Colmenas en resistencia para salvar a las abejas nativas de Perú frente a la pérdida de bosques
Las abejas sin aguijón dependen de bosques milenarios que desaparecen. Su hábitat ha quedado reducido a pequeños refugios que indígenas y científicos conservan

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Una tras otra, las abejas sin aguijón regresan a la caja de madera. Algunas traen polen pegado a sus patas traseras; otras, néctar en sus buches. Entran al nido, desaparecen por un instante y emergen de nuevo. Son pequeñas, discretas e incapaces de volar más allá de unos pocos cientos de metros. Las Meliponini dependen de que todo esté cerca. Su mundo está atado al bosque que han polinizado durante millones de años.
Pero ese mundo se encoge. Para encontrarlas en Perú, hay que caminar más de dos horas entre campos abiertos y tierras deforestadas hasta alcanzar los árboles más altos. “Los nidos silvestres solo resisten donde aún hay bosque virgen”, dice Heriberto Vela, meliponicultor de 58 años de San Francisco, una pequeña comunidad indígena sin carreteras ni señal en Loreto, en el norte de la Amazonia. A orillas del río Marañón, los kukama kukamiria han construido pequeños santuarios de madera. Los cuidan para protegerlas de las Apis mellifera, abejas traídas por los colonizadores desde Europa y extendidas por todo el continente, capaces de prosperar donde las nativas no pueden. Los cuidan para resistir.

Herederas del bosque
“A veces pienso en los años que perdí sin estudiar estas abejas”, dice César Delgado, entomólogo de origen kukama kukamiria y uno de los mayores expertos en abejas sin aguijón de Perú. Sus ojos, intensos y vibrantes, son propios de quien se dedica a desentrañar lo que otros apenas ven. Desde 1997 trabaja en el Instituto de Investigaciones de la Amazonia Peruana (IIAP) y, desde hace una década, se especializa en las Meliponini y sus patrones de polinización. “Su diversidad es impresionante, pero estamos lejos de comprenderla por completo”.
De las 20.000 especies de abejas en el mundo, las Meliponini son uno de los linajes más numerosos, con más de 550 especies. En América Latina se han identificado más de 400 de estos insectos sin aguijón. En Perú, existen al menos 175, aunque se cree que podría haber el doble.

Según un libro de Christoph Grüter, investigador de insectos sociales, las Meliponini llevan más de 70 millones de años de evolución y convivieron con los dinosaurios, cuando ya habían perdido su aguijón funcional. Mucho antes de la llegada de los colonizadores y la introducción de Apis mellifera, en Perú, en 1857, los pueblos indígenas ya conocían bien a estas abejas: en qué árboles anidaban, cuándo cosechar su miel y cómo utilizarla. Su vínculo con estas abejas nativas es tan antiguo —y tan espiritual— como con el mismo bosque. En ambos casos, su supervivencia depende de que el territorio siga en pie.
Curan, polinizan y sostienen el bosque
Heriberto Vela conoció a César Delgado en 2018, cuando él era guardaparques de la Reserva Nacional Pacaya-Samiria, en Loreto. En aquel entonces, cuidaba tres nidos silvestres sin mucho conocimiento técnico. Pero, poco a poco, ha ido aprendiendo y ahora trabajan juntos en el meliponario familiar en San Francisco, donde Vela cría cinco especies de abejas sin aguijón. Una de las más populares es la Melipona eburnea, llamada por los kukama boca de sapo o ronsapilla.
Delgado revisa una de las 46 cajas de crianza y deja al descubierto una arquitectura viva de potes de miel, polen y cera construidos por esa especie de cuerpo robusto y cobrizo. “Cada caja es una pequeña comunidad que se organiza mejor que nosotros”, explica Vela, quien también cuida 40 nidos silvestres en árboles monitoreados con GPS.
“Ni se dan cuenta de que estoy cosechando su miel”, continúa mientras extrae una gota ámbar con una jeringa. Más líquida que la de Apis mellifera, su sabor plasma el paisaje que polinizan: más cítrica, más herbal y menos empalagosa. Vela explica que esta miel ha sido alimento y medicina para heridas, infecciones y hasta resfriados entre los kukama.
Esta tradición ancestral ha sido respaldada por una investigación pionera de César Delgado y Rosa Vásquez Espinoza, bióloga química y fundadora de la ONG Amazon Research International. Su estudio confirmó que las mieles de Melipona eburnea y Tetragonisca angustula, otra especie más pequeña conocida como ramichi o angelita, contienen moléculas medicinales con propiedades anticancerígenas, antibacterianas, antiinflamatorias y antivirales.

