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Elecciones en Colombia
Columna
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Nos condenan a odiarnos

La izquierda petrista y la derecha gavirio-uribista parecen más interesadas en hacer desaparecer a sus contendores políticos que en proponer las soluciones urgentes que necesita Colombia

Marcha realizada por la oposición al gobierno de Gustavo Petro en Bogotá, Colombia.
Juan Pablo Calvás

Hace poco más de una semana, los votantes de los Países Bajos le dijeron no al populismo. Un hecho que no resulta menor cuando en Europa los partidos ultra (de derecha o izquierda) poco a poco amasan mayor respaldo ciudadano gracias a sus discursos llenos de resentimiento, miedo, desesperanza y nacionalismo. La sorpresa fue mayúscula para los holandeses, quienes creían que el resultado de las elecciones de 2023 se iba a repetir con una ultraderecha fortalecida y su líder Gert Wilders empoderado para formar gobierno. Pero finalmente eso no pasó y, en cambio, un joven de 38 años llamado Rob Jetten, líder de un partido de centro izquierda, consiguió la mayor cantidad de votos y mostró que otro camino es posible.

Hago este recuento porque mientras en los Países Bajos se logra desbloquear un camino distinto al de dividir a un país entre dos bloques que se odian, en Colombia pareciéramos condenados a quedar en el insoportable emparedado que consolidan la izquierda petrista y la derecha gavirio-uribista que parecieran más interesadas en ganar las elecciones para hacer desaparecer a sus contendores políticos, antes que proponer las soluciones urgentes que necesita el país en todos los ámbitos.

En Colombia no hay centro. O, al menos, ninguno de los políticos que dice ser de centro lo es realmente. El mejor ejemplo de ello es la contundente afirmación hecha por uno de los líderes de los partidos dizque de centro, Juan Manuel Galán, quien señaló que en esa coalición no aceptarán a nadie que haya tenido algún tipo de relación con el Gobierno de Gustavo Petro. ¿Qué clase de discurso centrista es ese? ¿El del centro discriminador? Me da mucha pena con Galán y sus compañeros, pero si no están dispuestos a recibir a personas capaces y honestas que hace mucho o poco hayan estado en la órbita de Petro, pues olvídense del cuento de asegurar que son el centro. Eso es una falacia.

Volviendo al caso holandés, Jetten no la tenía fácil para ganar el pulso contra Wilders. La ultraderecha se ha venido posicionando muy bien en los Países Bajos por cuenta de problemas que gobiernos de izquierda no lograron resolver como los altos índices de inseguridad, los altos precios de la vivienda y la inmigración. Asuntos que tocan a la mayoría y que permiten crear con facilidad un discurso binario de “ellos contra nosotros”. Sin embargo, el joven Jetten en lugar de posicionarse en una de las dos orillas no solo se fue por la mitad, sino que decidió hacer una campaña cargada de optimismo, en lugar del pesimismo y resentimiento que se convierte en sólido combustible para los ultra.

“It can be done” era su eslogan. Una expresión que podríamos traducir como “Sí es posible”. Y lo usó no solo de manera efectiva en sus redes, sino que la aplicó en circunstancias reales como cuando su sede de campaña en La Haya fue vandalizada por la ultraderecha y, contrario a lo que podría haberse esperado, el candidato buscó a los líderes del grupo que cometió la agresión, los invitó a tomar cerveza y a dialogar sobre un país que sea posible para todos.

Estamos muy muy lejos de los Países Bajos y nuestros hombres y mujeres de la política muy muy lejos de ser como Jetten. Porque mientras este último supo con inteligencia seducir a los extremos para recibir su apoyo e irse por el centro, los nuestros solo replican las estampas de odio conocidas que creen son las que ayudan a construir país.

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