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“¡Se lo suplico, Donald Trump. La gente va a morir!“: el recorte de fondos de USAID amenaza el avance de dos décadas de lucha contra la malaria en Guinea

Los niños y las embarazadas serán los mas afectados por el recorte de la Iniciativa Presidencial contra la Malaria de EE UU, que cubría a cerca de la mitad de la población guineana y financiaba la labor crucial de los trabajadores sanitarios comunitarios

Mohamed Camara, de 10 años, descansa en una cama del Centro de Salud de Tamita en junio de 2025. Lo acompañan sus padres y su hermana pequeña. A Mohamed le han diagnosticado malaria en medio de una crisis de salud global por los recortes de EE UU a la ayuda exterior.

Una mañana de mediados de junio, Mohamed Camara, de 10 años, yacía en una cama de un centro de salud en la pequeña localidad guineana de Tamita, vestido con unos pantalones cortos de color azul brillante y una camiseta de estilo militar. Parecía febril y pequeñas gotas de sudor le resbalaban por la frente. Acababa de ser diagnosticado de malaria. Esa mañana, los padres de Mohamed lo habían llevado al centro. Ahora, ellos y su hermana pequeña estaban sentados en la cama junto a él, con aspecto angustiado. “Estábamos muy preocupados”, recuerda su padre, Alseny Camara.

Solo seis meses antes, los padres de Mohamed habrían podido llamar a un agente de salud comunitario. Esa persona habría acudido a la casa de los Camara en motocicleta, le habría extraído una gota de sangre y la habría aplicado a una prueba de diagnóstico rápido. Tras un resultado positivo, el agente de salud le habría administrado al niño una primera dosis de medicamentos y habría explicado a sus padres cómo continuar el tratamiento. Si los síntomas hubieran sido graves, Mohamed habría sido derivado al centro de salud.

Pero no ha ocurrido, porque en Guinea-Conakry, donde toda la población, de más de 14 millones de habitantes, está en riesgo de contraer la malaria, miles de trabajadores comunitarios perdieron su empleo después de que EE UU congelara repentinamente miles de millones de dólares en ayuda exterior en enero, pocos días después de que el presidente Donald Trump asumiera el cargo.

Los trabajadores sanitarios comunitarios ―personas que prestan algunos servicios de atención primaria aunque no tienen formación especializada― son una parte esencial del sistema sanitario de muchos países africanos y son especialmente importantes en la lucha contra la malaria, donde unos pocos días de retraso en el diagnóstico y el tratamiento pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte.

Pruebas rápidas de malaria desechadas en el centro de salud de Tamita. Este tipo de pruebas permiten obtener resultados rápidos en pocos minutos, lo que permite actuar eficientemente en caso de que haya un resultado positivo.

Mohamed tuvo suerte de que sus padres pudieran llevarlo al centro de salud y de que no tuviera un caso grave de malaria. El paludismo, causado por un parásito transmitido por mosquitos, puede infectar el cerebro y provocar anemia y fallo orgánico con riesgo de muerte. Cuando llegó al centro de salud, le administraron una combinación de medicamentos y se recuperó, según su médico. Pero otros padres quizá no tienen los medios para llevar a sus hijos al doctor, o no a tiempo, dice la directora del centro, Aïssata Camara. (No es pariente del niño; mucha gente en esta parte de Guinea se apellida Camara).

La congelación de la financiación estadounidense para la lucha contra la malaria en Guinea —que fue de alrededor de 15 millones de dólares en 2024, unos 12,8 millones de euros— ha interrumpido o puesto en peligro muchos otros servicios sanitarios en este país de África occidental, como la realización de pruebas diagnósticas, el suministro de medicamentos y mosquiteras tratadas con insecticidas de larga duración, así como la recopilación de datos, el apoyo técnico y la formación. La Administración Trump ha puesto fin a gran parte de la labor de la Iniciativa Presidencial contra la Malaria (PMI, por sus siglas en inglés), que financiaba los esfuerzos de control del paludismo para aproximadamente la mitad de la población guineana. EE UU también ha amenazado con reducir su contribución al Fondo Mundial de Lucha contra el VIH, la Tuberculosis y la Malaria, que financia los esfuerzos en el resto del país.

