Por qué ante el auge de las ultraderechas las mujeres somos más de izquierdas y menos de Venus
La brecha de género en la posición ideológica ha aumentado en las últimas décadas, especialmente entre la población menor de 25 años. Es un fenómeno global, que no había ocurrido en otros períodos históricos. Buscamos la explicación más allá del género

Cualquiera que trabaje o conviva con jóvenes puede tener la impresión de que ellos son cada vez más machistas —y más de derechas—, y ellas son cada vez más feministas —y más de izquierdas—. Pues resulta que es cierto, en gran parte.
La polarización ideológica entre mujeres y hombres nacidos en torno al 2000 es una realidad que se puede cuantificar. En las elecciones alemanas del pasado febrero, el 35% de las mujeres entre 18 y 24 años votó a Die Linke —la izquierda de ideología socialista—, mientras que el 27% de los hombres de esa edad votó a AfD (Alternativa para Alemania), la ultraderecha germana. Según las encuestas, en Estados Unidos las mujeres de entre 18 y 30 son ahora 30% más “liberales” —entendido como progresistas, que últimamente hay que aclarar los conceptos básicos, que nos los roban— que sus contemporáneos masculinos. En España, según el CIS, Los hombres menores de 25 años se han desplazado más a la derecha que nunca, mientras que las mujeres de esta edad han virado a la izquierda como no lo habían hecho antes. De hecho, según la politóloga Silvia Clavería “los hombres jóvenes se han convertido en el grupo de población más derechizado de toda la sociedad, algo que no había ocurrido nunca”.
“Esta brecha de género en el voto es un dato muy impactante, muy sorprendente, muy nítido, extendido en todo Occidente. No había pasado antes en la historia, por lo menos no así de marcada y de extendida la diferencia”, afirma la abogada y periodista argentina Julia Mengolini, autora del libro Las caras del monstruo, en el que analiza las claves de la victoria de Milei en Argentina.
O sea, que lo de tu sobrino no es que está viendo los streamers equivocados, sino que está formando parte de un fenómeno mundial sin precedentes que hace más real que nunca la afirmación de Angela Davis sobre que el feminismo es la única lucha capaz de frenar el fascismo. ¿Y cuál es la explicación? ¿Los chicos son malos y las chicas buenas? ¿Ellos son cazadores y ellas recolectoras? ¿Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus?
Pues obviamente no. No existen argumentos biologicistas que expliquen comportamientos colectivos, y estamos en 2025 y ya sabemos que el género es una performance. Pero hay explicaciones, claro que sí.
¿Cómo se explica la brecha de género ideológica que recorre el mundo?
Según la filósofa política Jule Goikoetxea, “en el comportamiento electoral de las últimas décadas el voto se divide en base a aquellos ejes que han sabido politizarse”. Según su planteamiento, hace unas décadas las personas de la clase trabajadora votaron a partidos de izquierdas porque la explotación laboral era el eje que partidos y sindicatos habían conseguido politizar, despertando la conciencia de clase. Vamos, que la gente, cuando se hace consciente de violencias y explotaciones que le atraviesan, vota por quienes defienden la lucha que consideran suya. Así, según Goikoetxea, “cuando se consiguen politizar otros ejes, como la violencia estructural contra las mujeres y personas no blancas, la discriminación económica, política y científica que sufre mas de la mitad de la población por ser mujer, migrante, puta, o no blanca, estos sujetos se politizan y votan diferente a aquellos que no se identifican con ese problema, o no sufren dichas violencias y dominaciones”. Aquí parece estar el origen de la brecha: las que viven la discriminación y los que viven el privilegio.
Mengolini, desde otro prisma, considera que “hay una explicación que tiene que ver con la condición histórica de las mujeres, no esencialista, pero sí vinculada a una forma de vivir, a las tareas de cuidado, que nos aleja de esta propuesta de identidad cruel y absolutamente individualista con la que vienen las ultraderechas”. La idea de que a base de enseñarnos a cuidar y a preocuparnos por el bien común, hemos aprendido a rechazar la crueldad y la ley del más fuerte, me convence en parte. Pero ¿por qué ahora?
