De Luis de Llano a Alejandro Sanz: cuando el presunto abusador es un famoso con poder y simpatía
Del debate público desaparecen las conductas de los hombres que, sostenidos por su fama, su poder o por la simpatía de miles de personas, ejercen violencia sobre mujeres vulnerables


Sasha Sokol tenía 14 años y formaba parte de una agrupación musical llamada Timbiriche. Luis de Llano tenía 39 años. No solo era productor del grupo, también era uno de los hombres más poderosos e influyentes en la televisión mexicana. A él —han declarado hasta el cansancio— decenas de artistas del espectáculo mexicano le deben la carrera, el paso hacia la fama, la disciplina y todas las oportunidades que consiguieron en su vida. Alejandro Sanz tenía 47 años, y aunque no era directamente responsable de ella, siguió en redes y comenzó a entablar un vínculo con Ivet Playà, una de sus fans cuya edad, al comienzo de ese contacto, era de 16 años, según su testimonio.
Ambos, De Llano y Sanz, tienen algo en común: tuvieron una indiscutible ventaja en experiencia de vida ante las dos jóvenes mujeres —niña y adolescente—, y arropados por su fama, su poder, y la simpatía y agradecimiento que generan en miles de personas, construyeron un vínculo afectivo y asimétrico que, muchos años después, ellas cuestionaron y, de alguna forma, lamentaron. La denuncia pública enfadó a casi todo el medio del espectáculo en ambos casos.
A la de Sokol, solo dos días antes del 8 de marzo de 2022, le precedió una polémica entrevista de De Llano en donde, brindando con su entrevistador, el conductor Yordi Rosado, se reían plácidamente y declaraba: “Sí tuve yo un romance con Sasha. Me enamoré y me mandó al demonio”, dijo el productor. “Lo admito, convivíamos mucho y estuve muy enamorado de ella y un día me dijo que nada que ver y todavía seguimos trabajando 10 años más juntos”, añadió. (Un romance entre un hombre de 39 y una niña de 14, ninguno de los dos cuestionó la frase).

En tiempos en los que se pensaría que existe una mayor apertura hacia temas como este, en medio de un constante cuestionamiento de las (casi) antiguas prácticas patriarcales y machistas que inundan la vida pública —y las privadas— de cientos de miles de ciudadanos del mundo, Playà no tuvo una mejor suerte. Como si se tratara de un programa de ciencia ficción —que vaticina lo más oscuro de la sociedad— la mujer, de ahora 26 años, sin poder expresarse en un ambiente donde se sintiera cómoda y libre de actuar y decir las cosas como ella querría, fue, por el contrario, interrumpida, atacada y cuestionada tras casi cada palabra que salía de su boca. El programa de televisión que le había pagado para presentarse y contar su versión hizo de todo menos escucharla desde el respeto y la tolerancia.
Sanz, en una publicación en sus redes sociales, dijo: “Yo tenía un recuerdo bonito de nosotros”. Un “nosotros” que se oficializó, según la información que dio Playà, cuando ella cumplió 18 años y él y su equipo la contrataron para ser parte del staff del artista. A Playà la han acusado de todo: extorsionadora, mentirosa, manipuladora y cosas peores. Pero los hechos, independientemente de si ella decide hacer o no una denuncia ante las autoridades, están ahí: interacciones y comentarios cariñosos de un artista internacionalmente famoso, en una cuenta de Instagram de una adolescente. Y un contrato que comprueba que ella trabajó para él.
La discusión ha apuntado a ella, a cuestionar su estado emocional y mental. Nada sobre el “recuerdo bonito” de un señor de 50 años con una mujer más de 20 años menor. Nada sobre Sanz y su pareja, una relación que existía mientras sostuvo ese vínculo afectivo y sexual con Playà. Nada de la responsabilidad que tiene un hombre adulto con todos los reflectores y la simpatía de millones de personas en el mundo, con respecto a crear ilusiones y supuestas promesas de un “algo” con una adolescente que veía en él a un ídolo, un prototipo, quizás, del “hombre perfecto”.
Para Karen Valdez, psicóloga feminista, y una de las creadoras de Acorazar, un centro de atención psicológica en Ciudad de México, lo que los presuntos agresores hacen en casos como estos es “jugar” con las necesidades de la víctima para tejer poco a poco un proceso que genera un impacto simbólico en donde la mujer, en muchos casos menor, asume que puede confiar ciegamente en esa persona. Valdez explica que a esto se le conoce como grooming y responde a la manipulación emocional donde una figura de autoridad se aprovecha de una menor. “El grooming lo vamos a entender como un acto que realiza la persona que tiene poder, dándole atención excesiva a la víctima, tener contacto constante con ella, darle favores, regalos o promesas que no tiene con ninguna otra persona; aislamiento de su propio entorno y validación emocional”, explica.

