Desafío de la ONU Sevilla: los gobiernos tienen la oportunidad de construir una estructura financiera global mejor y más sostenible
En la Conferencia de las Naciones Unidas los gobiernos no pueden simplemente encubrir las deficiencias de un sistema de que se derrumba

Los líderes mundiales reunidos esta semana en Sevilla para la Conferencia Internacional de las Naciones Unidas sobre la Financiación para el Desarrollo tienen ante sí un inmenso desafío. Inicialmente, la esperanza era encontrar el dinero adicional necesario para reducir la pobreza, promover el crecimiento y combatir el cambio climático. Ahora, la preocupación es que la situación pueda empeorar. Los recortes de la ayuda han afectado gravemente la acción humanitaria y los problemas críticos de la salud global. La incertidumbre económica, junto con una deuda insostenible, está agotando los presupuestos gubernamentales. Esto significa que no queda dinero suficiente para afrontar las pandemias, los conflictos violentos y la crisis climática, que a su vez podría desestabilizar las sociedades en todo el mundo. Ningún país estará a salvo.
Existe un 20% de probabilidades de que el mundo experimente otra pandemia tan mortal como la covid en la próxima década. La humanidad corre el riesgo de perder el control de algunas de las epidemias más letales del mundo. Se han conocido nuevos casos de mpox (viruela del mono) en Malaui y, si la financiación estadounidense desaparece, no se recupera o reemplaza, podría haber seis millones de infecciones por VIH y cuatro millones de muertes relacionadas con el SIDA adicionales para 2029. Diez millones de personas podrían contraer tuberculosis, lo que provocaría dos millones de muertes adicionales.
En Sevilla, los gobiernos no pueden simplemente encubrir las deficiencias de un sistema de financiación para el desarrollo que se derrumba.
En 2015, durante la última Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Financiación para el Desarrollo, algunos países ricos habían alcanzado el objetivo global que se habían fijado de contribuir con el 0,7% de su Producto Interno Bruto (PIB) al desarrollo mundial. Sin embargo, ha transcurrido una década y los gobiernos ahora están abandonando esa ambición para centrarse en el gasto en defensa. En 2024, ningún país del G-7 se acercó a esa meta, y todo parece indicar que 2025 será el año de la mayor caída de la ayuda a los países en desarrollo en toda la historia.
La ayuda no es una panacea, pero ha marcado una enorme diferencia. Ha permitido la inversión en prioridades cruciales como la respuesta al VIHJoseph Stiglitz y Winnie Byanyima
Dado que los países de la OTAN son los mayores donantes de ayuda, el reciente acuerdo para aumentar el gasto en defensa al 5% del PIB para 2035 solo empeorará la situación. La ayuda no es una panacea, pero ha marcado una enorme diferencia. Ha permitido la inversión en prioridades cruciales como la respuesta al VIH. Una nueva generación de cooperación internacional, que priorice no solo la asistencia humanitaria, requiere de un enfoque renovado de inversión pública global para los bienes públicos globales, entre los cuales la salud pública es uno de los más importantes.
Mientras tanto, los países en desarrollo se asfixian bajo una deuda de tres billones de dólares, y más de la mitad de los países de bajos ingresos se encuentran en crisis de deuda o en alto riesgo. Como resultado, hoy en día, el dinero fluye de los países en desarrollo a los países avanzados, justo lo contrario de lo que debería ocurrir. Más de la mitad de la deuda del Sur Global está en manos de bancos y empresas privadas, que suelen ser lentos en participar en restructuraciones de deuda y, cuando lo hacen, suelen ofrecer mucho menos de lo necesario. Su importancia, incluso entre los países más pobres, hace que la reestructuración de la deuda sea más compleja y lenta. Zambia tardó cuatro años en llegar a un acuerdo para el alivio de la deuda. Incluso en el caso de Ucrania, en plena guerra, se tardó cuatro meses.
En los últimos años, el dinero se ha ido de los países en desarrollo a los acreedores privados de los países avanzados. Lo que facilita este flujo perverso es que las instituciones financieras internacionales, el FMI y los bancos multilaterales de desarrollo, están orquestando un rescate de facto para los acreedores privados con el dinero que proporcionan al mundo en desarrollo, además cobrando tasas de interés muy altas, muy superiores a lo que se necesita para compensar el riesgo que corren.
La austeridad no es una opción. Los países ya apenas cubren las necesidades básicas de sus ciudadanos. Los países de ingresos bajos y medios hacen todo lo posible para financiar programas vitales, pero simplemente no tienen el dinero necesario para afrontar la carga. Hoy en día, 3.300 millones de personas viven en países que gastan más en el servicio de la deuda que en salud o educación.
