sur de Cundinamarca, donde nació y vive. Al menos hasta el próximo año, cuando tendrá que mudarse a Bogotá para comenzar su carrera de Medicina, probablemente en la Universidad Nacional, su primera opción, aunque también considera Los Andes y la Javeriana. Los 437 puntos que sacó en la prueba Saber 11, el examen estandarizado estatal de máximo 500, le dan para entrar a cualquiera, aunque en la Nacional tendrá que afrontar un examen adicional. En lectura crítica y matemáticas obtuvo un perfecto 100.
Desde pequeño destacó como estudiante y gracias a eso entró al programa de Talentos Excepcionales de la Fundación Alquería, que pagará su matrícula y manutención cuando comience su vida universitaria. El programa es parte de la estrategia de fortalecimiento de la educación pública que creó la Fundación para el municipio de Cajicá, en el centro del departamento, y que hoy se expande por todo ese territorio con el trabajo articulado de la Gobernación. Gracias a él, Cundinamarca fue este año el departamento con el mejor puntaje de colegios públicos en la Saber 11 (268), por encima del promedio nacional (261) y solo por debajo de Bogotá. En total, el programa ha llegado a 146.600 estudiantes y 8.000 docentes de 200 colegios públicos en 93 de los 116 municipios del departamento que rodea a la capital, según datos de la fundación.
La iniciativa comenzó en 2010 en Cajicá, cuna de la empresa de lácteos Alquería. Su presidente, Carlos Enrique Cavelier, recuerda que iniciaron con un programa tradicional de becas para talentos excepcionales: preparar niños de bajos recursos para entrar a la universidad. Pero, agrega, “nos dimos cuenta de que con eso no íbamos a llegar a 1.000 niños ni en 30 años”. En 2012 comenzaron a trabajar con los seis colegios públicos de Cajicá, implementando un programa integral con preparación para las pruebas Saber, formación docente, acompañamiento socioemocional para estudiantes, profesores y directivos, escuelas de familia y trabajo intensivo con los rectores como líderes de las comunidades educativas.
Los resultados aparecieron rápido; para 2017, Cajicá se convirtió en el primer municipio del país en el que todos los colegios públicos obtuvieron calificaciones A y A+, las más altas, en las pruebas Saber 11. “En Ser Pilo Paga [un antiguo programa de becas universitarias del Estado]) comenzamos a ganarnos de a 50 o 60 becas”, dice Cavelier, mientras que un municipio mucho más poblado, Soacha, “sacaban de a una”. Ese éxito llamó la atención de la Gobernación, que en 2020 inició un trabajo conjunto para replicar el modelo Cajicá a 108 de los 116 municipios del departamento (los otros ocho son autónomos en la educación, por su tamaño poblacional). “Trajimos el programa y lo implementamos primero en 82 instituciones”, asegura la secretaria departamental de Educación, Ana Lucía Segura. Hoy llega a 200 de las 275. En enero, adelanta Cavelier, comenzarán pilotos en cinco colegios públicos de Valle del Cauca, Risaralda, Cauca, Antioquia y Santander.
A sus 17 años, Torres habla con la fluida elocuencia de quien se ha pasado la vida leyendo por gusto y no por obligación. Estuvo cerca de decidirse por estudiar música, su otra gran pasión. “La música la amo”, asegura, agregando que le gusta la balada pop y el bolero. Toca piano y guitarra, y es el director del grupo de música de su iglesia. Fue su devoción, sin embargo, lo que terminó orientándolo a la medicina. “Soy cristiano y tengo el propósito de servir a las personas; esa es mi meta principal”, asegura.

Le preocupa, aunque poco, la intensidad académica de una carrera donde se aprende a salvar vidas y por eso valora el componente socioemocional del programa, que continúa durante la universidad. “Puede que yo sea bueno académicamente, pero hay momentos de mucha presión y necesito saber manejar el estrés para poder avanzar, sobre todo en medicina, tanto en el momento del estudio, que es muy intenso, como después ejerciendo”, manifiesta.
Johnatan Contreras, parte de una de las primeras cohortes del programa, coincide en la importancia del acompañamiento emocional. Oriundo del municipio de Chocontá, al norte de Bogotá, Contreras dice que el programa le permitió “aprender a soñar en grande”. Ya se graduó de médico de la Universidad de Los Andes, estudió una especialización en medicina estética en España y ahora cursa una maestría en Salud Pública, también en Los Andes. En los talleres de la fundación, dice, “uno se hacía preguntas que normalmente no se haría viniendo de Chocontá”: cómo se vería en 3, 5, o 10 años, qué haría si tuviera total libertad económica. “En el pueblo uno vive más el día a día, y eso me dio herramientas para ver que sí podía conseguir lo que quería. Eso se ve reflejado en lo que soy ahora”, agrega.
En todo caso, deja claro que su pueblo lo marcó profundamente y le enseñó la importancia de la comunidad. “Si yo pudiera definirlo en una palabra, sería esa”, dice. Si no estaba con sus papás, el núcleo más importante, estaba con sus vecinos, o con el equipo de alguno de los múltiples deportes que practicaba. “Siempre estábamos reunidos”, dice y atribuye a eso su pasión por la medicina y la salud pública.
Nicolás Hernández, rector del colegio Rincón Santo, uno de los seis primeros en incorporar el programa en Cajicá, asegura que ha cambiado su manera de entender y abordar la educación. Ahora usa un modelo de planeación estratégica basado en indicadores y datos que informa cada decisión que toma, cuando antes, confiesa, muchas se resolvían “a ojímetro”. Además, ha transformado la manera en la que enfrenta retos como la deserción escolar, la promoción estudiantil o las evaluaciones. “Si un alumno se va del colegio, le hacemos seguimiento para saber si permanece en el sistema educativo; si uno va perdiendo el año, hacemos un diagnóstico sobre su situación académica, socioemocional y familiar”, asegura. Destaca la importancia de trabajar con las familias, que él considera uno de los ejes “más importantes” del programa.
Gracias a todo esto, el colegio redujo el número de repitentes: de un promedio de 18 antes del programa, hoy solo 4 de 120 tienen probabilidad de perder el año. También implementó una estrategia para que “el día del grado el estudiante esté matriculado en una institución de educación superior”, sea profesional, técnica o tecnológica, a través de convenios con el SENA, o de los que tiene la Gobernación con 62 universidades. “Lo estamos logrando con un 93% de nuestros estudiantes”, asegura.
Para Cavelier, la necesidad de abordar de manera integral la educación pública es evidente: “La gente dice: ‘bueno voy a mejorar los pupitres, los colegios están caídos, no tienen agua’, pero eso no va a cambiar la educación, puede mejorarla, pero si no se trabaja de manera estructural, no va a pasar nada”, asegura. “Necesitamos una transformación completa”.
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