Nouman Diakité, director de seguimiento y evaluación del Programa Nacional de Control del Paludismo de Guinea, piensa que no hay duda de que el país verá aumentar los casos de paludismo y las muertes. “Ya ha comenzado”, dice. Los niños menores de cinco años, que representan alrededor de tres cuartas partes de las muertes por malaria, y las mujeres embarazadas serán los más afectados.

Se esperan brotes de paludismo en docenas de otros países africanos donde la PMI prestaba apoyo. En un artículo publicado en The Lancet en junio, los investigadores estimaron que, si la PMI hubiera continuado como de costumbre, habría evitado 13,6 millones de casos de malaria y 104.000 muertes en el África subsahariana este año, incluidos 250.000 casos y 450 muertes en Guinea.

No se perderán todos esos logros, ya que parte de la financiación estadounidense para la lucha contra el paludismo continúa. La Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), donde se encontraba la PMI, ha sido disuelta y casi todos sus empleados han sido despedidos. Sin embargo, en un correo electrónico del 25 de julio, un portavoz del Departamento de Estado de EE UU afirma que hay un compromiso de “garantizar una integración fluida de los programas de salud mundiales destinados a salvar vidas de la USAID al Departamento de Estado” y añade que esa transición “está muy avanzada”.

Aun así, los expertos en salud pública prevén que los casos de malaria se disparen en los próximos años, ya que la disminución de los esfuerzos de control de los mosquitos permite que la transmisión de la malaria repunte. “Es una tragedia”, afirma Regina Rabinovich, antigua directora de la división de enfermedades infecciosas de la Fundación Bill y Melinda Gates.

EE UU ha desempeñado un papel importante en la lucha mundial contra la malaria durante dos décadas. Hasta hace poco, aportaba alrededor del 65% de la financiación internacional para combatir esta enfermedad, según un análisis de KFF, una organización sin ánimo de lucro estadounidense dedicada a las políticas sanitarias. Gran parte del resto procedía del Fondo Mundial, cuyo presupuesto también procedía en aproximadamente un tercio del Gobierno estadounidense.

La PMI se puso en marcha en 2006, durante la presidencia de George W. Bush. Fue el comienzo de una era dorada para el control de la malaria, según Richard Steketee, que fue coordinador adjunto de la PMI para la malaria a nivel mundial en EE UU entre 2018 y 2023. El Fondo Mundial, el Banco Mundial y la Fundación Bill y Melinda Gates se sumaron a la lucha. El presupuesto de la PMI creció hasta alcanzar casi 800 millones de dólares en 2024, más de 685 millones de euros, con los que se prestó apoyo a 27 países del África subsahariana.

Uno de los puntos críticos es Guinea, que tuvo unos 4,4 millones de casos y más de 10.000 muertes en 2023, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Cada año, a finales de mayo o junio, cuando la temporada de lluvias hace que se formen charcos y estanques, los mosquitos Anopheles pululan y pican, y los pacientes febriles llenan las clínicas. Los niños, cuyo sistema inmunitario aún no ha aprendido a combatir los parásitos, corren un riesgo mucho mayor. En 2005, aproximadamente uno de cada seis niños nacidos en Guinea moría antes de cumplir los cinco años, muchos de ellos a causa de la malaria.

La ayuda estadounidense pronto comenzó a cambiar la situación. Gracias a los esfuerzos conjuntos de la PMI y el Fondo Mundial, se han introducido ampliamente mosquiteras tratadas con insecticida, prácticamente inexistentes hace 20 años. Más de 1,1 millones de niños menores de cinco años reciben ahora medicamentos contra la malaria cada mes durante la temporada alta de transmisión, una estrategia denominada quimioprevención estacional. Aproximadamente la mitad de las mujeres embarazadas del país, cuyo sistema inmunitario está temporalmente debilitado, reciben al menos tres dosis de un medicamento combinado que protege a la madre de la malaria y reduce el riesgo de aborto espontáneo, muerte fetal, parto prematuro y bajo peso al nacer.

