Gino Cecchettin: “Para acabar con la cultura del patriarcado, los hombres tienen que ser parte del diálogo”
El padre de Giulia Cecchettin, una estudiante asesinada por su expareja en 2023 en un caso que conmocionó Italia, ha emprendido una lucha para concienciar sobre la violencia machista

En España no existe una figura como la de Gino Cecchettin. Su nombre es esencial hoy en Italia en la lucha contra la violencia de género, a su pesar. Italia lloró conmocionada tras el feminicidio de su hija Giulia Cecchettin, en noviembre de 2023, a manos de su exnovio, Filippo Turetta. En pleno luto por la muerte de esta universitaria de 22 años, el país asistió perplejo al nacimiento de este padre coraje que, en lugar de ensañarse con rabia contra el asesino, se atrevió a condenar abiertamente la cultura patriarcal como causa de la muerte de su hija.
Su voz y la de su otra hija, Elena Cecchettin, que utilizaron medios de comunicación y redes sociales como megáfono para cuestionar estereotipos machistas y transmitir ideas abiertamente feministas, hasta ese momento ajenas a la conversación pública italiana, llevaron a las calles a miles de ciudadanas en un clamor similar al que se vivió en España tras la primera condena contra La manada, en 2018.
Se trata de un país donde el año pasado se contabilizaron más de cien feminicidios y que aparece en el puesto 87º en el Global Gender Gap Report 2024 que el Foro Económico Mundial utiliza para medir la paridad de género entre 146 países (España ocupa el 10º). De ahí la trascendencia de Gino Cecchettin en Italia, donde la lucha por los derechos de la mujer ni siquiera se defiende con firmeza desde un gobierno que ha esperado hasta 2025 para presentar una propuesta de ley que reconozca el feminicidio como delito y que aún se resiste a promover la educación afectiva y sexual en las escuelas, una labor que la familia Cecchettin impulsa ahora desde la Fundación Giulia Cecchettin.
EL PAÍS conversó con Cecchettin por videollamada desde su casa en Padua tras la muerte del papa Francisco, el primer pontífice que condenó la violencia de género y quien llamó a tomar medidas educativas contra ella (aunque son, precisamente, las familias católicas las que más se oponen). Con la actualidad del cónclave papal, arranca la conversación:
Pregunta. ¿Teme la influencia que pueda tener en la lucha por la igualdad de la mujer un papa menos progresista que Francisco?
Respuesta. Sería un drama tener un papa conservador. Significaría que todos los pasos que dio el papa Francisco irían hacia atrás y no sería positivo para la Iglesia que, si quiere seguir existiendo como institución, debería seguir los pasos que da una sociedad que ha cambiado mucho en las últimas décadas. La Iglesia debería preguntarse qué hacer para atraer a los jóvenes, mirar hacia atrás no creo que sea el camino.
P. La tradición católica es fundamentalmente patriarcal. ¿Cree que eso pesa sobre un país que parece tener más problemas de desigualdad de género que otros de su entorno europeo?
R. No creo que haya una relación directa, porque Italia es un estado laico. Lo que influye en la cultura patriarcal italiana son las décadas de prejuicios y estereotipos, y el hecho de que los sigamos perpetuando en el modo en que educamos a las nuevas generaciones y cómo ciertos roles de poder siguen estando muy presentes en la sociedad y en las instituciones. Quizás en España, donde el final de la dictadura es relativamente reciente, se mantiene el recuerdo de lo que significa perder la libertad y por eso superar ciertos estereotipos culturales se ha sentido con mayor urgencia, llevando al país a enfrentarse a ellos con más decisión y rapidez que en Italia.
P. Usted ha perdido una hija en un feminicidio pero ha optado por contribuir a la conversación sobre la violencia de género llamando a los hombres a tomar partido activamente. ¿Por qué?
R. Hablar de un problema social como este obliga a las instituciones a hacer algo y a la gente a reflexionar. Las familias tienen que entablar un diálogo, hacerse preguntas. Y los hombres tienen que ser parte de ese diálogo y hacerse preguntas. A mí, muchos hombres me atacaron por no permanecer callado tras la muerte de Giulia, pero también mujeres que aún tienen prejuicios y defienden esa idea de hombre fuerte que tiene que protegerlas. Me gusta citar a la feminista Emily Punkhurst, quien dijo: “Tenemos que liberar a la mitad de la raza humana, las mujeres, para que puedan ayudar a liberar a la otra mitad, los hombres”. Pero si uno no es consciente de que tiene que ser “liberado”, se siente atacado.
P. Muchos italianos se sintieron atacados por usted por no respetar un luto corriente, por hablar en televisión sobre el problema del machismo en Italia…
R. Hablar sobre las causas de la violencia de género es positivo, en aquel momento llevó a muchísimas mujeres a encontrar el valor de llamar a los números de ayuda contra la violencia de género [en el trimestre posterior al feminicidio de Giulia Cecchettin las llamadas se dispararon en un 83%]. Están en juego vidas humanas, eso es en lo que hay que pensar, y en el largo proceso de transformación sobre el que necesitamos seguir trabajando.
