Zorras y Ozempic
El machismo organizado que lucha contra los objetivos del feminismo está ganando adeptos


En 2007, Britney Spears actuó en los premios MTV para presentar su disco Black out. La actuación, la primera en tres años después de haber sido madre, supuso un escarnio público feroz para la cantante, que tan solo seis años antes había roto los parámetros de la cultura pop al vender 37 millones de discos. Britney había saltado a la fama como la encarnación de sensualidad e inocencia, una dicotomía triunfadora que requerían la industria y los medios de comunicación de la época. En cambio, en 2007 era repudiada: se la tildaba de pasada de moda, gorda, y mala madre. Tras la actuación, en la que bailaba en shorts y medias de rejilla, se hicieron memes sin cesar en la que se la comparaba con Miss Piggy. Los memes llamaron la atención porque eran exactamente iguales que lo que se habían hecho con Monica Lewinsky tras el escándalo que supuso su relación con el entonces presidente Bill Clinton. Ambas mujeres pasaron a ser la mofa pública, por gordas y por zorras. Incluso Betty Friedan, la reputada feminista autora de La mística de la feminidad insultó a Lewinsky, tildándola de “pequeña idiota”, mientras defendía al presidente en su reelección.
El ensayo Girl on Girl, de Sophie Gilbert usa las experiencias de esas y otras mujeres en la esfera pública estadounidense para demostrar cómo a cada ciclo de progreso feminista nos enfrentamos después a una reacción misógina, que se genera además sobre una industria de la espectacularización del daño hacia las mujeres. Los ejemplos en los 2000 abundan: el 30% de todo el contenido que producían la creciente proliferación de webs y blogs de paparazzis se basaba en imágenes de Britney Spears de fiesta, drogada o desquiciada, como un “juguete roto”, una expresión usada sin cesar entonces. No era la única: otras mujeres del espectáculo —Lindsay Lohan, Amy Winehouse— eran avasalladas y consumidas en blogs que apostaban cual de ellas moriría antes mientras mostraban fotos de ellas inconscientes después de una buena juerga.
¿Y qué tiene que ver esto con nosotros? En el año 2018 el CIS publicaba que un 82 % de los españoles decía estar de acuerdo con que la igualdad entre hombres y mujeres no era efectiva y que aún había mucho por hacer.
En marzo de 2025, un estudio realizado por Ipsos desvelaba que el 52 % de los españoles opina que el feminismo contemporáneo “ha llegado demasiado lejos” y que ahora discrimina a los hombres. Esta percepción es más sangrante entre los millenials (26-40 años) y la generación X (41-54 años), y especialmente entre aquellos que votan a Vox o al PP.
En apenas siete años de diferencia, un abismo.
¿Qué ha pasado durante estos años? Hemos vivido el auge de los testimonios de mujeres sobre abuso y acoso sexual, que acabó aglutinado en los movimientos MeToo y Se Acabó. Hemos revisado también los casos de violencia que marcaron a la sociedad española a través de la denuncia de Nevenka Fernández o el testimonio de Rocío Carrasco. Las mujeres —sobre todo las más jóvenes— llenaron las calles para reclamar justicia judicial para la víctima de La Manada y la futbolista Jenni Hermoso denunció las prácticas de Luis Rubiales ante la Fiscalía.
Todo eso pasó, y, sin embargo, a día de hoy, hay una brecha entre hombres y mujeres, según la cual los primeros consideran que el feminismo activista ha ido demasiado lejos, mientras que la otra mitad de la población sigue argumentando que no es así. La brecha no es exclusiva de nuestro país, sino mayoritaria. En Corea del Sur, por ejemplo, si el apoyo al movimiento MeToo rondaba el 77% en 2018 por parte de los hombres, en la actualidad se trata del 29%. Es el mismo país en el que las mujeres han denunciado masivamente el uso de la tecnología deepfake para hacer circular fotos con contenido pornográfico falso, y que ha llegado al 70% de las escuelas . También es el país en el que se ha consolidado el ída-enam, el movimiento conservador antifeminista que quiere acabar con las cuotas de género.
El caso de Corea es un ejemplo más. Si en los 2000 el auge antifeminista se basaba en blogs misóginos y una cultura pop infestada de paparazzis que hacían caer en desgracia a los iconos de las mujeres más jóvenes, a día de hoy la misoginia se ha sofisticado. La denominada manosfera es ahora una serie de comunidades que intensifican día tras día su odio a las mujeres en foros que llegan a los más jóvenes y que les relatan consignas para difundir su derecho al sexo, a usar a las mujeres a su conveniencia y advertir de los peligros del feminismo. La política mundial ha tomado nota y abundan los líderes que hacen alarde de su antifeminismo y de la necesidad de recortar políticas de igualdad. Son notables los casos de Javier Milei o Donald Trump, quizás los más mediáticos en la actualidad.
La contraola es fuerte, rápida y muy contagiosa. Ocupa todos los espacios. En EE UU se ha restringido el derecho al aborto y se popularizan en redes los estilos de vida tradicionales, especialmente aquellos que promueven la idea de la mujer como ángel del hogar, como el fenómeno de las trad wives, las esposas que promueven valores como la sumisión al marido y ocupar exclusivamente la esfera doméstica y de la maternidad.
Por otro lado, queda claro que el objetivo de la contraola son los cuerpos de las mujeres. Si hace apenas cinco años vivíamos el auge del fenómeno body positive, que promovía la aceptación y aprecio de todos los tipos de cuerpos, independientemente de su forma, tamaño y apariencia física, ahora se nos alerta desde las revistas de moda el retorno del estilo heroin chic, cuerpos delgadísimos y con aspecto enfermo. Estos son posibles, en parte, ya no solo a la cultura de la dieta, sino a la aparición de la semaglutida, un medicamento que se usaba principalmente para tratar la diabetes tipo 2, pero que como quita el hambre ahora se usa para perder peso y se ha popularizado como Ozempic.
Mientras tanto, la organización ONU Mujeres advierte que uno de cada cuatro países en el mundo ha notificado un retroceso en los derechos de las mujeres. Los discursos antifeministas calan, y llegan a la política europea: En Italia, Polonia, Hungría, y España se han aplicado políticas que eliminan concejalías de igualdad en municipios, recortan fondos a programas de violencia de género y boicotean declaraciones oficiales sobre feminismo. Turquía ya ha abandonado el convenio de Estambul promovido para luchar contra la violencia ejercida hacia las mujeres y Polonia coquetea con la misma idea.
En los últimos días, el escándalo de las mordidas en el PSOE ha copado los titulares en España, y ha hecho tambalear al gobierno. No ha sido menor la repugnancia que mucha gente —incluidas mujeres del propio partido— ha sentido al comprobar cómo se sostenía la idea de las mujeres como mero objeto y mercancía. Si el signo de los 2000 eran las estrellas del pop como juguetes rotos, quizás la ola misógina de hoy se resume en que para muchos, las mujeres son solo unas zorras que se enrollan que te cagas.
España vive su particular cambio de ciclo en el que la unión de la extrema derecha, el fundamentalismo católico y una serie de redes antifeministas interconectadas se fortalece. Habrá que ver cómo hacerle frente y si estamos a tiempo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
