Una vuelta ciclista con genocidio al fondo
Desde que Tommie Smith y John Carlos levantaron sus puños en México 68 no ha dejado de hacerse política en el deporte. Y es un mero sentido de la justicia denunciar la matanza de Gaza


¡Qué mala pata la de los ciclistas y los organizadores de la Vuelta! Mira que tener lugar un genocidio justo ahora … La vida no es justa. El líder de la clasificación, Jonas Vingegaard, ha mostrado comprensión ante las protestas. Otros se han quejado por no haber podido terminar alguna etapa a causa de las manifestaciones en favor de Palestina. Me recordó aquella gracieta que circulaba en las redacciones cuando se fumaba: “Ayer fue un día horrible. Murió mi madre y perdí el mechero”. Chascarrillos así constituían un entrenamiento para el cinismo que a veces se achaca a la profesión periodística. Pero en cuestiones de cinismo, Israel está logrando que los protagonistas más inesperados batan récords mundiales.
Las manifestaciones contra la participación del equipo Israel Premier-Tech en la Vuelta expresan un sentimiento extendido en la sociedad española. El equipo es propiedad de Sylvan Adams, un magnate empresarial amigo de Netanyahu y sionista declarado. Él mismo ha asegurado que su objetivo al financiar este equipo es asociar el nombre de Israel a algo positivo, como el deporte. Técnicamente, se llama sportwashing (blanqueo deportivo), y los líderes del deporte deberían repudiarlo. La gente ha comprendido las intenciones de Adams: si su equipo sirve a fines políticos, empaña el acontecimiento deportivo, pues Israel es responsable de una masacre que se ha cobrado 64.000 víctimas, gran parte de ellas niños y niñas.
La Vuelta tiene complicado desentenderse. Como otras empresas del sector, disfruta de ser una marca querida por la gente. Saca cada año a miles de personas a las calles de su pueblo. Aplauden, celebran, hacen suyo el evento. Es una ventaja de la que se beneficia Unipublic frente a, por ejemplo, un banco.
Pero hete aquí que esos intangibles simbólicos y ese arraigo social vienen de la mano de algunas servidumbres y dos o tres escrúpulos. Si invocas los valores del deporte, debes encarnarlos. Además, no viene mal escuchar a esos aficionados de cuyas vidas formas parte. Cuando les prestas atención ocurre algo prodigioso: en la Vuelta ciclista, a lo largo de los años ochenta y noventa, las protestas mineras se hacían sentir en los pueblos asturianos por los que discurría la carrera. La organización les daba visibilidad en televisión unos minutos antes de llegar el pelotón; incluso les ponían el micrófono. Cuando poco después aparecían los ciclistas, en las cuencas mineras se les aplaudía. El evento no sólo les proporcionaba espectáculo, sino también altavoz en un momento difícil. La gente que protesta ahora con banderas palestinas también pide empatía. Y representa a la sociedad española.
Es hermoso adherirte a los valores del deporte sin que nadie te pregunte nunca cuáles son y cómo los defiendes. Pero cuando los dirigentes del sector se ven en apuros hablan con más claridad. De todos los valores que podía elegir, me llama la atención que la Unión Ciclista Internacional (UCI) haya respaldado la participación del Israel Premier-Tech en la Vuelta invocando la neutralidad política del deporte.
En realidad, esa abstención fue una innovación que el Comité Olímpico Internacional (COI) implantó en los años setenta por un motivo. En los Juegos de México 68 tuvo lugar aquella escena emblemática: los atletas afroamericanos Tommie Smith y John Carlos, con su puño enguantado sobre el podio, reivindicaron el Poder Negro. El mundo se encontraba en los albores de los grandes espectáculos globales, y la proclama antirracista de los atletas incomodó a los señores de los anillos (olímpicos).
Desde entonces, hasta el #SeAcabó que las futbolistas españolas hicieron repicar en numerosos estadios del mundo en 2023, no ha dejado de hacerse política en competiciones de todo tipo. Los deportistas, además, suelen acertar con las causas: están muy concentrados en sus objetivos y no pueden distraerse con menudencias. No hay política, sino mero sentido de la justicia, en denunciar el racismo o el machismo.
No hablemos ya de pronunciarse contra un genocidio. En Gaza se están cometiendo crímenes contra la humanidad. Se llaman así porque nos interpelan a todos en nuestra humanidad compartida, al margen de convicciones políticas, razas, géneros o religiones. Puestos a invocar valores, yo me iría a la filosofía de Pierre de Coubertin, cuyas aspiraciones para el deporte estaban más ligadas a la sociedad que al negocio. Por eso, los principios fundacionales del movimiento olímpico enfatizan la necesidad de que el deporte contribuya a “crear sociedades pacíficas”. Amparado en esos valores, seguro que el COI encuentra cómo excluir a Israel de las competiciones deportivas.
Al fin y al cabo, en 2022 apartó a Rusia y a Bielorrusia por dos motivos. Uno, que se vulneró la tregua olímpica vigente por los Juegos de Pekín 2022 (esto no cuenta: es como lo de mi madre y el mechero). El segundo argumento resulta más convincente: la agresión rusa impide a los ucranios competir en igualdad de condiciones, porque determina sus vidas. Es cierto. Y se debe aplicar igual a los deportistas palestinos: sólo pueden correr bajo las bombas.
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