Aissatou Diallo, de 24 años, llora angustiada junto a su bebé, de un año, que padece una malaria grave. Aissatou y su bebé viven en un pueblo a siete kilómetros del Hospital de Dubreka y no tienen mosquiteros en su casa. "Teníamos varios mosquiteros, pero se rompieron y no nos dieron más", dice. USAID financia la distribución gratuita de mosquiteros tratados con insecticida de larga duración (LLIN, por sus siglas en inglés) en toda Guinea.

No es fácil medir el éxito de los programas. En la mayoría de los países africanos, muchos casos de paludismo y muertes se producen en los hogares y no se notifican. Sin embargo, un indicador clave es la prevalencia, que se mide normalmente como el porcentaje de niños de entre seis meses y cinco años seleccionados al azar que tienen parásitos de paludismo en la sangre. En Guinea, esa cifra se redujo del 44% ―de una encuesta nacional realizada en 2012― al 17% en 2021. La mortalidad infantil se redujo en un tercio entre 2005 y 2018. “Guinea ha logrado realmente un progreso enorme”, afirma Richard Reithinger, antiguo investigador distinguido de RTI International, una organización sin ánimo de lucro estadounidense que implementó los programas financiados por la PMI.

Ahora, el caos y la incertidumbre reinan desde que Trump ordenara una pausa de 90 días en la ayuda exterior el día de su toma de posesión en enero. Se pidió a Guinea que detuviera las actividades financiadas por USAID. Tras una revisión, el Departamento de Estado descongeló algunos fondos “vitales” para la lucha contra la malaria, incluidos los destinados a medicamentos y mosquiteras. Sin embargo, un análisis de KFF reveló que el 80% de los 157 contratos de USAID que incluían actividades contra la malaria fueron rescindidos. RTI International despidió a casi todo su personal local en Guinea, unas 60 personas, según Reithinger.

Ibrahima Kankalabé Diallo, máximo responsable de salud de la localidad de Boffa, enumera una lista de 15 cosas que EE UU había apoyado y que se han paralizado o están en peligro. Entre ellas figuran el pago a los trabajadores sanitarios comunitarios, 378 solo en su distrito; el suministro de medicamentos esenciales, ordenadores, microscopios y motocicletas; las reuniones mensuales con los directores de los centros de salud de la prefectura; y una reunión de alto nivel con motivo del Día Mundial contra la Malaria para sensibilizar a la población. “Nada es como antes”, afirma Diallo.

El biólogo Fakouma Camara examina la muestra de sangre de un paciente bajo el microscopio. Así se detecta si hay parásitos responsables de la malaria en la sangre. Gracias al apoyo de USAID, Fakouma ha formado a decenas de biólogos y técnicos de laboratorio para analizar los resultados de los pacientes con malaria en los distintos centros de salud del país.

Fakouma Camara, biólogo afincado en Boffa, era uno de los cinco expertos guineanos certificados por la OMS para diagnosticar la malaria mediante microscopio, gracias a la formación impartida por la PMI. Había pasado a trabajar como formador, enseñando a los trabajadores sanitarios comunitarios de todo el país a utilizar pruebas de diagnóstico rápido y a los técnicos de laboratorio a diagnosticar con el microscopio. Ahora se ha quedado sin trabajo y el programa de formación se ha derrumbado.

En el hospital de Dubréka, más de la mitad de los ingresos en junio fueron por paludismo. En un almacén, el farmacéutico jefe del hospital, Alpha Baldé, señala las pilas cada vez más reducidas de cajas que contenían medicamentos. Le preocupa que no se repongan.

