El agente de tránsito que expone el racismo en Colombia: “El ataque que sufrí fue una ofensa a todos los afrodescendientes”
La agresión contra José Félix Angulo quedó registrada en un video que se viralizó en redes sociales y produjo un rechazo unánime. Ahora, la víctima busca que el caso no quede en la impunidad


El agente de tránsito José Félix Angulo (Olaya Herrera, Nariño, 52 años) pensó que perdería el control de sí mismo cuando un hombre lo atacó el viernes 16 de mayo. El agresor le gritaba, a pocos centímetros de su cara, que era un “negro basura”, un “esclavo”, un “pedazo de mierda”. Cuando el hombre se fue, Angulo sintió todo el peso de la violencia racista: “No lloré delante de él porque hubiera sido darle importancia. Pero lo hice en mi casa, callado, recordando que me dijo esclavo”. Ahora, mientras intenta recuperarse, aprovecha su caso para denunciar la discriminación en su ciudad, Cali. Afirma que no retirará la denuncia penal contra el agresor, que ya ha sido capturado. “El ataque que sufrí fue una ofensa a todos los afrodescendientes”, dice.
La agresión se conoció a lo largo y ancho del país gracias a un video que grabó un compañero. Miles de personas pudieron observar la brutalidad de la violencia racista que persiste en la tercera ciudad de Colombia, donde el 30% de los habitantes son afrodescendientes. La grabación, de un minuto y medio, muestra cómo el agresor insulta una y otra vez a su víctima y cómo la persigue de un lado para el otro. “Te maneja un blanco, hijueputa (...). ¿Sabes qué es lo peor? Yo te pago impuestos”, se escucha. Angulo, salvo por uno o dos insultos, se queda en silencio e intenta alejarse del hombre. Sorprendió su capacidad de mantener la calma en un contexto en el que muchos explotarían de la rabia: tanto la vicepresidenta Francia Márquez como el alcalde Alejandro Eder lo condecoraron por su conducta.
Angulo cuenta en una conversación telefónica que nunca le había pasado algo así. “No doy pie a que me traten mal. Siempre sonrío y eso los desarma [a los infractores]”, comenta. “Digo: ‘Caballero, buenas tardes, ¿cómo me le va? Soy el agente número 466 de la Ciudad de Cali. ¿Me enseña si es tan amable su licencia de conducción?’. Y ellos reaccionan bien”, relata. Asegura que esto mismo funcionó con la acompañante del agresor. El agente se acercó a la mujer, que estaba dentro de un carro mal estacionado frente a un supermercado, y le notificó la infracción. Ella respondió bien, pero luego el hombre salió del comercio y comenzó a increparlo. “No sé por qué este señor actuó así”, afirma el agente.
El ataque, tan repentino, lo enfrentó a la necesidad de contenerse. Comenzó a respirar profundo para calmarse, a intentar hacerle caso al compañero que le hacía señas para que se controlara. “Empecé a pensar que perdería mi empleo si tocaba a este hombre”, rememora. Se imaginó varias repercusiones posibles: que sus hijos le dirían que lo echaron por irresponsable, que los jóvenes a los que ayuda en su barrio dejarían de verlo como un referente, que los agentes de tránsito quedarían desacreditados ante la ciudadanía. Pensó, incluso, que una reacción violenta reafirmaría los estereotipos de los hombres afro como personas agresivas. “La gente iba a decir: ‘Al fin, negro [tenía que ser]”, afirma.

La angustia vino después, cuando llegó a su casa. Empezó a llorar de la impotencia y comenzó a superar lo ocurrido con una canción que suele escuchar en los momentos de soledad. “Y aunque mi amo me mate / a la mina no voy / yo no quiero morirme / en un socavón”, canta. La pieza se llama A la mina no voy y relata, con alegría, la rebelión de los esclavos que se resistían a morir en las minas. Para Angulo, es una forma de recordar las costas de su natal Nariño, las tradiciones heredades en su niñez, y el orgullo de ser afro.
El viejo hombre
El agente dice que su mayor miedo fue que se le saliera “el viejo hombre”. Cuenta que no siempre tuvo la capacidad de ser tan sosegado. “Cuando era joven, era peleón, con la muchachada del barrio”, recuerda. Terminaba a los golpes con otros adolescentes, más grandes y que “querían montársela”. También con algunos que seducían a la misma mujer que él. “Los vecinos le contaban a mis padres, que luego me daban mínimo tres correazos. Me hacían ir al muchacho con el que había peleado y pedirle perdón y abrazarlo. Y eso me quedó como enseñanza”.

Angulo, que migró a Cali con sus padres a los 12 años, cuenta que quiso ser agente de tránsito desde muy joven. Le cautivó tener un uniforme y fue feliz cuando hizo el servicio militar, pero luego no lo dejaron seguir en la Armada porque tenía una hija. Después, se dio cuenta de que le gustaría “educar a la gente”: parar a los conductores y explicarles lo que deben corregir. Y halló una tercera razón en la estabilidad que da ser trabajador del Estado, con un sueldo mejor que los otros que tuvo y con beneficios como vacaciones y mayor acceso a créditos de vivienda. “Uno puede vivir tranquilo, sabroso”, afirma.
No fue fácil. Tuvo varios intentos fallidos en los concursos a los que se presentó durante dos décadas. “Preguntaban, por ejemplo, qué había que hacer con un señor de 70 años que tenía un vehículo abandonado en una vía pública y aparecía con un bastón. Yo pensaba que, por ser de la tercera edad y apenas caminar, era mejor dejarlo ir. Que qué pecado hacerle un comparendo. Y luego resultó que no... que toca registrar la infracción y educarlo”, relata. “Perdí muchas veces por pensar con el corazón y no con la razón”, agrega. Mientras tanto, tuvo todo tipo de empleos: recepcionista de centros de salud, obrero en reparación de vías, agente de vigilancia de licores clandestinos. Fue recién hace dos años que tuvo éxito en un concurso de la Alcaldía y obtuvo el puesto que sintió que perdería por la agresión racista.
El agente cuenta que es feliz en su día a día. Explica que le gusta ir por las calles de los diferentes barrios, que ama andar en moto, y que ya sabe detectar a quienes no tienen los documentos en regla. “Más rápido los para uno cuando los ve nerviosos. Son conscientes de que tienen algo mal”, afirma. Le causan gracia, especialmente, los que le hablan demasiado para congraciarse: a veces, por ejemplo, le dicen que es parecido a un actor de Hollywood. “Me gozo lo que vivo”, enfatiza Angulo, que también menciona sus actividades como emprendedor de viche (una bebida tradicional del Pacífico) y como apoyo de jóvenes en su barrio.

El ataque racista ha hecho que sienta miedo de volver a trabajar. Le preocupa que los allegados del agresor tomen represalias contra él: el hombre fue sancionado en su trabajo y capturado por el delito de agresión contra funcionario público en concurso con discriminación. Angulo, sin embargo, afirma que se siente “bendecido” por el apoyo que ha recibido y la conciencia que puede producir su caso. Dice que perdona a su agresor y no le guarda rencor, pero que debe retractarse. Enfatiza que es importante seguir con el proceso ante la justicia: “No retiraría la denuncia ni por plata. Tiene que quedar un precedente para que otros vean que alguien que hiere a una persona debe ser sancionado”.
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