La precariedad espolea la adicción al juego en Nigeria: “Es como una secta, una vez que entras es extremadamente difícil salir”
Los expertos alertan de que muchas personas ven las apuestas como una oportunidad de obtener beneficios económicos, pese a los problemas de salud mental y pérdidas de dinero que acarrean

En una casa de apuestas en penumbra, en Ibadán (suoreste de Nigeria) un grupo de hombres se aglomera alrededor de las pantallas parpadeantes. Aprietan sus boletos con la mano y su mirada oscila rápidamente entre esos pedazos de papel y la actualización de las imágenes en las pantallas. Uno de los presentes, Muyiwa Abdullahi, cuenta que hace 20 años se volvió adicto al juego.
Empezó lanzando dados, una antigua forma de juego, en las calles de Challenge, una zona bulliciosa pero deteriorada de Ibadán. Hoy, pasa sus días en casas de apuestas. “Me encanta apostar”, dice Abdullahi, que ahora tiene 35 años. “Apuesto casi cada dos horas durante el día. No puedo dejar de hacerlo”, admite.
Abdullahi se gana la vida como agente inmobiliario, intermediando en alquileres para clientes, pero la elevada inflación en Nigeria ha dificultado su negocio. Por ello, recurre a las apuestas para intentar llegar a fin de mes. Pero con poco éxito. “El año pasado perdí más de 750.000 nairas (452 euros) en apuestas”, admite. “La policía me detuvo varias veces porque usé el dinero del alquiler de mis clientes para jugar”.
Según declaraciones de Bello Maigari, secretario ejecutivo del Fondo Fiduciario de la Lotería Nacional de Nigeria, recogidas en 2023 por medios locales, más de 65 millones de nigerianos participan a diario en actividades de juego, gastando alrededor de 5,5 millones de dólares (4,84 millones de euros) cada día, en un país donde unos 87 millones de sus habitantes (de un total de 227 millones) viven bajo el umbral de la pobreza, según datos del Banco Mundial. Muchos pierden constantemente todos sus ahorros por apostar.
Abdullahi no es el único atrapado en la adicción al azar. Kenny Gbadamosi es un avicultor nigeriano con dificultades económicas que ha buscado una “fuente de ingresos extra” en las apuestas. “Juego al baby [fútbol virtual] y a las apuestas deportivas a diario y pierdo dinero todos los días”, confiesa. A pesar de sus pérdidas y de que el juego le impide invertir en la expansión de su negocio, cree que las apuestas son un sistema de ahorro que, con el tiempo, le dará una buena cantidad de dinero: “Después de ganar 20 millones, dejaré de apostar”, asegura.
Gbadamosi y su hermano gemelo, Taiye, que fue quien lo introdujo en el juego, se han convertido en adictos crónicos, y pasan interminables horas en las casas de apuestas. “Cuando recibo el pago de una venta, hay algo que me dice que puedo duplicar el dinero a través de las apuestas. Si no lo juego en un día, me siento enfermo”, cuenta a EL PAÍS.

