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Vincent Valdés, artista: “Quiero visibilizar esos episodios de la historia de América que se ocultan o se olvidan”

El artista chicano presenta en el MASS MoCA ‘Just a Dream’, una retrospectiva que recorre 20 años de arte y resistencia

Vincent Valdés
Ana Vidal Egea

Primero se exhibió en el Contemporary Arts Museum Houston (CAMH), el pasado mes de noviembre, y hasta marzo del 2026 Just a Dream podrá verse en el MASS MoCA. Se trata de la retrospectiva más importante en torno a la obra de Vincent Valdés (San Antonio, Texas, 1977), uno de los artistas chicanos más relevantes del arte contemporáneo, nombrado artista del año (2023) por la Art League Houston.

La muestra recorre 20 años de trabajo en forma de pintura, vídeo, dibujo, escultura, litografía e instalaciones multimedia, con una iconografía en la que se entremezclan alegorías visuales, como los boxeadores, con realidades tan crudas como el Ku Klux Klan, y que entretejen nada menos que la historia más incómoda de Estados Unidos. Para Valdés, es necesario hacer visible los episodios que han sido vetados de las narrativas oficiales, al hilo de aquello que decía Gore Vidal, que “no aprendemos nada porque no recordamos nada”.

Desde la ACLU (Unión Americana de Libertades Civiles) de Texas, donde el artista está haciendo una residencia, Valdés explica por videollamada su nuevo proyecto The New Americans, en el que rendirá tributo a aquellas personas que viviendo en Estados Unidos se dedican a ayudar a los demás. Me interesan “aquellos que no persiguen la fama ni el poder, sino que hacen lo que hacen porque sienten que hacer el bien es lo adecuado. Representan la esperanza, un pulso obstinado en un corazón moribundo”, explica.

La obra de Vincent Valdés, "So Long, Mary Ann".

Pregunta. ¿Cuándo supo que quería dedicarse al arte?

Respuesta. Empecé a dibujar antes de aprender a andar o de poder hablar. El dibujo ha sido siempre mi lenguaje. Era algo tan natural para mí, que creía que todo el mundo tenía la misma habilidad. Fue al ir a preescolar cuando me di cuenta de que no. Por entonces, mientras mis amigos trazaban formas básicas, yo ya dibujaba a Superman o dinosaurios con detalles. Siempre supe que ese era mi camino, que sería un artista.

P. Y a los nueve años empezó a pintar murales.

R. Me aceptaron para participar en un proyecto de arte comunitario y allí fue donde conocí a Alex Rubio, que por entonces tenía 19 años. Rápidamente, vio mi potencial y me acogió bajo su ala. Se convirtió en mi mentor, en mi maestro, en mi hermano mayor. Seguimos siendo muy amigos. Fue allí donde no solo entendí lo que significa ser muralista, sino también a apreciar el legado de la identidad chicana, y empecé a formar parte de esa tradición.

P. Se graduó en Rhode Island School of Design, una de las cinco escuelas de diseño más importantes de Estados Unidos. ¿Fue fácil entrar?

R. Tenía claro que quería estudiar arte en la universidad y mi familia, que es maravillosa, aunque estaba nerviosa porque no teníamos ningún otro referente, siempre me apoyó y creyó en mi visión y mi compromiso. Pero en Texas no había muchos recursos educativos en los que los estudiantes pudieran confiar para guiarse, y yo realmente no sabía dónde debía estudiar. Recuerdo que tenía un montón de folletos de programas universitarios en mis manos y que cerré los ojos, decidido a coger uno al azar y solicitar mi admisión en ese programa. Tuve mucha suerte porque era Rhode Island School of Design, considerada en muchas ocasiones como la mejor escuela de diseño del país. Y, aunque solo tenía cuatro días para hacer mi solicitud y es un proceso muy arduo porque exige que se envíen pinturas y dibujos originales, me aceptaron y me dieron una beca completa. Ahí cambió mi vida, porque por primera vez me expuse a críticas serias sobre mi trabajo, lo que me motivó muchísimo.

P. Hábleme de su primera gran pintura.

R. Me gradué con Kill the Pachuco Bastard (2000-2001), que era mi primera obra a gran escala y que representaba un momento histórico: los disturbios del zoot suit de 1943 en Los Ángeles, cuando cientos de jóvenes mexicoamericanos (pachucos) fueron atacados y desnudados por militares estadounidenses que consideraban que los zoots que vestían eran antipatrióticos. Era una obra violenta y muchos de mis profesores me advirtieron que no vendería nada si centraba mi obra en momentos tan confrontacionales que muchas personas, además, desconocían. Pero aquello reforzó mi intención de visibilizar esos episodios de la historia de América que se ocultan o se olvidan. Quiero informar a la gente a través de mi obra, para que puedan ver el mundo desde otra perspectiva.