P. ¿Para usted ese proceso comenzó al perder a su hija?
R. Arrancó tras el matrimonio. Yo me eduqué en una familia patriarcal en la que mi madre lo hacía todo en casa. Ese patrón lo repetía mi esposa Mónica (fallecida en 2022) y yo no me hacía preguntas. Llegaba a casa y la cena estaba hecha. Después fue la vida en común y el nacimiento de nuestros hijos lo que me fue mostrando que había desequilibrios y empecé a entender que ayudarla en casa era también ayudarme a mí mismo, contribuir al bienestar de mi familia. Pero la clave fue nuestra hija Elena, quien comenzó a hablar de feminismo, de derechos de las mujeres y ahí comprendí que llevaba toda la vida viviendo… [hace una pausa] como un hombre… un poco como esos machos alfa de esa serie española de Netflix. Ese shock y ese cambio se describe bien en la serie, aunque quizás sea demasiado irónico y tanta ironía le haga perder fuerza al mensaje.

P. Un año después del feminicidio de Giulia usted y sus hijos, Elena y Davide, lanzaron la Fundación Giulia Cecchettin con el objetivo de promover un cambio radical en las estructuras patriarcales a través de la educación.
R. Las familias tienen que entender que, o se ofrece a los jóvenes educación sexual y afectiva de la forma correcta o lo aprenderán todo de la web. Y si un niño de 10 años ya está conectado al móvil aprenderá de todo, pero de la peor manera posible. Somos demasiado antiguos, seguimos pensando que hay argumentos tabú. Hablar de educación sexual no es fácil, pero hay que hacerlo porque la alternativa es que aprendan de la peor manera. Hay niños de 12 y 13 años que ya tienen relaciones sexuales. Frente a esos datos, hay que actuar. Escuchar que la educación sexual en las escuelas no sirve es gravísimo y más aún cuando lo dicen las instituciones, que son las que deberían impulsarla. Nosotros queremos promover ese cambio a través de talleres de formación de profesorado, pero otro objetivo importante de la fundación es ayudar a las víctimas de violencia de género.
P. ¿Cree que el gobierno italiano está haciendo lo suficiente?
R. Veo tímidos avances pero habría que hacer mucho más, invertir en transformar la cultura existente. La violencia de género es una cuestión estructural, cultural y sistémica, y para enfrentarse a ella hacen falta medidas estructurales, culturales y sistémicas. El gobierno tiene el poder —y la responsabilidad— de impulsar el cambio a través de leyes, recursos, educación y comunicación pública. No basta con hablar de seguridad: hay que hablar de prevención, de educación afectiva, de lenguaje, de servicios, de formación. Sirve una estrategia nacional clara, continua y compartida. Yo hago un llamamiento a todos, no solo a quienes gobiernan hoy, no es un tema de campaña electoral. No podemos seguir parados mientras los feminicidios continúan.
P. Los datos hablan de que los chicos jóvenes se sienten amenazados por los avances y las reivindicaciones feministas en toda Europa. ¿Qué está haciendo mal la sociedad para que haya este retroceso cultural?
R. Yo tengo la sensación que se ha roto algún mecanismo a nivel educativo. La tecnología, además, no está ayudando. Va a una velocidad mucho mayor que la de las relaciones humanas y contribuye a su aislamiento. Ellos están en contacto con el mundo pero aislados con ellos mismos, utilizan la web para asomarse al mundo, pero creo que nosotros no hemos entendido el impacto que eso tiene en ellos y más en un mundo que parece virar a la derecha.
P. El feminicidio de su hija fue tratado en la prensa italiana con mucho sensacionalismo, pero según el estudio El relato de la violencia de género en la prensa 2024, la situación ha mejorado precisamente por el llamado efecto Cecchettin, que ha obligado a los medios italianos a hacer examen de conciencia. ¿Usted ha notado el cambio?
R. En la prensa escrita, un poco, pero aún hay muchísimo por hacer. El feminicidio presentado de forma escabrosa trae clics, mientras que hablar dándole valor a la vida de la víctima no vende y creo que es difícil luchar contra esto cuando el modelo de difusión de noticias, el click, está tan unido al negocio.
P. ¿Pero cree que las palabras tienen peso de cara a un cambio de actitud frente a la violencia de género? Su presidenta, Giorgia Meloni, insiste en ser llamada presidente…
R. Las palabras pesan mucho. El lenguaje es fundamental porque con él construimos los hechos. En Italia, en los cargos institucionales más altos, ocurre a menudo que se utiliza el masculino incluso cuando sería posible y significativo utilizar el femenino. Decir “el presidente” en el caso de una mujer es un detalle que puede parecer secundario, pero en realidad refleja una cultura en la que el poder continúa asociándose a lo masculino. Y esto no ayuda a superar los estereotipos. El lenguaje nunca es neutro: puede ser un instrumento para el cambio o para reforzar las desigualdades. Cuando hablamos de violencia de género, utilizar las palabras equivocadas puede producir una victimización secundaria. Etiquetar, culpabilizar o banalizar lo que le ocurre a las mujeres no solo es incorrecto, es dañino. Por eso la educación relacionada con el lenguaje es una parte fundamental de la prevención.
P. Tras la muerte de Giulia usted escribió un libro, Cara Giulia, una larga carta a su hija en la que también se hace preguntas sobre el por qué del patriarcado y sobre la cultura machista de su país.
R. Lo escribí, por un lado, para mantener viva su memoria y, por otro, porque como padre he sufrido mucho y no quiero que nadie pase por algo así. Espero que mi testimonio contribuya a cambiar esta cultura que lleva al feminicidio.
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