La tormenta perfecta de deuda, recortes de ayuda y emergencia climática que asfixia al Sur Global
La IV Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo de la ONU, que se celebra desde este domingo en Sevilla, busca soluciones para alcanzar los objetivos de desarrollo en un mundo en crisis


Cuando el salario de un funcionario de un país africano, pongamos Kenia, se congela, su merma salarial acaba en la cuenta de un banco a miles de kilómetros o de un Gobierno extranjero, en concepto del pago de la deuda. Y cuando un país, pongamos Ghana, no puede contratar enfermeras porque su presupuesto de Sanidad es raquítico, la causa también hay que buscarla en buena medida fuera. Son apenas dos ejemplos reales de la tormenta perfecta que asfixia de deuda al Sur Global. Con 3.400 millones personas viviendo en países que gastan más en deuda que en salud o en educación, hablar de desarrollo se convierte casi en una broma macabra.
De cómo abordar la crisis de deuda y en general de cómo financiar el desarrollo en un mundo que atraviesa, además, una emergencia climática y en el que Occidente se encuentra absorbido por sus propias crisis y dispuesto a recortar la ayuda a la cooperación para aumentar el gasto militar hablarán en Sevilla, a partir de este domingo y hasta el jueves, decenas de jefes de Estado y de Gobierno, instituciones multilaterales y representantes de la sociedad civil.
Se trata de la IV Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo de Naciones Unidas, una cumbre que mira al Sur Global y en la que los mandatarios tratarán no solo de aliviar la deuda, mediante canjes o reestructuraciones, sino también de abrir la puerta a reformar un sistema considerado anacrónico e injusto por multitud de expertos. Como escribía el Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, esta semana en EL PAÍS, “el sistema mundial de deuda es injusto y está roto”.
El texto de conclusiones de la cita es el llamado Compromiso de Sevilla, fruto de un año de negociaciones. Ha sido adoptado por consenso de los países, pero sin contar con la presencia ni la aprobación de Estados Unidos, cuya Administración se encuentra en las antípodas de la agenda negociadora que se verá en la capital andaluza.
Algo parecido a la deuda sucede con la ayuda al desarrollo, sumida en una crisis de legitimidad desde hace años y ahora cercenada. Los recortes llegan en el peor momento, con la crisis climática azotando con especial virulencia a los países más pobres y vulnerables pero que menos han contribuido a saturar el planeta de gases contaminantes. El resultado es un agujero de 3,7 billones de euros, según la ONU, los que serían necesarios para cubrir las acuciantes necesidades de desarrollo (antes de la pandemia eran 2,3 billones).
La covid primero, la guerra de Ucrania después, y finalmente la subida de los tipos de interés y la emergencia de acreedores como China, los países del Golfo o bancos privados con intereses desorbitados han condenado a decenas de países del Sur Global a una situación insostenible. El 60% de los Estados de renta baja está al borde de una crisis de deuda, según un informe publicado esta semana por Oxfam. La situación es especialmente aguda en África.
Otra cifra: en 2023 la deuda del continente africano equivalió al 24,5% de su PIB. Y otra más: ya en 2022 África dedicó más dinero al pago de deuda que lo que entró en ayuda al desarrollo. En total, los países del Sur Global dedicaron ese año a pagar la deuda y sus intereses 1.288 billones de euros.

Estando así las cosas, regresó Donald Trump a la Casa Blanca a principios de este año, desatando una guerra arancelaria y desmantelando la agencia pública USAID, el mayor donante del mundo. Ha sido el recorte de ayuda más sonado, pero ni mucho menos el único. Con economías débiles, al calor de la retórica antiayuda populista y decididos a rearmarse, por primera vez en 30 años de manera simultánea, otros grandes donantes como el Reino Unido, Francia o Alemania han previsto recortes drásticos de sus fondos de cooperación, evidenciando el fin del consenso del imperativo moral de la ayuda, plasmado en el capítulo IX de la Carta de Naciones Unidas.
La ayuda al desarrollo se redujo ya en 2024 un 9%, según la OCDE, y se interrumpieron tratamientos vitales contra el VIH, la tuberculosis o la malaria, que se prevé que causen millones de muertes en los próximos años.