P. Y consiguió venderla.

R. Al graduarme volví a vivir a la casa de mis padres y allí se presentó un día Cheech Marín, el mayor coleccionista de arte chicano, que había oído hablar de mi trabajo. La obra estaba guardada debajo de la cama de mis padres. La desenrollé, se la enseñé y me dijo, “Me la quedo”. Esa compra me permitió independizarme y empezar mi carrera como pintor profesional.

P. ¿Qué siente ante esta retrospectiva que reúne 25 años de trabajo?

R. Es muy gratificante. Reencontrarme en este momento de mi carrera con obras que pinté hace más de 20 años es tan emocionante como reunirme con un familiar o amigo al que hace mucho que no he visto. Recuerdo cada trazo. Esta retrospectiva también me permite ver cómo ha evolucionado mi técnica y mi visión, pero sobre todo resalta que mi obra es una crónica de la historia de América. Cada pieza es como un capítulo dentro de una obra literaria. Hay una historia, un hilo conductor, un narrador que guía en medio del caos tratando de encontrar sentido en medio de tanto absurdo y evidenciando que no estamos solos en nuestra lucha.

P. ¿Cómo repercute el momento sociopolítico actual en su obra?

R. Llevo toda mi vida pintando sobre el sistema que permite que figuras como Trump generen caos sin rendir cuentas. Nuestra situación actual no ha ocurrido de la noche a la mañana; lleva desarrollándose a un ritmo alarmante desde hace mucho tiempo. Década tras década, han ido emergiendo políticas peligrosas que apuntan siempre hacia la destrucción económica, hacia la pobreza, el deterioro del sistema educativo, las encarcelaciones masivas y la histeria migratoria. Quién controla el pasado, controla el presente. Los últimos presidentes, incluido Obama, han seguido potenciando este sistema. La gente se deja llevar por la emoción en lugar de por los hechos, la verdad y la historia.

P. ¿Qué pueden hacer los artistas al respecto?

R. Los artistas tenemos la responsabilidad de lanzar mensajes a nuestros contemporáneos, como lo han hecho figuras como Bob Dylan, Maya Angelou y tantos otros. Tenemos el poder de informar. En momentos como este, el pensamiento crítico, la información, la verdad y la creatividad se convierten en blancos de ataque porque representan una amenaza.

P. ¿Ha considerado en algún momento irse del país?

R. La aparición de la figura del boxeador en mi obra es una metáfora, un recordatorio constante de la lucha diaria, del espíritu de resistencia. Te levantas y peleas hasta el último aliento. Si cada verdadero defensor del progreso en este país —Malcolm X, Dolores Huerta, Martin Luther King— se hubiera marchado… ¿Qué habría pasado? Por eso, en nombre del espíritu de resistencia, permaneceré aquí.

P. ¿En qué proyectos está trabajando ahora?

R. Estoy haciendo una residencia en la ACLU, trabajando en una obra que se llama The new Americans, un homenaje a gente como MrCheckpoint (Sennett Devermont), que se dedica a ayudar a los demás, que no pierde su fe en la humanidad y que nos recuerda en los peores momentos, por qué la vida es tan importante. También siento que haré más colaboraciones y quizá una exposición conjunta con mi pareja, la también artista Adriana Corrales, sin cuyo apoyo no estaría aquí hoy. Tiene una obra muy diferente a la mía, vídeo, escultura, abstracción, minimalismo, pero nuestros valores son los mismos y juntos somos muy poderosos. En general seguiré atento, curioso, interesado, preocupado por lo que ocurre a mi alrededor. El arte de ver es muy complejo, porque cuánto más se envejece más se tiende a mirar a otro sitio o a cerrar los ojos, pero una vez que se ve, ya nunca se puede dejar de ver.

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Sobre la firma

Ana Vidal Egea
Periodista, escritora y doctora en literatura comparada. Colabora con EL PAÍS desde 2017. Ganadora del Premio Nacional Carmen de Burgos de divulgación feminista y finalista del premio Adonais de poesía. Tiene publicados tres poemarios. Dirige el podcast 'Hablemos de la muerte'. Su último libro es 'Cómo acompañar a morir' (La esfera de los libros).
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