Mirar en la misma dirección
El día que llegué a ver a mi madre a la residencia y la tele estaba apagada supe que había un problema mucho más grave del que puede detectar un TAC o una analítica


Mi madre siempre quería que pasase mi cumpleaños con ella y, harta de mis excusas para evitarlo, decidió morirse justo ese día. Era capaz de cualquier cosa para salirse con la suya. Yo siempre alegaba que era mi fecha y ella me recordaba las horas de dolor de parto en una asfixiante tarde de verano. A ver cómo se replica eso.
Este año, por primera vez, no me despertó cantando Cumpleaños feliz; el teléfono sonó, pero para informarme de que había sufrido una crisis y habían procedido a iniciar la sedación, aunque lo que viví las horas siguientes tenía poco que ver con la seda. Al final consiguió que pasásemos todo el día juntas; hacía tiempo que no lo hacíamos y menos en silencio, y mucho menos sin que hubiese una pantalla frente a nosotras. Decía Saint-Exupéry que amar es mirar juntos en la misma dirección y esa dirección para nosotras siempre había sido una televisión, el cordón umbilical que nos siguió uniendo toda la vida.
Cuando su enfermedad avanzó y fue necesaria una residencia, yo quería hacerme un Koldo y llenar su cuarto de dispositivos de grabación, no fuese que un día la viese de fondo en un reportaje de Sonsoles sobre residencias de los horrores. A ella sólo le preocupaba que hubiese tele en la habitación. Para su fastidio solo había TDT y tuvo que renunciar a su adorada Calle 13, a AXN, a Star y a sus bucles de procedimentales policíacos, esos proveedores de felicidad que llegaban donde no lo hacían ya las benzodiacepinas. El día que fui a verla y la tele estaba apagada supe que había un problema grave, dijesen lo que dijesen los TAC o las analíticas.
“¿Qué estás viendo?”, era lo primero que le preguntaba al descolgar, porque siempre estaba viendo algo. Hablábamos cada noche, excepto los sábados; ahí la llamada era a mediodía para que le dijese qué telefilme le iba a gustar más. No quería saber nada de mujeres de mediana edad que buscan un amor otoñal entre viñedos, quería asesinatos que se resuelven en el último suspiro y si eran de amish, mejor, porque un telefilme de amish con asesinato incluido es lo mejor que te puede pasar un sábado por la tarde. Pienso lo mismo.
Me dio instrucciones sobre qué hacer con sus cenizas, las físicas; las emocionales las esparzo aquí, en la sección de Televisión, creo que le habría gustado. No sé si hay vida después de la muerte, pero, de haberla, espero que tenga una buena programación.
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