El amargo regreso de los desplazados de la guerra a Jartum, una ciudad devastada y saqueada
Más de 1,3 millones de personas ya han vuelto a sus hogares en el centro del país, tras la toma de la capital por parte del Ejército el pasado marzo, pero muchos encuentran ciudades arrasadas, inseguridad y economías colapsadas


Ebtihal Sifeeddinn Adam, una joven de Sudán de 22 años, lleva unas semanas tratando de reconciliarse con su hogar en Omdurmán, una de las tres ciudades que conforman el área metropolitana de la capital del país, Jartum. Acaba de volver después de dos años de ausencia, marcados por una devastadora guerra civil que estalló en abril de 2023 y la obligó a huir con su familia. “Los primeros días fueron muy duros”, recuerda, “pero gracias a Dios, pasaron”.
Desde Omdurmán, Ebtihal y los suyos se trasladaron a un pueblo cerca de Kosti, una de las principales ciudades del estado de Nilo Blanco, al sur de Jartum. Se tuvieron que instalar en una zona casi sin electricidad ni agua potable. Tampoco había cobertura, lo que se convirtió en un dolor de cabeza constante para poder mantener su trabajo en una agencia de marketing. Allí se quedaron alrededor de un año y medio, hasta que la guerra empezó a dar un vuelco.
Mucha gente quiere volver porque ese es su hogar y no quieren seguir desplazados; quieren regresar y reconstruir sus vidasLuca Renda, representante del Programa de la ONU para el Desarrollo (PNUD) en Sudán
En septiembre de 2024, y por primera vez desde el inicio del conflicto, el ejército empezó a tomar la iniciativa y a arrebatarle terreno a las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido, que hasta aquel momento habían mantenido a las tropas regulares contra las cuerdas. La ofensiva comenzó en el Estado de Sennar, al este de Nilo Blanco, avanzó hacia Jazira, en el fértil centro del país, y culminó, el pasado mes de marzo, con la simbólica recuperación de todo Jartum.
Ebtihal sabía que tenía que regresar. “Decidí volver a Jartum cuando me di cuenta de que no había esperanza en la zona [donde me había trasladado]: la conexión no era buena, no había educación, no había nada que hacer para quedarse”, explica. “Yo soy una persona que solía ser activa y me gustaba desarrollarme en lo que me gusta, pero allí esto era imposible”, constata.
El retorno a Omdurmán tuvo sus escalas. Primero, Ebtihal y su familia trataron de acercarse a la ciudad, y se quedaron un tiempo en Rabak, la capital de Nilo Blanco. Cuando tuvieron la certeza de que el Estado de Jartum había sido retomado por el ejército, dieron el paso definitivo y regresaron. Pero lo que se encontraron, cuando llegaron a mediados de julio, fue una casa medio en ruinas donde no se podía vivir, así que tuvieron que alojarse con una de sus abuelas.
Allí, explica la joven, la electricidad sigue cortándose y aún hay grupos armados merodeando por las calles. La ciudad es sobre todo difícil para quienes lo perdieron todo, se quedaron sin trabajo y sobreviven día a día. “La situación quizás no sea demasiado buena”, reconoce, “pero, gracias a Dios, es mejor que una guerra”.
La duda del retorno
Ebtihal y su familia no son los únicos en haber recorrido el camino de vuelta a casa. La guerra en Sudán ha obligado a huir a unas 12 millones de personas, incluidos unos cuatro millones que buscaron refugio en países vecinos, en la mayor crisis de desplazados del mundo. Hasta finales de julio, sin embargo, al menos 1,3 millones de desplazados internos han vuelto a sus hogares, entre ellos más de 300.000 refugiados regresados desde otros países, según cifras de la ONU.
Más del 70% han vuelto al Estado de Jazira, pero otros han regresado a Sennar y unos 100.000 ya a Jartum, en gran parte siguiendo los avances del ejército en el centro del país pero también empujados por las duras condiciones en los lugares donde encontraron refugio. El problema, ahora, es que muchas de las zonas a las que la gente empieza a regresar se hallan devastadas.
