Las otras batallas de Venezuela
La crisis del país es el catalizador de una máquina del fango que busca establecer conexiones entre figuras progresistas y el desastre de la llamada revolución bolivariana


Daniel Torres ayudaba a los demás, esencialmente a periodistas extranjeros, a entender Venezuela. En un mismo día podía llevarte a conocer el trabajo de una ONG opositora antes de ir a un asador donde contratistas del Gobierno de Nicolás Maduro empalmaban la comida con la cena, ron y whisky mediante. Por la tarde, podías contemplar el atardecer desde la terraza a medio construir de un jefe de calle del PSUV, el enlace local del partido columna vertebral del chavismo. Hablando de las penurias de la vida cotidiana, lograbas hacerte una idea más precisa de lo que estaba pasando. A Daniel todo el mundo le llamaba El Gordo. Vivía con su familia en el sector Valle Alto de Petare, el barrio popular más extenso de América Latina. Una noche de septiembre de 2020, un malandro le descerrajó dos tiros en plena calle, según los testigos por una insignificante discusión de tráfico.
El asesinato no fue un asunto político. O sí, porque morir así refleja el fracaso más absoluto del sistema. Daniel estaba resignado. No confiaba en que se fuera a producir un cambio de régimen y se desesperaba a menudo porque su economía dependía de la presencia de reporteros en Caracas, y estos viajaban y se iban al ritmo del interés cíclico que despierta el país caribeño.
La historia de Venezuela en el siglo XXI es también la de un pretexto para librar otras batallas. Lo fue hace una década en España, cuando nació Podemos. Entonces, la inequívoca afinidad de muchos de sus dirigentes con el proyecto de Hugo Chávez ―y su incapacidad para romper después con la deriva autoritaria de Maduro― fue también una excusa para que el PP emprendiera una ofensiva total contra la formación. Los procedimientos judiciales no tenían asideros y no prosperaron, pero el efecto que quedó en la sociedad resuena todavía hoy. La mala fe contra el partido contribuyó a que un sector de la izquierda mirara con escepticismo al conflicto provocado por el chavismo y agravado por las sanciones internacionales, dispuesto a darle un voto de confianza a un régimen antidemocrático.
Algo parecido ocurrió en América Latina. La crisis venezolana es el catalizador de una máquina del fango, amplificada por las redes sociales, que busca establecer conexiones entre figuras progresistas y el desastre de la llamada revolución bolivariana. Ocurrió en Colombia con los ataques a Gustavo Petro, quien, pese a ser nítidamente de izquierdas y haberse enfrentado con dureza a Donald Trump, se sitúa políticamente muy lejos de Maduro. El brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y el chileno Gabriel Boric, este último muy crítico con las violaciones de los derechos humanos perpetradas por el aparato gubernamental venezolano, pasaron por lo mismo.
La ultraderecha popularizó el término narcochavismo para señalar, con el propósito de crear confusión, un espectro enormemente amplio que va de la dictadura de Daniel Ortega en Nicaragua al Gobierno de Claudia Sheinbaum en México, que nada tienen que ver. Ahora la palabra clave es narcoterrorismo. En virtud de ella, Trump ha estrechado el cerco contra Maduro con un rosario de amenazas, un despliegue militar sin precedentes en el Caribe y ataques a supuestas narcolanchas. El siguiente paso, que nadie conoce, ha multiplicado las expectativas de los millones venezolanos que anhelan un cambio, aunque los demócratas quieren conjurar el escenario de una invasión. Pero, al mismo tiempo, el magnate republicano ha logrado que la cúpula del chavismo esté más unida que nunca y ha contribuido a despertar recelos incluso en torno a María Corina Machado, cuya invitación al Hay Festival de Cartagena de Indias ha motivado que otros asistentes hayan cancelado su presencia. La líder opositora y ganadora del Premio Nobel de la Paz es una perseguida política a todos los efectos y como tal merece protección, aunque no gusten sus posiciones ideológicas. Ser demócratas significa también eso, y dejar de usar Venezuela para librar otras batallas.
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