Lo de Vox está chupado
La principal mercancía actual es el odio. Y la extrema derecha tiene toneladas para vender


Parece que fue ayer cuando decíamos (y nos lo creíamos) que España estaba vacunada contra la extrema derecha, porque (como Portugal…) el recuerdo de la dictadura era demasiado reciente y nos protegía de seguir la senda que empezaban a tomar algunas de las principales democracias europeas: Francia, Italia, Alemania. Eran los tiempos del Brexit y de la primera victoria de Trump, y nosotros nos lo mirábamos con cierta suficiencia. Al final, el franquismo había tenido algo bueno…
Menos de una década después, nos vemos inmersos en sesudos análisis sobre cómo es posible que la extrema derecha esté penetrando en determinados sectores sociales, en comparaciones sobre nuestra situación y la de aquellos países a los que mirábamos con indisimulada compasión. Mientras, las encuestas nos muestran mes tras mes cómo Vox va creciendo. Ya somos europeos, también para lo malo.
Se ha escrito mucho (y bueno) sobre el fenómeno. En este periódico, Ángel Munárriz (en casa somos muy de Munárriz) hace tiempo que nos va mostrando las diferentes facetas del monstruo gramsciano que habita en los intersticios que se crean entre el final de un mundo y el inicio de otro. Ese es, tal vez, el concepto principal para entender la aparición a escala planetaria de la extrema derecha, más que las redes sociales: el fin de un mundo.
Desde 2008, el sistema vive de prestado, por así decirlo. En las sociedades democráticas late una impugnación al sistema, que toma diversas vías para expresarse, salir a la superficie a borbotones y arrasar todo a su paso. ¿Alguien se acuerda del 15-M? Ese impulso lo expresa hoy la extrema derecha, pero en sentido inverso al que proponía entonces Podemos (el primer Podemos), o incluso a su manera Ciudadanos. Ya no hay futuro, sino una vuelta tramposa a un pasado mitificado, puro y feliz.
Las propuestas de la extrema derecha combinan a la perfección con nuestro horizonte oscuro, un futuro cataclismático ante el que se impone el sálvese quien pueda (y si puedo ser yo, mejor), el cierre de filas y la búsqueda de un refugio seguro. Y ese refugio lo sirve en bandeja la extrema derecha: la patria, los tuyos, lo tuyo. Asegurar la supervivencia del pueblo.
A esto ayuda sin duda que la principal mercadería en nuestro mundo sea el odio. Y la extrema derecha tiene toneladas de ese producto para colocar en el mercado. Luego está la atracción por los ultras. Lo ultra vende. Su mercadería es de la buena, de aquella que pones en un titular de portada y te vende la edición entera. Están de moda, y eso que Santiago Abascal es tal vez el líder político que menos habla. Pero es que no necesita hablar. Vox llena el espacio, cuela sus temas, gobierna la agenda. ¿A alguien le extraña que suba en los sondeos?
Nos equivocamos cuando miramos sólo a la extrema derecha. La clave está en el otro lado. De hecho, lo que hace la extrema derecha está chupado, porque juega sola. Si no queremos hacernos trampas al solitario debemos admitir que en los últimos años las fuerzas democráticas no están dando respuesta a la desazón que invade a una parte sustancial de nuestra sociedad, lo cual ha dejado toda la iniciativa impugnadora a la extrema derecha, que puede presentarse como la única alternativa de cambio (y vaya cambio) ante una sociedad atemorizada y a un paso de mandarlo todo a paseo.
¿Por qué cuelan las propuestas de Vox? ¿Porque son simples? ¿Porque la sociedad está aborregada? ¿Por las malvadas redes sociales? Quizás. Pero también porque son las únicas. Y ese es el drama.
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