Una de las cosas que la gente más necesita es mejorar el suministro de agua potable, porque la guerra ha dañado gravemente su infraestructuraAyman Eissa, el coordinador de proyectos de la ONG sudanesa Sadagaat
“Mucha gente quiere volver porque ese es su hogar y no quieren seguir desplazados; quieren regresar y reconstruir sus vidas”, afirma Luca Renda, representante del Programa de la ONU para el Desarrollo (PNUD) en Sudán. “[Pero] al mismo tiempo preocupa que regresen a una ciudad que no está en condiciones de recibirlos”, admite, notando que sus estimaciones apuntan a que unas dos millones de personas podrían volver a Jartum en los próximos meses.
Como le ha pasado a la familia de Ebtihal, uno de los mayores desafíos en Jartum es el estado de las viviendas. Hasta el momento no se ha elaborado ninguna evaluación exhaustiva de los daños, pero los combates entre el ejército y las Fuerzas de Apoyo Rápido en la capital fueron unos de los más feroces de toda la guerra. Y los paramilitares, que ocuparon durante casi dos años la ciudad, la sometieron a una de las campañas de saqueo más extensas de la historia.
“Lo que resulta impactante en Jartum es el saqueo y el pillaje que se ha producido a pequeña escala”, señala Renda. “En casi todos los edificios se ha producido un desmantelamiento total del sistema eléctrico, se han arrancado todos los cables y se han retirado todas las tuberías.” “Así que no se trata solo de reparar la estructura física de los edificios, sino de reemplazarlo prácticamente todo, y esto lo hará mucho más complicado sobre todo para las familias”, nota.
Otro reto mayúsculo son los servicios y las infraestructuras. Al menos 41 de los 87 hospitales del Estado de Jartum están dañados, según un estudio con imágenes de satélite de finales de 2024 del centro de investigación humanitaria de la Universidad de Yale y la Asociación de Médicos Americanos de Sudán. Su refinería principal, red eléctrica, calles, pozos, sistemas de drenaje y estaciones de tratamiento de agua también están en gran medida destruidos.

“Una de las cosas que la gente más necesita es mejorar el suministro de agua potable, porque la guerra ha dañado gravemente su infraestructura”, apunta Ayman Eissa, el coordinador de proyectos de la ONG sudanesa Sadagaat, que trabaja en zonas afectadas por el conflicto. “La gente tiene dificultades para acceder a agua y la que se suministra a través de camiones es muy cara, así que deben recorrer largas distancias para poder conseguirla”, agrega.
Las consecuencias de estos niveles de devastación se han dejado de notar en los diversos brotes de cólera que afectan a el país, con alrededor de 100.000 casos reportados desde julio de 2024.
Este domingo, el Gobierno de Sudán anunció que había logrado contener el brote de cólera en Jartum, donde desde mayo pasado se registraron alrededor de 16.000 casos y unas 250 muertes, pero otros brotes siguen activos en regiones como Darfur. En la ciudad de Tawila, por ejemplo, se registraron alrededor de 400 casos y 30 muertes solo durante la semana pasada.
los brotes de cólera afectan a el país, con alrededor de 100.000 casos reportados desde julio de 2024.
En otras ciudades del país como Atbara, en el norte, y Puerto Sudán, en el noreste, los cortes eléctricos y las tórridas temperaturas ya han causado varias muertes este verano, según medios locales.
A todo ello se suma que, pese a la expulsión de las Fuerzas de Apoyo Rápido, Jartum continúa muy militarizada y algunos soldados y bandas han aprovechado el caos para sumarse a robos y saqueos, según denuncian grupos locales. Además, soldados y combatientes de milicias aliadas han participado de detenciones ilegales, desapariciones y ejecuciones de personas acusadas —a menudo sin pruebas— de haber colaborado con los paramilitares. La inseguridad también se ve aumentada por una gran cantidad de artefactos explosivos sin detonar.
Eissa, de Sadagaat, también nota que “los mercados [de comida] se están recuperando, pero no a buen ritmo”, así que “muchas personas no pueden permitirse comprar alimentos”. “Esta es uno de los ámbitos en los que estamos intentando intervenir”, agrega, “apoyando a cocinas comunitarias para que puedan ofrecer comidas a los [vecinos] ”.
Para quienes regresan o ya se encuentran en Jartum, la economía está igualmente hecha trizas. El sector industrial, que antes de la guerra se concentraba en la capital, ha sido devastado; el desempleo y la pobreza se han disparado; y las pérdidas personales son todavía incalculables. Para algunos, todo ello ha resultado insostenible. Y según medios locales, no son inusuales los casos de personas que han vuelto a abandonar Jartum después de haber intentado regresar.