“Acá pasó algo” —afirma Mengolini—. “¿Qué es lo que pasó? Pues un proceso de politización, encuadrado en el movimiento feminista, que a las mujeres nos vino a proponer un proyecto de mundo más igualitario, de cuidar de los otros y de las otras. Y esto funcionó como un antídoto antifascista”.
Vamos, que somos más antifascistas porque somos feministas y somos feministas porque siempre tuvimos formas comunitarias de cuidarnos entre nosotras. Vendría a ser la nueva “conciencia de clase”. Las mujeres y las disidencias sexuales y de género hemos despertado a una conciencia que explica las violencias que vivimos como parte de estructuras de dominación que nos atraviesan, no como destinos biológicos o estado “natural” de las cosas. Y de ahí no se vuelve. Una vez que eres consciente de las discriminaciones que vives, y de dónde vienen, no puedes votar —ni vivir— como si no te dieras cuenta.
¿Qué papel tiene el feminismo en la izquierdización de las mujeres jóvenes?
El momento histórico en el que las mujeres más se identifican con la izquierda coincide con la extensión de la conciencia feminista, porque en realidad son el mismo proceso, el de construir razones y herramientas para combatir los discursos supremacistas. En palabras de Mengolini, “sin feminismo, las ultraderechas podrían estar ganando por más diferencia, porque la ultraderecha se propone como una propuesta de identidad en una crisis terminal del neoliberalismo. De no estar las mujeres más politizadas gracias al feminismo, tal vez todas hubiésemos comprado esa propuesta de identidad”.
El momento histórico en el que más se alejan las mujeres de las posiciones conservadoras, especialmente de las extremas, también lo explica el despertar masivo al feminismo. Para Jule Goikoetxea, “es el movimiento feminista con todas sus ramificaciones en las casas, en el ocio y en el trabajo quien ha politizado a todas esas mujeres jóvenes”.
El momento histórico en el que las mujeres jóvenes más se distancian —en principio ideológicamente, pero no solo— de los hombres, también está relacionado con la toma de conciencia feminista. “Aquí, —afirma Goikoetxea— pero también en Chile, Colombia, Argentina, Irán, Guinea, cuando ven que “ser mujer” (ser marcada como mujer) implica subalternidad, más pobreza, más precariedad y sufrir violencia sistemática por parte de los hombres, se dan cuenta de que el problema no es simplemente una estructura abstracta de dominación sin responsables, e identifican que tienen un gran problema con ese grupo social llamado “hombres”. Y empiezan a exigir explicaciones y cambios a los responsables. Y los responsables se cabrean. Y la responsabilidad no es personal, es política, da igual que tengan 20 años, porque ellas también tienen 20 años y no paran de sufrir violencia”.
¿Qué papel tiene el feminismo en la derechización de los hombres jóvenes?
Desde algunos sectores de la izquierda se ha acusado al feminismo de “ir demasiado lejos” y haber provocado una reacción en los hombres jóvenes, que los ha llevado a ser más machistas y a acercarse al fascismo. Pero Mengolini no cree que esa dinámica sea relevante. “Yo creo que el que se hizo ultraderechista por una reacción al feminismo son los menos. El núcleo más duro”. Para Goikoetxea, “el feminismo enfada a una gran cantidad de hombres porque les señala como el grupo social y político responsable del sistema patriarcal”. El feminismo ha construido las herramientas para analizar las desigualdades y las armas para empezar a combatirlas, y eso lo notamos nosotras, pero también quienes han vivido hasta ahora impunes y tranquilos en su privilegio.
“¿Cuándo empieza el cabreo?” —dice Goikoetxea— “Cuando empiezan a señalar a los responsables. Entonces, los responsables responden, sea votando, sea disparando, sea privatizando, sea ilegalizando el aborto, las personas trans, la equidad salarial. Eso es fascismo”. Así, parece que los avances del feminismo —que evidentemente pasan por destapar los sistemas de dominación y a quienes se benefician de ellos— serían la erupción que enciende el odio que lleva a algunos hombres considerar el fascimo una opción para huir de la lava. “Pero recordemos algo muy importante —apunta Goikoetxea—: no todos los hombres empobrecidos y explotados votan fascismo, es un determinado perfil muy concreto quien vota una y otra vez fascismo: supremacistas”.
