Las mujeres de la pesca artesanal de Perú quieren dejar de ser invisibles
Son armadoras, fileteadoras y emprendedoras, pero su presencia sigue sin traducirse en representación ni reconocimiento institucional

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A veces, Susy Querevalú sale al amanecer solo para mirar el mar. Se queda quieta, de pie sobre la arena, respirando el olor a sal, observando las olas, los barcos y el ritmo de la vida costera. Tiene 29 años, dos hijos (Tander, de 11 años, y Haslin, de 6), una embarcación y una historia marcada por el mar y sus vaivenes. “Mi lugar favorito en el mundo”, dice. Creció en La Tortuga, una caleta de pescadores en Piura, al norte del Perú, donde todo —la economía, las creencias, las rutinas— gira en torno al mar. De niña, veía a su padre y a sus tíos regresar con lo que había: bonito, pota, langostino. Desde entonces, supo que allí estaba la supervivencia. Hoy, tras haberse separado de una pareja violenta, ha hecho del mar su oficio, su refugio y su causa.
Susy habla del mar como si fuera una persona. “Lo respeto, lo quiero. A veces da miedo, pero también da vida. Es como un ser vivo al que hay que agradecer y tenerle cuidado”. Desde que asumió el mando de la logística de la embarcación familiar, se encarga de la compra de combustible, los víveres, la venta de la pesca, las gestiones en la planta. “Me miraban raro, me decían que eso era trabajo de hombres. Pero mis hijos dependen de esto. Tenía que hacerlo bien”. Con los años, Susy se ganó el respeto en un entorno que antes le cerraba las puertas. Una experiencia que revela por qué es urgente reconocer la labor de miles de mujeres como ella, y cómo visibilizar su trabajo permite que miles de mujeres accedan a derechos, influyan en las decisiones del sector y rompan con los estereotipos que aún las relegan, tanto en las instituciones como en sus propias comunidades.
Según la FAO, las mujeres representan alrededor del 50% de la fuerza laboral global dedicada a la pesca de captura y acuicultura, y ejercen hasta el 90% de las funciones de procesamiento, como el lavado, filetado y empaquetado. Sin embargo, su participación sigue siendo ignorada en la mayoría de los marcos normativos y censos oficiales.
Aunque no existen registros oficiales actualizados en Perú que reflejen con precisión la participación femenina en todas las etapas de la pesca artesanal, un informe de la Alianza del Pacífico estima que en América del Sur cerca de 1,5 millones de personas trabajan en la pesca artesanal en pequeña escala, del cual un 40% son mujeres, muchas de ellas en condiciones de informalidad y sin acceso a derechos laborales, financiamiento o representación política.
A los 56 años, Mirtha Gamarra dice que el mar le enseñó a ser libre. Vive en Ancón, al norte de Lima, y trabajó durante tres décadas como fileteadora informal. “El mar fue mi salvación cuando el papá de mis hijos me dejó. Lavaba ropa, limpiaba casas, pero siempre volvía al muelle. El mar es duro, pero justo. Si trabajas, comes. Y eso me dio fuerza para criar sola a mis cinco hijos”, comenta Mirtha, quien cree que organizarse fue la única forma de dejar de ser invisible en un sector que durante años las relegó al margen.
Su historia cambió después del derrame de petróleo ocurrido en 2022 —que contaminó 180 kilómetros de costa, 48 playas, dos áreas naturales protegidas y dejó sin ingresos a 2.500 familias pesqueras—, cuando las fileteadoras quedaron fuera del padrón de beneficiarios de las reparaciones económicas. “Los hombres fueron reconocidos como pescadores y recibieron apoyo. A nosotras nos dijeron: ‘Ustedes no existen’. Fue humillante. Me sacaron de una reunión por reclamar. Por eso fundamos la asociación, para que nunca más nos borren. Ahora nos respetan, tenemos agua, recolección de basura y voz en el sindicato”. Mirtha confía en que el siguiente paso es levantar una planta gestionada por mujeres, donde puedan procesar la pesca y tomar decisiones sobre su comercialización.
Antes, dice Mirtha, ni siquiera podían llenar un balde sin que les cobraran. “Éramos como un estorbo en el muelle”. Hoy, tras años de trabajo organizativo, asegura que los hombres las miran distinto. “Nos respetan más. Nos escuchan. Ya no se atreven a tratarnos como antes”. Aunque el machismo sigue presente, Mirtha insiste en que su rol es insustituible. “Dicen que traemos mala suerte. Pero sin nosotras no hay pesca. Ellos capturan. Nosotras administramos, vendemos, sostenemos el muelle”.