Reconstrucción paulatina
Quienes más están animando a la gente a volver para proyectar cierta normalidad son la junta militar y su Gobierno, aunque ellos siguen operando provisionalmente desde Puerto Sudán. En julio, el jefe del ejército y presidente del país, Abdel Fattah Al Burhan, ordenó la salida de Jartum de todas las fuerzas militares en un plazo de dos semanas para frenar la inseguridad, y se han formado comités especiales para trabajar en el restablecimiento de servicios.
La capital de Sudán se encuentra en el lugar donde las aguas del Nilo Azul y el Nilo Blanco convergen en un solo río, por lo que la zona está formada por tres ciudades gemelas: Jartum, que es formalmente la capital; Omdurmán, ubicada a su oeste; y Bahri, al noreste. Por ahora, la mayoría de quienes están retornando al Estado capitalino se dirigen a Omdurmán, que es la menos destruida de las tres ciudades y donde empieza a florecer cierta vida a trompicones.
“En Jartum es donde encontramos más nivel de destrucción y es absolutamente impactante”, señala Renda, del PNUD, que nota que “el centro de Jartum era prácticamente una ciudad fantasma” cuando lo visitó por primera vez en abril. “Pero, en general, hay muchas zonas de Omdurmán que presentan una situación que yo definiría como casi de normalidad”, asegura.
Para las autoridades sudanesas, el regreso de la gente a Jartum no solo supondría una victoria política y un voto de confianza que no se está replicando en las regiones bajo control de los paramilitares. Sino que confían que, dada su limitada capacidad financiera y su agresiva apuesta militar, serán quienes retornen los que asumirán reconstrucciones a pequeña escala y contribuirán a reactivar la economía, restaurar la vida comunitaria y reforzar la seguridad.
Por ahora, los esfuerzos están centrados en realizar intervenciones que permitan restablecer servicios mínimos y acomodar el regreso de más gente, según señala Renda. Para empezar, se han identificado 20 escuelas primarias, 15 de secundaria, seis hospitales y varios centros de atención primaria. También se apostará por paneles solares para garantizar suministro eléctrico sin tener que reconstruir grandes infraestructuras ni depender de combustible.
“Estas son las intervenciones más inmediatas. Y esto es importante porque, si no lo hacemos, tendremos otra crisis humanitaria: gente que regresará, no encontrará un entorno adecuado y luego tendrá que enfrentarse, de nuevo, a la necesidad de encontrar asistencia humanitaria”, anticipa Renda, que asegura que su objetivo es “evitar a toda costa” que esto suceda.
En paralelo a las intervenciones anteriores, el PNUD está desplegando programas para limpiar zonas afectadas por los combates con grupos como Sadagaat. En Omdurmán, emplearon durante unos cuatro meses a 2.000 personas para que despejaran de escombros una parte de la ciudad, abrieran el acceso a escuelas y a hospitales, y limpiaran canales de drenaje. Ahora, tienen previsto extender la iniciativa a Jartum y a la ciudad de Jebel Aulia, al sur de la capital.
Uno de los mayores obstáculos para expandir este tipo de proyectos, sin embargo, es la falta de fondos. El Gobierno de Sudán estima que el coste total de la reconstrucción del país podría rondar los 700.000 millones de dólares, de los que Jartum absorbería casi la mitad. En julio, varias agencias de la ONU realizaron una llamamiento conjunto para que se aumente el apoyo financiero a unas operaciones humanitarias que consideraron “masivamente infradotadas”.
Ahora que la atención se empieza a dirigir hacia quienes regresan a Sudán, sin embargo, el director de la agencia de la ONU para los refugiados (Acnur) en África oriental, Mamadou Dian Balde, señala que es importante no dejar atrás a los más de 800.000 refugiados que viven en el país y que se han visto igual de afectados. “Las necesidades incluyen a sudaneses afectados y desplazados, a los que no fueron desplazados, y a los propios refugiados”, afirma.
Al mismo tiempo, Balde reclama no olvidar a los refugiados sudaneses que siguen fuera del país. Muchos de ellos viven en condiciones muy precarias en países como Chad, Sudán del Sur, Uganda, Libia y Etiopía. Y la mayoría de quienes han huido de las regiones bajo control paramilitar, como Darfur y Kordofán, no pueden regresar.
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