Es solo el comienzo, porque la OCDE calcula que en 2025 se registrará la mayor caída de ayuda de la historia: entre el 9% y el 17%. En el caso de la salud global, esa cifra sube al 19%-33%. Planea además la amenaza estadounidense de tasar las remesas de los migrantes, conocida ya como la tasa de los pobres y que, según algunos cálculos, podría tener un mayor impacto que los recortes de ayuda.
La crisis es aguda, pero a la vez ha supuesto un revulsivo en el Sur Global ante la constatación de que Occidente ha dejado de ser un socio fiable. Masood Ahmed, expresidente del laboratorio de ideas Centro para el Desarrollo Global, afirma: “Es el fin de la ayuda como la habíamos conocido en los últimos 25 años, pero también el fin de la hipocresía. Ha habido una erosión de la confianza debido a la distancia entre lo que decíamos y lo que hacíamos. Comenzó con el acaparamiento de las vacunas de la covid y de sus tratamientos. Luego vino la crisis de los alimentos y del combustible. Se ha producido una ruptura con Occidente y ahora el Sur Global se centra en cómo relacionarse con el resto del mundo. Será un mundo más transaccional”.
Necesitamos nuevas instituciones, una refundación como la de Breton WoodsCarlos Lopes, catedrático de la escuela de gobernanza pública de la Universidad de Ciudad del Cabo
En este nuevo desorden mundial, los países del Sur Global hace tiempo que llegaron a la conclusión de que no pueden permitirse el lujo de la exclusividad. Eligen y aceptan lo que venga del oeste y también del este. En África, el continente más afectado por la crisis, China se ha convertido en un gran prestamista, con elevados tipos de interés, pero a la vez ha permitido mejorar las carreteras y ferrocarriles, que el ciudadano de a pie disfruta. De paso, los Gobiernos se ahorran condicionalidades y lecciones morales. Mientras, Rusia, también muy presente en África, explota la narrativa anticolonial para avanzar posiciones geoestratégicas. Y en los últimos años han irrumpido con fuerza los países del Golfo.
La necesidad de infraestructuras es acuciante en un continente muy joven que se urbaniza a gran velocidad, en parte debido a los estragos que la crisis climática produce en el campo. Eso y, sobre todo, el encarecimiento del coste de la vida hacen que la presión crezca en las calles. África tiene una población muy joven (el 60% tiene menos de 25 años) que muestra una creciente resistencia a reformas asfixiantes en nombre de la condicionalidad de la deuda.
“Va a haber más protestas, porque hay mucha economía informal y al final se grava mucho a la clase media, mientras los ricos no están pagando impuestos y crece el sentimiento de injusticia”, augura Carlos Lopes, catedrático de la escuela de gobernanza pública de la Universidad de Ciudad del Cabo. La fiscalidad va a ser precisamente otro de los grandes temas en Sevilla.
La conversación sobre el fin de la dependencia de la ayuda no es nueva, pero ahora cobra más fuerza. En Sevilla se hablará por ejemplo de cómo rentabilizar los ingentes recursos naturales que atesora el continente africano, pero también de una reforma profunda de la fiscalidad y la lucha contra la corrupción y los flujos financieros ilícitos. El potencial es enorme también en la economía verde, en renovables y con inmensos sumideros de carbono. África posee las mayores reservas minerales del mundo.
Pero para poder procesar las materias primas y evitar que se fuguen los beneficios hace falta financiación. Los datos del Banco Mundial indican que el coste de los intereses escaló a su máximo histórico en 2023. Y que tomar dinero prestado se encareció considerablemente ese año, cuando los tipos de los préstamos de los acreedores oficiales se duplicaron hasta superar el 4% y los de acreedores privados subieron hasta el 6%, el nivel más alto en 15 años.
“Algo no funciona en el sistema cuando los países africanos pagan más que los países ricos por el dinero prestado”, estimó el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, en un encuentro reciente de líderes africanos en Marrakech.
