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Natalidad
Tribuna
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“Al mismo tiempo y en todas partes…”

Desde las sociedades más progresistas a las más conservadoras, con Estados fuertes o débiles, en sistemas capitalistas y socialistas, la natalidad está cayendo. Un cambio que también modifica el paradigma del crecimiento económico

Una mujer juega con su hijo en Bogotá, Colombia, el 21 de noviembre de 2022.

Así describe la profesora Alice Evans la crisis demográfica que, sorprendentemente, nos tomó por sorpresa. A excepción de África subsahariana, las mujeres estamos teniendo menos hijos en todo el planeta. Las tasas de natalidad están cayendo en las sociedades más progresistas y en las más conservadoras; en las que la religión es un factor sustancial de la vida cotidiana y en las sociedades más laicas. Igualmente, están cayendo en países con sistemas de cuidado y seguridad social robustos, y en aquellos en los que la protección del Estado es débil. Están cayendo en países capitalistas y en países con sistemas socialistas. Y ya no hay vuelta atrás.

Hay varias explicaciones posibles a este fenómeno. Muchas de ellas son explicaciones que aplican a sociedades específicas o que son demasiado locales. Explican el fenómeno en un contexto particular, pero no por qué sucede “al mismo tiempo y en todas partes”. La explicación más robusta y aplicable a diferentes sociedades, que plantea Evans —y que recientemente mencionó Juan Carlos Echeverry en su columna de El País—, es que hay una crisis global de emparejamiento. Los románticos diríamos que hay una crisis de amor.

Cada vez hay más personas solas: por convicción, por obligación o porque, como recalca Evans, hemos perdido la capacidad de socializar con los demás. Los teléfonos inteligentes, que facilitan y hacen inmediato el acceso a la pornografía y a fuentes de gratificación instantánea y activación de la dopamina como las apuestas en línea y las redes sociales, han hecho que generaciones enteras pierdan la capacidad de ir a un bar (o a un parque, un almuerzo, una fiesta o una ceremonia religiosa…) y armarle conversación a la persona que les gustó.

Ante esta situación, la solución que primero se nos ocurre es fomentar el crecimiento poblacional. Buscar incentivos para que las mujeres tengan más hijos y, ojalá, aunque no necesariamente, que los hombres sean corresponsables de la crianza y el cuidado. Generar modelos de referencia de familias con hijos, todos felices. Fortalecer los sistemas de cuidado. Todo, porque si hay una constante en el pensamiento de izquierda y de derecha, es que no se nos ocurre un mundo sin crecimiento económico. Tan así, que la profesora Lina Álvarez, de la Universidad de los Andes, afirmó recientemente en el foro Actuar por lo vivo de Comfama que nos era más fácil imaginarnos el apocalipsis que un escenario en el que la economía deje de crecer. Yo, que creo firmemente en el mercado y en la coordinación colectiva basada en las decisiones individuales y que soy una demócrata-liberal convencida, sigo con esa frase resonando en la cabeza desde entonces.

Recuerdo con claridad la primera vez que vi en Nueva York el metrónomo que mostraba el crecimiento poblacional mundial. Lo vi a principios de siglo y todavía tengo presente el vértigo que me produjo ese número que no paraba de moverse. “Pronto seremos 8 mil millones”, alarmaba la valla en la que estaban instaladas las ruedas. La cifra la superamos hace unos años, pero en unas cinco décadas el dial va a empezar a dar la vuelta.

El reto más grande que tenemos es empezar a pensar el crecimiento de maneras diferentes. El crecimiento económico dejará de estar atado al número de personas y tendremos que buscar formas creativas de generar bienestar para todos, sin depender de la expansión poblacional. Esto implica hacer más énfasis en las mediciones per cápita y apostarles fuertemente a proyectos innovadores que contemplen un escenario de desescalamiento poblacional promoviendo el bienestar de todos. Hay países que han avanzado en esta conversación, planteando formas de crecimiento basadas en la innovación, que no dependen ni de más espacio ni de más gente. El puerto de Hamburgo, por ejemplo, planteó su estrategia de largo plazo sobre estos supuestos. En Japón, el proyecto Seed de Goram conecta estudiantes de carreras afines a los negocios de países emergentes con empresarios adultos mayores. Y así, millones de ejemplos.

Si bien en Colombia el Censo de 2018 nos alertó de un cambio en los patrones poblacionales, nos pareció más fácil creer que había errores metodológicos a aceptar que había cambiado el ritmo de crecimiento. Las conversaciones sobre economía plateada son relativamente recientes y todavía innovadoras. Y, sin haber resuelto el problema del embarazo adolescente, algunos ven como única salida buscar incentivos para que las familias tengan más hijos.

Es impensable que los avances tecnológicos y la creatividad humana no nos permitan imaginar formas diferentes de desarrollarnos sin contar con el crecimiento de la población. Y no, no estoy hablando de mujeres obligadas a servir de vientres sustitutos o de granjas de bebés, como en la ciencia ficción distópica. Estoy hablando de nuevas maneras de comprender el mercado y las interacciones entre sus diferentes actores. De pensar en hacer minería en botaderos y edificios obsoletos. De cambiar los términos de las conversaciones sobre el crecimiento económico haciendo énfasis en el crecimiento per cápita. De enfocarnos radicalmente en el bienestar. De repensar el capitalismo de verdad.

Me resisto a decir que cumplí con mi cuota con la humanidad por haber parido dos niñas. Una de mis convicciones más profundas es que las personas deben tener autonomía reproductiva absoluta y que, precisamente, la libertad que trajeron los métodos anticonceptivos modernos ha sido fundamental para la sociedad, particularmente para las mujeres. Y, sin dejar de preocuparme por la crisis de emparejamiento —que requiere que revisemos la formación de los jóvenes y el acceso desmedido a las redes sociales, las apuestas y la pornografía como fuentes insostenibles de dopamina (el soma orwelliano)—, quisiera que pensáramos en formas de crecer sin que la reproducción sea obligatoria.

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