Pero su producción es limitada. Mientras la Apis mellifera produce entre 20 y 30 litros de miel cada año, las nativas generan entre uno y tres litros. Hasta hace unos años, medio litro de su miel costaba tres dólares, explica Vásquez Espinoza. Tras el estudio, el precio se disparó a 20 dólares. Aun así, sigue siendo un producto de nicho.
Además de su valor medicinal, estas abejas también son polinizadoras especializadas de plantas, lo que contribuye a mantener la diversidad genética del bosque. “Han establecido relaciones únicas con las plantas locales”, explica Marilena Marconi, bióloga italiana que dirigió el meliponario experimental del Centro Urku en San Martín, en la selva alta de Perú. “Polinizan los cultivos nativos con los que evolucionaron”.
Entre los frutos nativos que se benefician de esta polinización está el camu camu (Myrciaria dubia), cuya producción puede aumentar hasta en un 44%. En el caso de otro cultivo comercial como el café, los rendimientos mejoran en un 28%, según estudios de Delgado. En otras palabras, las Meliponini sostienen las economías de quienes cultivan el bosque.
Colmenas sin bosque
Más de la mitad de los hábitats de las abejas sin aguijón en la Amazonia peruana están en áreas de alto riesgo de deforestación, según un reciente estudio sobre Melipona eburnea y Tetragonisca angustula. Es la primera evidencia científica que vincula directamente la pérdida de bosques con el declive de estas abejas en Perú.
“Algunos de los árboles donde anidan están muy traficados”, alerta Rosa Vásquez Espinoza, autora del estudio con Delgado y otros investigadores asháninkas. “El cortador no ve la colmena, solo la madera. No es consciente de que también está matando a colmenas y poniendo en riesgo el ecosistema”. Para esta exploradora de National Geographic, las abejas no solo sostienen el bosque, también encarnan una forma de resistencia de la naturaleza y de los pueblos que la han protegido frente a la deforestación y el cambio climático.

Las Meliponini anidan en los árboles más longevos de la Amazonia, como la cumala (Virola albidiflora) y el tornillo (Cedrelinga cateniformis), una de las especies más taladas en el país, según el estudio. En el bosque seco, prefieren higuerones (Ficus insipida), algarrobos (Ceratonia siliqua) y palo santo (Bursera graveolens), éste último clasificado en peligro crítico de extinción por el Estado peruano. Son árboles que superan los 100 años. “Y son los primeros en desaparecer con la deforestación”, lamenta Delgado. “¿Dónde va a vivir la abeja entonces?”, se pregunta.
Para mapear lo que los pueblos indígenas ya intuían, el equipo recorrió cuatro comunidades en la Reserva Comunal Asháninka, en el Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM), una de las zonas más golpeadas por el cultivo ilegal de coca en Perú. “Íbamos de noche para escuchar mejor sus zumbidos, medíamos el diámetro del árbol y la humedad y altura del lugar”, dice Richar Demetrio, guardaparques asháninka y coautor del estudio. Así localizaron medio centenar de nidos, muchos en peligro. “En la comunidad Pitirinquini, el 90% está deforestado”, advierte. “Cuando cortan un árbol, las abejas mueren”.
La deforestación también está más al norte, en el bosque seco de la costa peruana, donde talan árboles de higuerón para madera y algarrobo para leña. “Ya no quedan muchos árboles abuelos, las abejas no tienen donde anidar”, advierte Ysabel Calderón, bióloga reconocida con el Premio Midori a la Biodiversidad por restaurar este ecosistema de montaña. “Las estamos perdiendo”.

