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COLUMNA
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Sílvia Orriols: la resaca del ‘procés’ produce monstruos

Era inevitable que la retórica nacionalpopulista de Aliança Catalana conectase con sectores independentistas instalados en el desconcierto rabioso contra unos y otros

Sílvia Orriols, este miércoles en el Fossar de les Moreres, en Barcelona, en una ofrenda floral previa a la Diada.
Jordi Amat

El partido nacionalpopulista Aliança Catalana se situó en la vanguardia del independentismo la víspera de la celebración de la Diada. En plena era de la revancha, sincronizado con nuestro momento de brutalización y con las otras fuerzas soberanistas catalanas en shock ideológico y discutiendo en las Cortes, el ya profesionalizado movimiento que protagoniza Sílvia Orriols consiguió lo que pretendía: un exitoso acto de propaganda para viralizar en las redes y reafirmar la normalización de su discurso atávico y racista. Ha sido un cambio acelerado. Allí donde el año pasado un grupo reducido de activistas del partido fue increpado y agredido por militantes de la izquierda radical independentista, como si se estuviese interpretando una escena de La vida de Brian, la tarde de este 10 de septiembre, después de un año de actuación de la alcaldesa de Ripoll en el Parlament y blindados por los Mossos para evitar incidentes, la variante catalana del trumpismo se puso oficialmente de largo. Ni el mejor publicista podría haber localizado un escenario más adecuado para realizar esa performance: el antiguo cementerio del Fossar de les Moreres.

A lo largo del siglo XIX, el catalán, como todos los nacionalismos, inventó su tradición con materiales del pasado premoderno para dotarse una cultura nacional sobre la que sustentar un proyecto político de cohesión social y búsqueda de la hegemonía. Con esos materiales, como hacían todas las mater dolorosas, se dio forma a la tradición: literatura patriótica, liturgias conmemorativas, pinturas y relatos históricos o lugares de memoria. En el caso del catalán, el sitio de Barcelona durante la guerra de Sucesión, que desembocó en la aplicación del Decreto de Nueva Planta, fue uno de los hitos para forjar ese nacionalismo. Sílvia Orriols, ahijada de la corriente más oscura de esa tradición, ha querido conectar desde siempre con ese pasado mítico. Cuando en 2019 tomo posesión como concejal en el Ayuntamiento de su ciudad, prometió el cargo no para cumplir la Constitución de 1978, sino por “las constituciones catalanas vigentes el 11 de septiembre de 1714 legales, vigentes e inderogables”. En el Fossar de les Moreres, desde el momento que se estaba dando forma al nacionalismo, empezaron a celebrarse homenajes de estética romántica a los patriotas caídos en defensa de esas constituciones y que habían sido allí enterrados.

Era inevitable que, en plena resaca del procés, la retórica nacionalpopulista de Aliança Catalana conectase con sectores populares del movimiento independentista instalados en el desconcierto rabioso contra unos y contra otros y que siguen colgados en las redes donde el algoritmo agita el odio. Nada que no pase en otros lugares, pero en cada país con sus características particulares. Si el pánico al gran reemplazo es una peste de las extremas derechas que recorren Europa, en el caso catalán ese temor nacionalista a la disolución de la identidad lo propulsan dos vectores según el discurso de Orriols: el proyecto del nacionalismo español y la inmigración musulmana que está transformando la piel de tantas ciudades medias de Cataluña. Cuando el procés terminó, los nuevos malestares seguían allí y ahora producen monstruos.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.
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