Por eso, el papa Francisco, en su último año de vida, creó la Comisión del Jubileo, un panel de destacados economistas, juristas y expertos en desarrollo encargado de explicar cómo el mundo terminó en este caos. Desvelaron que, al obligar a los países a recortar las inversiones en salud, educación y adaptación climática para pagar deudas insostenibles, nuestro sistema de financiación del desarrollo no solo no previene las crisis, sino que las agrava y las hace más frecuentes.
Sin embargo, toda crisis crea una oportunidad. Los gobiernos ahora tienen la oportunidad de construir una estructura financiera global mejor y más sostenible. Lo que se necesita es ir más allá de abordar los problemas actuales, y reformar la arquitectura financiera internacional, para asegurar que no se repita otra crisis similar. Es preciso proporcionar no solo más financiación y en mejores condiciones, sino también mejorar las oportunidades de crecimiento, por ejemplo, mediante acuerdos comerciales más justos. También es necesario garantizar que los países en desarrollo no sean explotados por flujos financieros ilícitos que se dirigen a los países avanzados y que las corporaciones occidentales paguen por los recursos que extraen de los países en desarrollo un valor muy por debajo del de mercado, acaparando las ganancias.
Es esencial permitir que los países pobres obtengan una mayor proporción de los ingresos fiscales que les corresponden en función de las actividades que se originan en sus territorios; y fomentar los flujos de capital productivo hacia los países en desarrollo en lugar de los flujos de carácter especulativo que entran y salen de estos países. De hecho, solo África pierde más de 88.000 millones de dólares al año debido a flujos financieros ilícitos, principalmente abuso fiscal, y ese dinero suele encontrar refugio en países más avanzados.
A principios del milenio, mientras el VIH se cobraba millones de vidas en África, la carga injusta e insostenible de la deuda agravaba el sufrimiento del continente. Sin embargo, Gobiernos y ONG, algunas de carácter religioso, impulsaron el cambio a través de la campaña Jubileo 2000, impulsada por el Papa Juan Pablo II. Consiguieron más de 100.000 millones de dólares en alivio de la deuda, lo que permitió a los gobiernos invertir en salud, educación y protección social. Las infecciones por VIH se redujeron en millones durante las dos décadas siguientes, lo que ayudó a encaminar al mundo hacia el fin del sida como amenaza para la salud pública en 2030 (el ODS 3.3).
Hoy en día, existen innovaciones que pueden cambiar la trayectoria del VIH, manteniendo a millones de personas a salvo mediante inyectables de acción prolongada y altísima eficacia; sin embargo, los derechos de propiedad intelectual se interponen en el camino estableciendo precios inasumibles que impiden que millones de personas en países en desarrollo puedan beneficiarse de ellos. Nuestro sistema de propiedad intelectual también requiere una reforma estructural, algo que se hizo evidente durante la pandemia, con tantas hospitalizaciones y muertes innecesarias simplemente porque no se compartió la propiedad intelectual de las vacunas de la covid, resultando en millones de muertes evitables y un daño que fue mucho más profundo y prolongado para la economía global.
En Sevilla, los líderes tienen una oportunidad para renovar su compromiso con la justicia y la solidaridad globales, que también redundará en su propio interés, pues las enfermedades no necesitan pasaportes ni visadosJoseph Stiglitz y Winnie Byanyima
Esta semana, en Sevilla, los líderes tienen una oportunidad para renovar su compromiso con la justicia y la solidaridad globales, que también redundará en su propio interés, pues las enfermedades no necesitan pasaportes ni visados. Una población mundial enferma proporciona un terreno fértil para el desarrollo de una pandemia que podría propagarse rápidamente, y las desigualdades globales generan un nivel de desintegración y polarización social que alimentan conflictos que tampoco conocen fronteras.
Es necesario un nuevo multilateralismo. Lo que suceda en Sevilla debe aprovechar el impulso generado por el acuerdo de 2023 para avanzar en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cooperación Fiscal Internacional, un acuerdo que podría ayudar a garantizar que las personas y empresas más ricas paguen la parte que les corresponde. También es muy importante avanzar en reformas fiscales, a escala nacional y global, que incluyan una fiscalidad focalizada en los ingresos y riqueza acumulada de las personas más ricas, foco de crecimiento de la desigualdad. Sevilla debería marcar también un punto de partida para un nuevo sistema de reestructuración de la deuda que permita a los países en desarrollo contar con el margen fiscal necesario para liderar su propio futuro.
Lo importante en Sevilla no es solo el acuerdo oficial que surja, relevante de por sí al englobar la voluntad de 192 países firmantes, sino el compromiso y el impulso generados por la Plataforma de Acción de Sevilla, que establece alianzas para trabajar de manera cooperativa por el bienestar del conjunto de la humanidad.
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