Un análisis complementario de los científicos brasileños Maria Eduarda Soares, Iago Junqueira y Weslley Cunha, quienes hacen parte del programa de formación del Instituto Serrapilheira, refuerza esta preocupación: la deforestación en Perú es muy intensa en las zonas más aptas para Tetragonisca angustula y Melipona eburnea. En el caso de esta última, fuertemente ligada al bosque, la presión es especialmente crítica: ya se han talado 2,5 millones de hectáreas de sus bosques en la última década.
Según el análisis geoespacial, incluso en territorios indígenas, donde el deterioro fue más lento, se observa un avance sostenido de la deforestación. Para los científicos, proteger estos territorios es indispensable para conservar a las abejas sin aguijón.
Una competencia desigual
La deforestación convierte el bosque en un campo de batalla entre abejas. “Cuando el alimento escasea, gana la más fuerte, la que madruga más”, asegura Guiomar Nates, entomóloga especializada en abejas silvestres en Colombia. Y casi siempre gana Apis mellifera.
Las alas diminutas de las abejas sin aguijón les impiden volar más allá de unos pocos metros. En cambio, la abeja invasora puede recorrer unos tres kilómetros. “Si en esos pocos metros no hay flores, para ellas es un desierto”, dice Nates. “Así haya un jardín exuberante a un kilómetro, no podrán llegar”. La Tetragonisca angustula apenas alcanza 500 metros al día.
El tamaño de las colonias también pesa. En México, científicos han observado que la Apis mellifera, con colmenas de 25.000 a 60.000 individuos, acapara las flores en épocas de escasez, desplazando a las Meliponini que forman colonias de 500 a 2500 individuos. “A las cinco de la mañana, Apis mellifera ya está visitando la mayor cantidad de flores”, dice Ysabel Calderón, desde su experiencia en el bosque seco peruano. “Cuando la nativa sale al mediodía, ya no queda nada”.
Meliponicultura sin control
Hasta hace poco, las abejas sin aguijón no existían en la legislación peruana. La ley solo reconocía a Apis mellifera y su valor agroindustrial. “¿Cómo podíamos ayudarlas si ni siquiera estaban reconocidas?”, cuestiona Vásquez Espinoza sobre el trabajo que inició con Delgado, la ONG Earth Law Center y diversos meliponicultores indígenas. “Nuestra misión fue abogar con ciencia y cultura para su reconocimiento”.
En diciembre de 2024, el Congreso peruano modificó la ley para incluir a las abejas sin aguijón y promover la conservación de sus hábitats, la reforestación de árboles hospedantes y la meliponicultura sostenible.

El cambio forma parte de una visión más amplia que busca declarar a las abejas sin aguijón sujetos de derechos. “Es una visión ecocéntrica que reconoce a la naturaleza por sí misma, más allá de su utilidad para las personas. Una visión que entiende que el ecosistema necesita a las abejas y viceversa”, resume Constanza Prieto Figelist, directora legal para América Latina en Earth Law Center. “Los pueblos indígenas lo han sabido desde siempre, ahora la ciencia está dando los datos que respaldan cambios normativos”.
Aun así, persisten barreras internacionales. El Codex Alimentarius, estándar global de Naciones Unidas, solo reconoce la miel producida por Apis mellifera. En paralelo, el interés comercial en Perú ha disparado la extracción y tráfico de nidos silvestres de abejas sin aguijón. “Me han ofrecido mucho dinero para llevarlos a Lima”, comenta Ysabel Calderón. “Es un riesgo si no se regula”.
El tráfico ilegal de Meliponini se ha documentado en Brasil que, con décadas de experiencia en meliponicultura, prohíbe trasladar colonias entre regiones. “En Perú cualquier persona puede meterse al bosque y sacar las colmenas”, advierte la bióloga Marinela Marconi. “Y, al hacerlo, trasladan parásitos y enfermedades que pueden alterar ecosistemas enteros”.

Para los pueblos indígenas, estas abejas más que esenciales, son sagradas. En la cosmovisión asháninka, las Meliponini fueron alguna vez personas, relata el guardaparques Richar Antonio Demetrio. Pero Avireri, dios supremo de la naturaleza, las convirtió en abejas.
Desde entonces, estos insectos de alas pequeñas y frágiles hacen un trabajo inmenso. Polinizan flores que sin ellas no brotarían, curan enfermedades con su miel, sostienen la vida. Y, en cada vuelo, llevan la memoria viva del bosque y de los pueblos que, como ellas, nunca han dejado de cuidar y resistir.
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