Las personas trans que llegaron a la tercera edad: “Somos sobrevivientes de la violencia”
Yolanda Torres, bogotana de 61 años, está impulsando la creación de un colectivo de personas trans adultas mayores, cuando la esperanza de vida de esta población se estima es de 35 años


Con la fuerza de una quinceañera y la experticia de una veterana, Yolanda Torres (Bogotá, 61 años) toca el tambor. Nadie adivina a ciencia cierta su edad, a ella tampoco le gusta revelarlo, solo atina a señalar que ya pasó los sesenta, cuando en Colombia se considera que arranca la tercera edad, pero que se sabe mantener. Luego sonríe y sigue ensayando con su grupo musical: La Ceiba. Ella con orgullo se enuncia como una trans adulta mayor. No le faltan razones: que una mujer con su identidad superé los 35 años ya es inusual. Esa es la esperanza de vida de la población trans, de acuerdo a quienes siguen con detalle la discriminación y violencia que ataca a este segmento de la población en Colombia.
Dentro del colectivo, a las personas trans femeninas en su vejez se les llama madres. No son muchas. Por el contrario, son una excepción y encarnan el ejemplo de máxima resistencia en una sociedad que, solo en 2024, registró 34 transfeminicidios y que en lo corrido de este año ya suman 12. Dos hombres trans también han sido asesinados este año. En Colombia las personas con experiencia de vida trans se enfrentan a otros obstáculos, además de la violencia: pobreza extrema, déficit en el acceso a derechos básicos como salud, vivienda y pensión, entre otros. Y, en palabras de Caribe Afirmativo, organización que protege a la población diversa, en el Gobierno “ni siquiera existe un estudio nacional que dé cuenta de sus condiciones de vida y que, a partir de ahí, se diseñen estrategias para abordar las múltiples opresiones y situaciones de vulnerabilidad que enfrentan”.
Yolanda está impulsando la creación de un colectivo de personas trans adultas mayores. Ha buscado aquí y allá para que tanto hombres como mujeres trans se unan, se apoyen y puedan exigirle al Gobierno garantías para su vejez. O al menos tres pilares para hacerlo en dignidad: vivienda, acceso a salud y trabajo. “Mi sueño es que quizá crezca tanto que pueda convertirse en fundación y hacer incidencia ante el gobierno”, cuenta ilusionada. Con la misma intención este sábado varias organizaciones sociales se unieron para conmemorar la vejez trans por medio de una marcha en el sur de Bogotá. Bajo el lema “La vejez trans es sagrada” diferentes activistas y oenegés quieren reclamar que a esta población se les garanticen sus derechos.
Pregunta. ¿Qué recuerdos tiene sobre las personas trans hace cuarenta o cincuenta años?
Respuesta. Antes era más común que tú ibas por la calle y te agredía un policía sin haber hecho nada, solamente por existir. Los testimonios de las personas adultas con experiencia de vida trans son muy duros. Gran parte de las personas adultas mayores trans en Bogotá, por todas las vulneraciones que han sufrido, están más que todo en el barrio Santa Fe pues es muy difícil que las contraten en algo diferente al trabajo sexual ya con 65, 70, 75 años. Por ejemplo, veía que las personas que eran como yo, eran las que estaban allá en las actividades sexuales pagas. A veces me acercaba a hablar con ellas. Pero afortunadamente no me tocó meterme en esa actividad para sobrevivir porque pude estudiar, tuve ese privilegio. En los ochenta pasaba la policía por la calle dándoles bolillo, y en ocasiones las iban recogiendo y las llevaban al Parque Nacional en la parte de arriba donde las torturaban con chorros de agua. A veces el maltrato era tanto que ellas se cortaban las venas para que no se las llevara la Policía.

