Nadie es valiente en políticas de seguridad
De aquí a mayo de 2026, en Colombia los candidatos presidenciales repetirán, una y otra vez, el guion de siempre en materia de seguridad. Todos buscarán verse más severos que el otro. Necesitamos liderazgos distintos, originalidad
La carrera electoral está en marcha, y eso significa que quienes aspiran a liderar candidaturas (o solo liderar) empezarán a desplegar, de forma tan enfática como reiterada, sus narrativas, lemas y promesas. Y la seguridad será, sin duda, uno de los asuntos centrales. Algo natural, no solo porque en el país aún persisten serios desafíos de seguridad que quien asuma el poder en 2026 deberá afrontar, sino también porque el presidente Petro ha encarnado en su narrativa esa figura que se espera cuando la izquierda o el progresismo asumen el liderazgo de un terreno históricamente dominado por la derecha. O casi una caricatura de ella. Y esto ha dejado el campo particularmente abierto a la competencia.
Pero, en este espacio sin límites predefinidos, por ahora la gran mayoría está repitiendo el guion de siempre en materia de seguridad. Aunque lo hagan con tono firme, mucho orgullo y convencimiento, hay poca novedad, innovación y, me atrevería a decir, seriedad estratégica (más allá de la aparente). Esencialmente, repiten tres mensajes: fortalecimiento de la fuerza pública, recuperación del control territorial y combate frontal contra el crimen. Incluso me recuerdan a la película Triunfos Robados, donde un coreógrafo les vende la misma coreografía a varios equipos de porristas, y solo se dan cuenta el día del campeonato, cuando todas salen con el mismo baile.
Aunque, bueno, cada campaña le añade detalles y tono propios. Vicky Dávila y David Luna, curiosamente, le dan el mismo nombre a una iniciativa: “Plan Colombia 2.0”, aunque para el segundo este Plan no solo estará centrado en la seguridad. Mauricio Cárdenas innova un poco y lo llama Plan Gran Colombia, pero la letra rima. También habla de construir más cárceles y tener más cupos carcelarios, iniciativas en las que coinciden perfiles, en teoría dispares ideológicamente, como María Fernanda Cabal y Claudia López. Cabal además ha sido enfática en el porte legal de armas para la ciudadanía y en erradicar, erradicar y erradicar los cultivos de coca. López, por su lado, llamó la atención por un estilo retórico marcado, cuando la semana pasada al referirse a cómo enfrentar a las organizaciones criminales dijo que “necesitamos plomo, plomo, todo el que les quepa”. Paloma Valencia usualmente repite que las cárceles son el único sitio donde los criminales pueden dar ejemplo. Y bueno, precandidatos como Juan Manuel Galán se quedan en repetir frases vagas y lugares comunes como “recuperar el control del territorio”.
Así que parece que, de aquí a mayo de 2026, vamos a tener una competencia de quién va a construir no solo más cárceles sino cuál será la más grande, de quién tiene la mano “más dura”, de quién va a atrapar más criminales, de quién va a dar más “plomo”, de quién va a enaltecer y fortalecer más a las fuerzas de seguridad, y de cuál Plan Colombia será el ganador. Aunque lo más probable es que promuevan este tipo de discursos porque saben que es lo que gran parte de la ciudadanía espera (¡Cómo no! Si pocas veces hemos conocido otras alternativas), en el fondo lo que hay es comodidad y falta de liderazgo real. Especialmente de quienes siempre han osado a ser diferentes, a representar un cambio. No se están atreviendo cuando más lo necesita el país y la región.
Tener valentía política en seguridad sería reconocer que construir más cárceles es, en realidad, un síntoma del fracaso del sistema. Lo verdaderamente valiente sería aspirar a cerrarlas: no por permisividad, sino porque se ha construido un sistema que funciona y reduce la probabilidad de reincidencia. Tener valentía sería desnarcotizar la agenda de seguridad del país a ver si de una vez por todas pensamos la seguridad más allá del mercado de drogas. Valentía política en seguridad sería, también, profesionalizar las fuerzas de seguridad sin cederles más poder ni autonomía sin rendición de cuentas, y, al mismo tiempo, promover un cambio profundo en su doctrina. Esta valentía debería incluir, por supuesto, el fortalecimiento del resto de instituciones de los sectores de seguridad y justicia. Las fuerzas de seguridad no pueden seguir siendo el centro, y mucho menos las dueñas, del debate sobre seguridad.
Ampliando el rango: valentía política en seguridad sería apostarle realmente a la prevención de violencia juvenil y priorizar los feminicidios para que dejen de ser temas en la sombra. Valentía política en seguridad sería no quedarse en medidas reactivas. Claro, las victorias tempranas son importantes, pero ¿qué pasa después? Sería también pensar en nuevos indicadores de éxito, en innovar y en evaluar políticas de seguridad del pasado para saber qué funciona y qué no. Y a la vez, diversificar ese círculo de personas “expertas”. Hay que promover nuevas voces y liderazgos.
Y, por supuesto, valentía política en seguridad sería hablarle a la ciudadanía de otra manera. Decirle todo esto, pero no moviendo la cancha hacia la desigualdad como si no hubiera problemas concretos de seguridad para no entrar en esa conversación, algo en lo que Petro y sus acólitos (entre ellos el precandidato Bolívar) se volvieron expertos. Claro, es difícil y costoso políticamente a corto plazo, sobre todo en una carrera por votos. Pero por eso mismo se necesita valentía, coraje y estrategia. Necesitamos candidaturas que realmente lideren la conversación sobre seguridad, en lugar de conformarse con lo que ya se dice, con agradar a la convención de la opinión pública. Liderar no es solo seguir lo que marcan las encuestas o lo dicho hasta ahora, sino proponer desde la convicción de lo que el país necesita, buscando conectar esa visión con los miedos, demandas y esperanzas de la ciudadanía.
Necesitamos liderazgos que se atrevan a decir algo distinto, a proponer soluciones nuevas, a incomodar en un terreno donde durante demasiado tiempo ha habido solo una voz. Y, en esa falta de originalidad, en esa ausencia de competencia narrativa y de políticas, la oportunidad está servida.
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