Mengolini tampoco niega una reacción al feminismo “porque se nota que hubo una respuesta organizada a nuestro movimiento feminista, otra respuesta organizada. Nosotras presentamos una especie de programa y ellos contestaron con su especie de programa. El feminismo a nosotras nos resguardó de este tsunami de identidad ultrafascista”.
Las conclusiones serían, entonces, las contrarias a los que consideran que hemos ido tan lejos que nos hemos pasado y algunos hombres se sienten atacados. Más bien sería que hemos conseguido tantos avances, que hemos movido los cimientos que sostienen los palcos del privilegio, y quienes estaban allí sentados se han enfadado. Y así empiezan las revoluciones.
¿Qué influencia tendrían las redes sociales en este proceso?
El mundo no es el mismo desde que en 1991 se presentó la World Wide Web y “se inventó” internet. Y el movimiento feminista supo aprovechar la ausencia de intermediarios, las posibilidades pedagógicas y las potencialidades de alcance casi infinitas, para hacer llegar un mensaje necesariamente complejo a cada vez más mujeres que no tenían muy claro quién es Simone de Beauvoir. Todas nos hemos hecho (más) feministas gracias a internet.
Para Goikoetxea, “la cuarta ola feminista ha sabido usar las redes para movilizar, organizar y cambiar muchas cosas. Si solo hubiera tele y radio, pero no redes sociales, no hubiera sido posible lo que ocurrió con las denuncias en contra de agresores con poder, ni tampoco la denuncia de Jenni Hermoso, que se da en plena politización feminista y sindicalista de los grupos deportivos feminizados”.
Pero lo que ahora llamamos la “manosfera” (o “machosfera” según lo cabreada que te halles) también se apuntó al modem político y ha convertido las redes sociales en Tennesse después de la abolición de la esclavitud: un montón de hombres blancos convencidos de que no tienen todo —el poder, el dinero, las mujeres, el casito, la impunidad— que se merecen y que están dispuestos a todo, violencia incluida, por recuperar lo que —en su relato épico/onírico— les han arrebatado. ¿Quién? Nosotres.
Para Mengolini, “las redes sociales son un elemento crucial para entender esta especie de tormenta perfecta porque tabican nuestras creencias”. Pero la periodista y escritora considera que no es un fenómeno casual: “También existe un sesgo de género en el algoritmo. No puede ser que uno entre a YouTube y lo que más funciona sean los varones hablando con varones. Esto es una amplificación de una situación social que no la inventó el algoritmo, sino el patriarcado, pero que el algoritmo entiende, recoge y exacerba”.
¿Cuáles pueden ser las consecuencias de esta polarización?
Goikoetxea lo tiene claro: “La polarización va de la mano del cambio político. No hay cambios estructurales sin polarización. Lo que ocurre es que suele venir con mucha violencia porque quienes ostentaban el poder antes de ese cambio o de esa nueva politización, se enfadan, se arman, y empiezan a usar la violencia directa, institucional y económica a destajo. Ya lo estamos viviendo”.
Parece un mensaje apocalíptico, en sintonía con los aires de fin de mundo que soplan para cualquiera que esté un poco al tanto de la situación internacional o que tenga una cuenta en el zombie de Twitter, actualmente llamado X. Pero yo prefiero quedarme con la idea de que es, sí, el fin del mundo, pero tal y como lo conocemos, y que lo que viene se parecerá más a Venus, y menos a Marte.
En Urano está el apartamento que da título al libro de Paul B. Preciado en cuyo prólogo Virginie Despentes escribe algo que me parece un horizonte: “Por primera vez en mi vida siento que toda esa violencia que resurge no es más que el último gesto desesperado de la masculinidad tradicional abusiva y violadora. La última vez que los oímos gritar y salir a matarnos por las calles para conjurar la miseria que constituye su marco de pensamiento. Creo que los niños nacidos después del año 2000 pensarán que seguir bajo este orden masculinista sería morir y perderlo todo”.
Pues eso, que nosotras a lo nuestro.
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