Guinea no es el único país en esta situación. En abril, una evaluación rápida de la OMS reveló que más de la mitad de los 64 países donde la malaria es endémica habían sufrido interrupciones moderadas o graves en los servicios de lucha contra la enfermedad. “Hay pánico en muchos países”, afirma Maru Aregawi Weldedawit, del Programa Mundial contra la Malaria de la OMS. Reithinger afirma que los mayores problemas se producirían en países como Nigeria, la República Democrática del Congo (RDC), Etiopía y Mozambique, donde la carga de la malaria ya era elevada y los fondos para controlar la enfermedad eran insuficientes incluso antes de los recortes de EE UU.

¡Se lo suplico, Donald Trump. La gente va a morir! ¡Los niños pequeños morirán!
Alhassane Camara, trabajador sanitario comunitario en Keleya

El futuro del apoyo de EE UU a la lucha contra la malaria es incierto. En su correo electrónico, el Departamento de Estado subraya que “las actividades clave de la PMI para salvar vidas en la prevención y el tratamiento de la malaria continúan”. Afirma que al menos diez contratos siguen proporcionando productos básicos a los países socios de la PMI, entre ellos más de tres millones de mosquiteras tratadas con insecticida en la RDC y Etiopía y prevención química estacional para más de siete millones de niños en África occidental. Sin embargo, a partir de ahora toda la ayuda será gestionada por el Departamento de Estado, y muchos temen que, con la estructura de ayuda existente hecha trizas y miles de personas despedidas, el departamento tenga que empezar de cero. El destino del Fondo Mundial también es incierto, ya que EE UU y otros países están reduciendo sus compromisos.

Conozco el sistema sanitario guineano y he visto cómo ha resistido y salido de la crisis del ébola, y cómo ha gestionado la crisis de la covid. Creo que el sistema tiene una enorme capacidad de resistencia
Richard Reithinger, antiguo investigador distinguido de RTI International

Los países de ingresos bajos y medios tendrán que gastar más de su propio dinero en la lucha contra la malaria. Guinea es rica en recursos y uno de los mayores productores de bauxita del mundo. Si solo el 1% de los ingresos de esa industria se destinara a la salud, el país podría hacerse cargo de la lucha contra la malaria, afirma Alioune Camara, coordinador del Programa Nacional de Control de la Malaria. Según él, ya ha planteado esta cuestión al Gobierno. “¿Lo harán? Esa es la gran pregunta ahora“.

Reithinger se muestra “cautelosamente optimista” sobre el futuro de Guinea. “Creo que tendemos a subestimar a los gobiernos de los países”, afirma. “Conozco el sistema sanitario guineano y he visto cómo ha resistido y salido de la crisis del ébola, y cómo ha gestionado la crisis de la covid. Creo que el sistema tiene una enorme capacidad de resistencia”.

Pero en el centro de salud de Tamita, donde casi a diario llegaban nuevos pacientes con paludismo, demasiadas cosas se estaban quedando en el camino, según su directora, Aïssata Camara. “La continuidad está en peligro”, afirma. “Queremos que vuelva el apoyo estadounidense”.

El trabajador comunitario Alhassane Camara viste aún su chaleco de USAID. Asegura, desde Keleya, estar preocupado por la salud de la comunidad y por su propio futuro económico.

Como ella, en Guinea, muchas personas se sienten abandonadas por un socio que antes era fiable. Alhassane Camara, trabajador sanitario comunitario en Keleya, sigue vistiendo un polo y un chaleco con banderas estadounidenses y el logotipo de USAID, junto con el lema de la agencia: “Del pueblo estadounidense”. Ha perdido sus ingresos —unos 50 dólares al mes— y su motocicleta, y aunque sigue ayudando a las familias cercanas a su casa, ya no puede llegar a las que vivían más lejos.

A Camara se le llenan los ojos de lágrimas y, en un arrebato emocional, pasa repentinamente del francés, idioma oficial de Guinea, a un inglés entrecortado. “¡Se lo suplico, Donald Trump. La gente va a morir!“, grita. ”¡Los niños pequeños morirán!“.

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