P. ¿Solo sufrían la violencia policial?
R. No. La violencia no solamente ha venido de la policía, sino también por parte de una sociedad que pensaba que estábamos cometiendo el pecado más grande. La misma sociedad nos rechazó, se burló.
P. ¿Qué ha cambiado en los últimos treinta años?
R. Si bien en algunos lugares aún pasa, las cosas sí han ido cambiando muchísimo. Algunas pertenecemos a una generación que con mucho esfuerzo logró culminar sus estudios, y poco a poco vamos teniendo más ejemplos, por ejemplo Brigitte Baptiste, rectora en la Universidad EAN, o Charlotte Callejas, viceministra. Las mismas personas que vivieron los años más difíciles, nos hemos dedicado a luchar por nuestros derechos. Yo tengo una hija trans de 20 años y son totalmente diferentes a nosotras. Pueden disfrutar de más derechos. Por ejemplo, es más fácil que ahora puedan acceder pronto a bloqueadores hormonales. Antes a la mayoría les tocaba esconderse, ser como una especie de transformista. Antes los únicos lugares para reunirse eran los inquilinatos donde las trabajadores sexuales alquilaban habitaciones, o las peluquerías. Era una sociedad muy diferente y es importante señalar que las nuevas generaciones – no solo las que tienen experiencia de vida trans — son más tolerantes.
P. Para esa época era aún más difícil conocer personas trans, ¿Cómo fue hacer comunidad?
R. Yo pensaba que eran unas valientes capaces de maquillarse, de vestirse como chicas, de transformarse. A otras, nos tocaba escondernos. Entonces, iba y hablaba con ellas y… en el fondo sabía que yo también era una de ellas. También conocí ya más adultas en mi trabajo como activista a personas de 70, 80 años que por fuera se veían muy señores, con barba y pelo en el pecho, pero cuando les preguntaba su nombre me decían su nombre identitario femenino. Así que es clave resaltar que no solo es algo de la apariencia física, sino es algo que se lleva por dentro.
P. ¿Cómo fue la decisión de transicionar en una sociedad tan discriminatoria?
R. Es todo un proceso. Primero, eres como una transformista, una persona que lo hace de vez en cuando. Un día dices: mejor me quedo así, ya no me importa lo que la gente piensa. Yo lo viví como a los 22 años. Ahí tienes que renunciar a muchas cosas. Renunciar al trabajo o a la familia. En mi caso yo no tengo contacto con la mía porque creen que soy la oveja negra. O por ejemplo, no te arriendan vivienda. Eso es algo que persiste hoy en día y si eres de la tercera edad ya no te contratan para ciertas cosas. Aunque empleen mujeres trans solo lo hacen con las más jóvenes.
P. Alcanzó una edad a contracorriente. ¿Cómo se siente con ese logro?
R. Me siento orgullosa y feliz. Las personas trans que llegamos a la vejez solemos decir que la logramos. Somos personas libres y pese a las condiciones precarias en las que estamos podemos ser quienes queremos.

P. ¿Qué sigue en su plan de juntar a las y los trans de la tercera edad?
R. Inicialmente quisiéramos enseñarles cosas básicas que muchas desconocen, como qué es una tutela, qué son las políticas públicas, cómo nos benefician o cómo interponer un derecho de petición. Esas cosas que les permitan hacer cumplir sus derechos. Actualmente estoy impulsándolo junto con María Luisa Fuentes, que fue conocida por la película de su vida “Señorita María, la falda de la montaña”, y nos ha apoyado en esa idea, Brigitte Baptiste. No obstante, sigue siendo difícil juntar a las personas trans porque en algunos casos trabajan o trabajaron en actividades sexuales pagas por muchos años, así que viven en la absoluta precariedad y no tienen tiempo o prioridad de atender esto. Muchas tuvieron que vivir las drogas, la prostitución y los maltratos. Cambiar eso es lo que me motiva. Que podamos incidir en políticas públicas y otros escenarios en los que ellas puedan tener acceso a una casa, un trabajo o al menos un médico. También tenemos las esperanzas puestas en la aprobación de la Ley Integral Trans que cambiaría totalmente las cosas para nosotras que somos sobrevivientes a la violencia.
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