China piensa que si reestructuran la deuda, el dinero irá a parar a los bancos privados, que consideran una pata del poder occidentalDavid McNair, director de One Campaign
La diversificación de acreedores, junto con el mayor protagonismo de los privados frente a los bancos multilaterales o los Gobiernos, dificulta la adopción de reglas para que la ley de la jungla no se siga imponiendo. Este es otro de los grandes asuntos que se abordarán en Sevilla. “Necesitamos una nueva arquitectura financiera global”, sostiene Vera Songwe, miembro del grupo de expertos del G-20 sobre la reforma de los bancos multilaterales de desarrollo.
“En el pasado, los acreedores se agrupaban en el Club de París [el grupo informal de acreedores estatales]. Entre el 80% y el 90% de la deuda estaba en el Club de París y el resto en organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial. Hoy, en algunos casos el 60% de la deuda está en manos de bancos privados y los nuevos acreedores de los países emergentes”, explica por videoconferencia Songwe, presidenta de la Liquidity and Sustainability Facility, destinada a facilitar liquidez a los bonos africanos.
Los expertos coinciden en que el Marco Común del G-20, pese a las mejoras, sigue siendo un mecanismo insuficiente. Y, por eso, en el documento final de Sevilla el llamado artículo 50 (f) —que abre la puerta a la creación de un mecanismo intergubernamental de la ONU para cuestiones de deuda, como piden los países africanos— ha sido uno de los grandes obstáculos de la negociación. “Es el fin de la ayuda pero no de la mentalidad colonial. Para eso necesitamos nuevas instituciones, una refundación como la de Bretton Woods [en 1944]. La transición va a ser confusa y difícil”, piensa Lopes.
“Los créditos permitieron a muchos países africanos crecer”, señala Songwe. Hasta que llegó la pandemia y, con ella, la tormenta. A río revuelto, los acreedores buscan maximizar sus beneficios. “Los chinos se dieron cuenta de que con el 3,5% podían hacer dinero. Los nuevos prestamistas del Golfo o Turquía vienen con la receta china debajo del brazo”, explica Lopes.
Si hay voluntad política, se puede evitar una década perdidaMartín Guzmán, ex ministro de Finanzas argentino
Hay, además, una derivada geopolítica importante, que entorpece las negociaciones en torno a la deuda, remarca desde Londres David McNair, director de One Campaign, la organización de referencia en cuestiones de deuda. Tiene que ver con las tensiones que acumulan Washington y Pekín. “Estados Unidos no quiere ofrecer recortes porque cree que los países del Sur Global van a utilizar el dinero para pagar las deudas que tienen con China. Y China piensa que, si reestructuran la deuda, el dinero irá a parar a los bancos privados, que consideran una pata del poder occidental. Nadie quiere dar el primer paso”. Por eso, cree McNair que hace falta un mecanismo reglado y que reconozcamos que nos encontramos ante una crisis sistémica global. “Hay que redefinir qué es una crisis”.
Junto a la geopolítica, la mecánica de un sistema con numerosas lagunas. Algunas son achacables a las agencias de calificación crediticia que evalúan el riesgo en los países en desarrollo. Su reforma es otro de los temas que ocuparán un lugar central en Sevilla. McNair sostiene que, para los organismos de calificación, algunos países africanos son mercados pequeños y, por lo tanto, destinan allí a personal más joven y con menos experiencia. Además, señala deficiencias en las negociaciones por falta de información y datos en los países del Sur Global sobre las probabilidades de quiebra. “En las economías desarrolladas, la agencia de calificación hace una propuesta y luego hay tiras y aflojas con el Ministerio de Economía”. En muchos países del Sur Global, esa negociación no es posible. “El resultado es que vemos países como Kenia, donde los funcionarios han tenido que trabajar gratis para pagar a los banqueros de Wall Street”.
Los retos tienden al infinito pero, según consideran muchos de los expertos consultados, la conferencia de Sevilla podría marcar el inicio del cambio. Mientras llega, Songwe cree que “las cicatrices de las crisis de deuda van a durar mucho tiempo”. “Lo vimos con las crisis en Grecia y en España. ¿No hemos aprendido la lección?”, plantea. Martín Guzmán, exministro de Finanzas argentino, al que el papa Francisco encargó junto al economista Joseph Stiglitz liderar una comisión de expertos sobre la deuda, albergaba esperanzas en un encuentro con la prensa. “Si hay voluntad política, se puede evitar una década perdida”, decía. Sevilla medirá si esa voluntad existe.
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