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Series de televisión
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘La joven George Sand’: Retrato de una escritora en llamas

Filmin estrena la miniserie francesa sobre la famosa autora del siglo XIX que triunfó en su país de origen

Nine D'Urs, como George Sand en la serie 'La joven George Sand'.
Mar Padilla

Es un filón. Es el cine o, en este caso, las series de tacitas, que reflejan los agitados universos del siglo XVIII y XIX entre tediosas o tumultuosas escenas en comedores, cocinas, dormitorios o inmensos jardines en casas victorianas, en chateaus franceses o en mansiones sureñas norteamericanas, en las que nunca faltan juegos de loza de té o café. Narran, con mayor o menos ventura, vidas peligrosas que transcurren entre espacios abiertos, embarrados y verdes, en habitaciones sofocantes, con un hálito espeso como de enfermedad incurable, o en oscuros establos, con olor a heno sucio y un aire de pólvora de las pistolas de caballería.

Son series o películas donde la convivencia es muchas veces aterradora, donde se dan copiosas cenas a la luz de candelabros y se sacuden la modorra con melodías al piano, entre miradas de odio cerril o el más gentil amor. La joven George Sand (dirigida por Rodolphe Tissot, 2025) pertenece a ese género, pero lleva dinamita dentro.

La primera escena es una violación —cotidiana, banal, llena de rabia— de un marido a su mujer en el lecho matrimonial. “¡Estoy en mi derecho!”, se indigna el barón Dudevant cuando una noche más, su mujer, Aurore Dupin, forcejea para quitárselo de encima.

Como ahora mismo, en este siglo XXI, en esta miniserie de cuatro capítulos, en Filmin (que tuvo mucho éxito el año pasado en Francia, con una media de tres millones de espectadores) también hay albaricoques y vino, amigas de tiempos del colegio, hombres que pierden los papeles y hojas muertas por los caminos. También hay una violencia sistémica —a veces tan hogareña— contra las mujeres (hace apenas unos días lo denunciaba Rebecca Solnit: a nivel mundial, cada 10 minutos una mujer o una niña es asesinada por su pareja o un miembro de su familia).

Barbara Pravi y Nine D'Urs, en el episodio 2 de 'La joven George Sand'.

Las series tienen su impacto en el imaginario popular, y por eso es una noticia refrescante que se explique la historia real de Aurore Dupin (1804-1876). La joven George Sand narra los primeros pasos de una mujer que no fue sumisa ni pasiva, que se negó a ser una víctima, que cuestionó la relación natural de dominio del cuerpo y la vida de la mujer por parte del hombre, que denunció públicamente esa violencia, y que ganó todas esas apuestas y, de paso, tomó al asalto el cielo de la literatura francesa (la Biblioteca de La Pléyade —el panteón literario por antonomasia en Francia— incluye en sus publicaciones las obras autobiográficas de Sand). Lo hizo transformándose en George Sand, asumiendo públicamente un nombre masculino y la indumentaria de un hombre. Fue la única vía que encontró para poder vivir a su aire.

Hay otros motivos para ver La joven George Sand (algo esquemática, sin profundidad en los personajes). Por ejemplo, contemplar las maravillosas camisas de encaje y las levitas de mil botones que lleva Sand, interpretada por la actriz Nine d’Urso, que pasea y pelea por calles, teatros y cafés parisinos con un aire entre la cantante y poeta Patti Smith y la modelo y empresaria Inés de la Fressange (normal, dado que es su hija).

Aymeric Fougeron y Nine D'Urs, en la serie 'La joven George Sand'.

Ambientada en la Francia revolucionaria de 1830, la serie narra los años de juventud de Dupin, quien se convertiría en una escritora superventas detrás del seudónimo de Sand. Para escapar de su violento marido, Dupin huye de su castillo en Nohant hacia París, donde trata de labrarse un nombre en un mundo literario —exclusivamente masculino entonces—, renunciando a ampulosos vestidos y miriñaques y vistiéndose con pantalones y botas de montar (para ello tuvo que solicitar a la policía un documento que avalara que tenía permission de travestissement).

Sand fue celebérrima en su tiempo, tanto por sus múltiples relaciones amorosas —también se enamoró de la actriz Marie Dorval y medio París opinó sobre ello— como por sus dotes literarias. Escribió cerca de un centenar de novelas y fue articulista en Le Figaro y La Revue de Deux Mondes, donde propagó sus ideas revolucionarias.

En esos artículos y novelas, Sand hablaba del deseo sexual femenino y de las esclavitudes del matrimonio. Cuestionaba la educación de las mujeres en la inocencia y la castidad —con todo tipo de límites y terrores respecto a su propio cuerpo— para ser entregada después a un hombre y a una vida conyugal y sexual de la que no puede opinar ni nada sabe. “Las educamos como santas y luego las entregamos como potrancas”, escribió Sand en su novela Indiana.

Se tomó la libertad para vivir a su manera, cuestionando el orden familiar, conyugal y sexual burgués. Y fue una de las primeras voces en reflexionar sobre la diferencia entre sexo y género, una distinción absolutamente inédita entonces, según explicó la crítica literaria y escritora Anna Caballé —biógrafa de Carmen Laforet, Francisco Umbral y Concepción Arenal, autora de Breve historia de la misoginia: Antología y crítica (Ariel, 2019)—, en una conferencia sobre Sand en la Fundación Juan March hace unos años.

Marie Oppert, Nine D'Urs y Yoann Blanc, en la serie 'La joven George Sand'.

El mundo literario parisino —y el mundo en general— no estaba preparado para algo así, y la resistencia y hostilidad a la que se enfrentó Sand fue feroz. Según Caballé, en un artículo que tituló Las literatas, caballos o peces, Clarín opinaba que una mujer no podía ser escritora, y que si lo era, entonces no era mujer, sino otra cosa (tal vez un caballo, quizás un pez); el bohemio Baudelaire se refería a Sand como “esa letrina” por su promiscuidad sexual, y Nietzsche la tildó de “vaca lechera” cuando empezó a engordar.

A su vez, Sand tuvo muchos amigos entre literatos que apreciaron su escritura. Eran compañeros como Honoré de Balzac, Julio Verne o Gustave Flaubert, que la llamaba “mi querida maestra”. En En busca del tiempo perdido de Proust, el pequeño Marcel, mientras espera escuchar los pasos de la madre subiendo las escaleras, abrir la puerta de su habitación y acercarse a él para darle el beso de las buenas noches, está leyendo François le Champi, una novela de Sand.

Sand disfrutó, sufrió, viajó y peleó lo que no está escrito. A veces también odió a casi todo el mundo, y quiso que la dejaran en paz. Trabajó muchísimo, y redactó más de 30.000 cartas. En una de ellas, dirigida a su editor François Buloz, dice: “la vida es corta. El mal y el bien son inútiles a quien no desea más que reposo. Tráteme como a un muerto. No permita que insulten mi tumba, pero tampoco corra a escribir mi epitafio, estoy bien así”.

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Sobre la firma

Mar Padilla
Periodista. Del barrio montañoso del Guinardó, de Barcelona. Estudios de Historia y Antropología. Muchos años trabajando en Médicos Sin Fronteras. Antes tuvo dos bandas de punk-rock y también fue dj. Autora del libro de no ficción 'Asalto al Banco Central’ (Libros del KO, 2023).
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