Políticas con nombre de mujer
Jessica Hidalgo, abogada y directora del proyecto Por la Pesca, del Programa de Gobernanza Marina de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA), explica que la campaña ‘Mujeres a la Mar’ busca visibilizar el rol de la mujer en toda la cadena de valor pesquera, no solo en la captura. “Ellas están en la precaptura —preparación de embarcaciones, administración— y en la postcaptura.
La visibilidad, insiste Hidalgo, no puede quedarse en lo simbólico. “Las mujeres en la pesca artesanal son clave para innovar: mejoran procesos de fileteo, empaque o emprendimientos. Mientras los hombres están en faenas largas, ellas tienen más capacidad para capacitarse y aplicar cambios. Por eso, fortalecerlas es un tema de eficiencia para el sector”.
En mayo pasado, SPDA reunió en Chiclayo a más de 50 lideresas pesqueras de todo el litoral con el objetivo de darles herramientas para comunicar, organizarse y defender sus derechos. “Todas compartieron las mismas dificultades: dejar a los hijos, tener que dejar la comida lista, convencer a los esposos. Pero lo hicieron porque nunca habían tenido un espacio solo para ellas. Aprendieron desde comunicación hasta gestión de negocios, y al final pedían más. Terminamos bailando y celebrando”, afirma Hidalgo, quien comenta que el SPDA viene trabajando con aliados como TNC y Blue Action Fund para generar cambios estructurales en el sector.
El Plan de Género del Proyecto Humboldt II, impulsado por Ministerio de la Producción del Perú y la Subsecretaría de Pesca y Acuicultura de Chile (Subpesca), propone una hoja de ruta para cerrar estas brechas. Entre sus recomendaciones destacan la incorporación de las mujeres en los padrones oficiales, el diseño de créditos con enfoque diferenciado, el acceso a formación técnica adaptada y la creación de espacios de participación real en la toma de decisiones. Medidas que, de aplicarse, podrían transformar no solo la situación de las trabajadoras del mar, sino la eficiencia y equidad del sector pesquero artesanal.

Un mar que también es herencia
Nicolasa Ypanaqué tiene 59 años y toda una vida junto al mar. Es gerenta de Joyas del Mar, un emprendimiento colectivo liderado por esposas, madres e hijas de pescadores del distrito de San José, en Lambayeque. Desde hace 31 años, transforma conchas, redes rotas y otros desechos de pesca en collares, aretes y artesanías que remiten a la vida marina.
“Antes solo éramos las mujeres de los pescadores. Pero, al unirnos, descubrimos que juntas podíamos más. El mar nos da recursos, pero nosotras le damos valor”, comenta Nicolasa, quien cree que en esta industria las mujeres aún son vistas como un complemento, y no como parte del corazón productivo. “Queremos que el Estado nos vea. Que no solo apoyen a los pescadores, sino también a nosotras. Necesitamos créditos, capacitaciones, herramientas. Pero sobre todo, que nos incluyan en las decisiones”.
Durante décadas, las mujeres de la pesca artesanal en el Perú y Latinoamérica han cargado redes, fileteado, vendido en los mercados y sostenido la cadena productiva, incluso en épocas de suma escasez, sin figurar en los balances ni en las decisiones. Hoy exigen algo simple y radical a la vez: ser reconocidas como trabajadoras del mar, con los mismos derechos, la misma voz y el mismo lugar que los hombres. Porque el mar, diverso y equitativo como nadie, merece una industria que haga lo mismo.
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