La especialista asegura que siempre existe una dificultad para identificar esas manipulaciones, sobre todo cuando se es menor de edad, aunque, apunta, el cerebro termina de madurar a los 25 años, por lo que no es una garantía de tener todas las herramientas a la mano para tomar la mejor decisión. “A veces se tiene un discurso de que a los 18 años parece que todo está permitido, pero no hay todavía una madurez. Generalmente, y no digo que sea absoluto, cuando una mujer habla es porque primero habló su cuerpo. Pudo haber sucedido algo como ataques de ansiedad, procesos de mucha tristeza, o alteraciones en su apetito. Se supone que [en el caso de Playà] inicia como fan de él desde mucho tiempo antes, y él comienza a ponerle ciertos mensajes. Le da atención que no le daría a otras personas”, cuenta. Para Valdez, el caso de Sanz encaja con todo lo que ha explicado sobre el grooming: “También, a lo mejor, la promesa de incluirla en su equipo de trabajo, el aislamiento de su entorno cuando ella se va a las giras y se ausenta de su propio espacio, y hay validación emocional. Luego está la parte donde él escribe que tenía ‘un recuerdo muy bonito’, pues ahí hay chantaje emocional, la manipulación de quien acusa a través de la culpa”, concluye.
¿Cuántas de nosotras nos hemos dado cuenta con pavor, horror y vergüenza, de situaciones dolorosas de nuestras relaciones pasadas? ¿Cuántas nos hemos culpado hasta el agotamiento de situaciones que —ahora lo sabemos— no fueron totalmente nuestra responsabilidad? ¿Cuántos hombres con una jerarquía o una edad mayor nos dijo siendo jovencísimas, con una percepción de la realidad totalmente distorsionada, que éramos “demasiado maduras para nuestra edad” o especiales, inteligentes y sobresalientes? ¿Y cuántas veces, ante la falta de una autoestima fuerte y convincente, nos lo creímos? Y nos miramos por primera vez en el espejo, sintiéndonos verdaderamente especiales.
Una canción para pensar el ‘grooming’
Hands Clean, o en español, Manos Limpias, es una canción del quinto álbum de la cantante canadiense Alanis Morissette, el Under Rug Swept. Fue lanzada en febrero de 2002 y cuenta con devastadora sinceridad, desde las primeras líneas, lo que parece ser una relación entre un hombre mayor —probablemente un jefe— con una joven. “Si no fuera por tu madurez, nada de esto hubiera pasado...”, comienza.
En la historia, ella, unos años después, cuenta que guardará silencio, tal como él se lo ha pedido, mientras que él, se lavará las manos de esa secreta relación. En medio, una dependencia afectiva y profesional se reprocha desde el lado de él, que le pide no contárselo a nadie, especialmente a su familia, y que se justifica aludiendo a su poca sensatez y a la madurez de la joven.
Años después, Morrisete declaró que escribir esa canción fue “desgarrador” y añadió: “Es básicamente un diálogo entre yo y esta persona que ostentaba una posición de poder durante mi adolescencia y se aprovechaba de ella. Fue un poco antes del #MeToo, y creo que mucha gente se perdió la historia. La gente disfrutó de Hands Clean, pero no se le dio seguimiento al tema de la canción. Todavía existía un gran estigma en torno al abuso sexual y a hablar públicamente de ello”, dijo, de acuerdo con un artículo del medio American Songwriter.
En 2023, en The Kelly Clarkson Show, la cantante recordó: “Cuando la escribí por primera vez, recuerdo que la discográfica me dijo: ‘Hagamos un video con karaoke y niños...’. Les pregunté: ‘¿Han escuchado la canción?’. Y me respondieron: ‘Sí, es genial’. Les dije: ‘Bueno, entonces no la han escuchado’. Parecía algo incongruente, pero en realidad fue una forma encantadora de presentar una canción que, de otro modo, tal vez ni siquiera se habría escuchado”. En Youtube, dicho video tiene comentarios de agradecimiento de otras personas que ven en la historia un doloroso recuerdo: “Yo era una de esas adolescentes que cantaban ese éxito de la radio en aquel entonces, sin entenderlo. Alanis, ahora lo entiendo y lo siento. Gracias por compartir tu historia y tu arte”, dice uno de ellos.
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