El problema de la adicción a las apuestas está extendido por toda África, donde el juego se ha convertido en una industria con un enorme crecimiento en la última década. Una encuesta elaborada en marzo de 2024 entre más de 3.000 jóvenes de seis países africanos —Ghana, Nigeria, Kenia, Sudáfrica, Tanzania y Uganda—, revela que el 76,16% de los encuestados admite haber realizado apuestas, frente al 23,84% que nunca lo hizo. Por países, Kenia lidera la clasificación con un 82,81% de encuestados que afirman haber apostado al menos una vez, mientras que Nigeria se sitúa en el 65,32%.
Académicos, profesionales de la salud mental y reguladores de Sudáfrica, Kenia y Nigeria entrevistados por este periódico revelaron que detrás del crecimiento de las apuestas hay una larga lista de personas cuyas finanzas, negocios, relaciones e incluso vidas se han arruinado por su adicción.
“El juego se presenta como una panacea para los problemas económicos de la gente”, dice Tunde Adebisi, investigador sobre Apuestas en el Fútbol y Cultura Juvenil en la Universidad de Ulster, en el Reino Unido. Según explica, la popularidad de las apuestas deportivas se debe a que “África es un continente amante del fútbol”, lo cual ha sido aprovechado por las casas de apuestas locales e internacionales para obtener grandes beneficios.
Salud mental
Shina Bamishale, un nigeriano de 41 años que se dedica a la venta de accesorios para teléfonos en el mercado de Oyo, perdió hace un par de años 10.000.000 nairas (6.033 euros) de su herencia, en solo dos semanas de apuestas constantes. Mientras exhala el humo de su cigarrillo, dice que considera el juego como un pasatiempo. Sin embargo, admite que perder dinero le genera sentimientos desagradables. “El juego es como una secta, una vez que entras, es extremadamente difícil salir”, afirma.
Bamishale no está preocupado por el posible daño. “Mi caso nunca llegará a un nivel peor”, afirma, refiriéndose a un pariente lejano que utilizó el dinero que había ahorrado para emigrar a Reino Unido en apuestas y finalmente se quitó la vida tras perderlo todo.
Según Mackline Kiiza-Arakit, trabajadora social y fundadora de Mental Heroes Kenya, una organización dedicada a la concienciación sobre salud mental, jugar a menudo provoca liberación de dopamina, sentimientos de felicidad y emoción, lo que influye en la creencia de que ganar dinero es posible. Muchas personas caen entonces en la trampa de las apuestas. Por desgracia, este esfuerzo se traduce en frustración cuando pierden, señala la experta.
“La ludopatía solo puede solucionarse mejorando las oportunidades socioeconómicas, con la creación de empleos, medidas reguladoras y el cumplimiento de la ley y la concienciación sobre los peligros del juego”, incide Arakit. “Porque estas grandes empresas seguirán ganando dinero a costa de los más débiles y vulnerables”, añade.
El juego entre los menores
La industria del juego solía estar dominada por hombres adultos. Pero los teléfonos móviles y el creciente acceso a internet han convertido un antiguo tabú en una actividad para millones de personas, al no ser necesario acudir a un salón de juego para apostar.
En Nigeria, una investigación de 2019 informó de que el 57,2% de niños en edad escolar habían participado en juegos de azar al menos una vez, pese a que la edad legal para apostar es de 18 años. El 77,6% de los niños lo hizo el año anterior y el 58,3% dijo que no había restricciones en los establecimientos de juego.

Khalid Musa, un niño de 10 años, explica que su padre reza por ciertos números y le da un recibo para apostar a Baba Ijebu, una lotería que se juega a través de una máquina que utiliza tecnología de telefax sin conexión a internet. Todas las ganancias, si las hay, van a su progenitor, que trabaja reparando neumáticos.
El juego entre menores también tiene graves repercusiones en otros países del continente. Un estudio realizado por el Centro de Investigación de Política Económica, una organización sin ánimo de lucro con sede en Uganda, reveló que el juego entre los menores ha provocado pérdida de tasas escolares, un bajo rendimiento académico y la participación en otras actividades de alto riesgo como el consumo de alcohol, estupefacientes y conductas de riesgo.
Del mismo modo, las aplicaciones sociales, especialmente Telegram, se han convertido en un bullicioso centro de apuestas deportivas. Un administrador de un grupo de Telegram con tres mil suscriptores, Alafida Quadri, declara a este periódico que los miembros del canal pueden hacer apuestas, gestionar pagos u obtener consejos y predicciones gratuitas. Los expertos afirman que los problemas subyacentes, como el acceso de menores, el cumplimiento de la normativa y la seguridad online, son inherentes a estas plataformas no reguladas.
“El lado oscuro de las apuestas es que los menores de edad están expuestos al juego. Para los operadores con licencia, existen medidas para garantizar que aquellos que apuestan no son menores de 18 años, pero hay muchos que funcionan sin licencia e incluso adolescentes que utilizan teléfonos de familiares adultos para jugar. Además, los operadores ilegales, que no respetan ninguna política ni norma, representan un gran problema”, señala Robin Bennett, jefe del Departamento de Cumplimiento Normativo de la Junta de Apuestas y Carreras de Western Cape, Sudáfrica.
Gamble Alert, una organización sin fines de lucro que se ocupa de las adicciones al juego en Nigeria y Ghana, lleva a cabo campañas de sensibilización en la comunidad y visitas a centros de juego para educar a los jugadores sobre los peligros de las apuestas. “Ayudamos a prevenir el juego en menores, que puede conducir fácilmente a una adicción, y proporcionamos tratamiento de apoyo a los ludópatas crónicos”, explica David Fisayo, director ejecutivo de la ONG. Después de trabajar en una agencia reguladora, Fisayo se dio cuenta de que había muchos jugadores afectados por el juego que no eran conscientes del problema y que atribuían sus pérdidas a “problemas espirituales” y sin ser conscientes de que “las probabilidades de ganar están intrínsecamente en su contra”.
Mientras en Ibadán, Abdullahi sigue consolándose con las veces que gana las apuestas, aunque sean “muy pocas”. “Nadie puede pedirme que deje de apostar”, afirma.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.