Ozempic: ya nos tenían casi convencidas, entonces se les ocurrió anunciarse
Aida do Santos, autora de ‘Hijas del Hormigón’, reflexiona sobre por qué es paradójico que sea un medicamento para una enfermedad que no tenemos el que nos haga encajar en una sociedad enferma de superficialidad

Sin darnos cuenta, las chavalas de la periferia, las hijas del hormigón, habíamos empezado a incluir en nuestras conversaciones que existía un medicamento para diabéticos de tipo 2 con el que podría perder peso mágicamente cualquiera. Adelgazar mientras esperas regular tu nivel de azúcar en sangre es un efecto secundario de esos que son pura serendipia, como las erecciones de la Viagra.
Hace unos meses aparecieron los memes ilustrados por las famosas que posaban en la alfombra roja de turno, más flacas de lo que recordábamos. En abril de este mismo año, Los Simpson le dedicaron un capítulo al Othinquic, lo que nos hace pensar si es que siempre hay una escena en Springfield que nos predice el futuro, o si es que la historia se repite y, por lo tanto, somos animales de costumbres y de vicios.
La generación millennial, a la que pertenece Amanda, que creció con charlas contra la anorexia y la bulimia en los institutos no se va a arrodillar frente al váter ni a esconder la comida en servilletas: se va a pinchar a escondidas, como la anterior.
Pau Donés cantaba aquello de que “por un beso de la flaca daría lo que fuera”, pero al parecer somos nosotras, las mujeres, las que estamos dispuestas a cualquier cosa por evitar que nos llamen gordas. A pesar de que ya haya varios títulos en las librerías que defienden que Gorda no es un insulto, como me recuerda Isa a sus 40 años desde Valencia. A la mayoría nos preocupa tanto ser validadas, reconocidas y deseadas que poco nos importa parecer unas yonquis de la talla 36, comiéndonos el techo el día que no hemos podido completar nuestra rutina del skincare, ni nos hemos tomado las gominolas de colágeno.
Da exactamente igual las razones por las que una sea gorda, todas merecemos vivir en nuestro cuerpo y que nos respeten, como nos advierte la escritora Magdalena Piñeyro, la opresión es constante, a la que es gorda le dicen que adelgace, y a la que no lo es, que no se ponga gorda: “La gordofobia no es una cuestión de gente gorda, sino feminista, porque la delgadez se nos exige a las mujeres como parte del criterio de belleza”.
¿Para qué otra cosa íbamos a venir nosotras a este mundo, si no es para hacer bonito mientras somos jóvenes las estancias diseñadas por y para que los hombres se disputen el poder? Las fajas que le mencionaron a Sandra en Sevilla durante la entrevista de trabajo forman parte del mismo ajuar que los tacones de Fátima, las faldas de tubo de Triana y el blanqueamiento dental de Aurora: la indumentaria laboral de las mujeres no están diseñados para que desempeñemos correctamente nuestras tareas. Debemos atender siempre con una sonrisa, ¡A las teleoperadoras se nos exige sonrisa telefónica! Menciona la veinteañera Izaskun desde Vitoria, ya sea acomodando pasajeros como Carmen de Madrid al cielo a sus 50 años, atendiendo a familiares de un fallecido en Zaragoza o dando presupuesto para un cambio de lunas en Sevilla, hay patronales que prefieren pagar una baja —cuando la pagan— por una operación de metatarsos, antes que ver un zapato plano. El peso y la edad son solo un número hasta que te puedes quedar fuera por no entrar en el uniforme, como le pasó a Ainhoa con treinta años en Bilbao, o a Dolores cuando solo le llaman cuando quita su edad, 52 años, del currículum buscando trabajo en Barcelona.
A pesar de todo lo que el feminismo nos ha enseñado acerca de la aceptación de nuestros cuerpos, y de las marcas de ropa que han descubierto que podrían vender a más mujeres bajo la etiqueta body positive, en cuanto se superan los 24 grados volvemos a caer en la cultura de la dieta. Ese régimen que definió Naomi Wolf como un campo de exterminio en el que nos encerramos a nosotras mismas, donde poco a poco vamos perdiendo la energía, la fuerza, hasta enfermar y dejarnos la vida.
Ahora que se ironiza con los centros de rehabilitación para drogodependientes, nosotras recordamos a las compañeras de clase internadas, aquellas que se lo podían permitir, en un centro psiquiátrico hasta que volviesen a comer. Recuerdo en los dos mil a un albañil que estaba dispuesto a dar un brazo para que su hija recibiese el alta, porque en aquella clínica se fueron los ahorros que hubiesen hecho de ella la primera universitaria de la familia
Así que es paradójico que vaya a ser un medicamento para una enfermedad que no tenemos el que nos haga encajar en una sociedad infecta de hedonismo y superficialidad. Había cierta aprobación social al invento, Sandra comentaba que si se democratizase, quién no iba a querer esa pastilla mágica que nos emanciparía de los batidos dietéticos y de los gimnasios. Concha a los 34 años ya tiene cita para una reducción de estómago mientras Yoli, de la misma quita, lee Cómo romper un cuerpo, sobre los peligros de entrar en quirófano. Estábamos todas, en cierto modo, admiradas de esa solución tan aséptica hasta que a la empresa responsable de comercializar el elixir mágico se le ocurrió anunciarlo en televisión y redes sociales. Nos habían casi convencido a todas sin haber invertido un euro en publicidad directa. Pero han decidido hacer un spot que nos criminaliza porque, a pesar de que haya más obesos que obesas, las malas madres que no podemos ni agacharnos para cuidar de nuestra familia somos nosotras, como le dijeron después de tener a su primera hija a Vanesa en Madrid recién cumplidos los 30, que le dolían las rodillas por haber cogido peso. La obesidad mata, y para concienciarnos de algo que ya sabemos, había que poner a una mujer que podríamos ser cualquiera de las que participaron en Hijas del Hormigón, las que tenemos que correr para coger el autobús porque tardamos más de una hora de casa al trabajo, que lo perdemos por estar gordas. Nos prefieren atléticas antes que aumentar la frecuencia de las líneas de transporte.
Su campaña de culpabilización y miedo nos ha demostrado que la gordofobia no tiene nada que ver con una preocupación buenista por nuestra salud, sino que esa patologización es el enésimo control malista de nuestro cuerpo, tiempo y dinero. Han querido hablar de la obesidad sin filtros, pero quizá esos filtros eran los que nos protegían como consumidoras de que se hiciese una agresiva y encubierta publicidad de medicamentos que precisan prescripción.
La obesidad es… no poder correr cuando pierdes el autobús, cuando quieres jugar con tus hijos. Es sentirse mal por el mero hecho de comer.
— Novo Nordisk España (@NovoNordiskES) June 17, 2025
La obesidad es una enfermedad. Hablemos de #ObesidadSinFiltros pic.twitter.com/k3a1WyA9fZ
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