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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Petro, en la recta final

El presidente de Colombia cumple tres años de gobierno errático en los que no ha logrado sus mayores ambiciones

El presidente de Colombia, Gustavo Petro.
El País

Gustavo Petro encara el último tramo de su mandato con un balance frustrante si se mide con las expectativas que despertó su llegada. Elegido en 2022 como el primer presidente de izquierdas en la historia de Colombia, prometió un cambio profundo: reformas estructurales, justicia social y una transformación de la relación del Estado con la ciudadanía. Tres años después, Petro no puede presentar logros de envergadura, en buena parte por el caos de su administración, la enorme volatilidad de su gobierno y su propia incapacidad para elevar el discurso. A pesar de todo, hoy Colombia tampoco es el país en llamas que temían quienes lo pintaban como una amenaza para la democracia y la estabilidad.

La llegada de la izquierda a la Casa de Nariño no supuso una ruptura abrupta del orden institucional ni un colapso económico. El sistema democrático colombiano, pese a tensiones y choques de poder, ha resistido. La economía se ha mantenido a flote. Y algunos indicadores sociales muestran avances modestos, en particular en la reducción de la pobreza. Estos logros, si bien parciales, contradicen el caos que predecían sus adversarios.

El reverso de este balance no es halagüeño. Petro no ha conseguido materializar el gran cambio que prometió. Sus reformas estrella han sufrido un via crucis legislativo y judicial. Su apuesta por una “paz total” con todos los grupos armados no ha producido el desarme ni la pacificación esperada, y en varias regiones la violencia se ha recrudecido. A ello se suma una inestabilidad interna que ha lastrado la gestión: los relevos constantes en el Gabinete, sus desencuentros abiertos con la vicepresidenta, Francia Márquez y la apuesta por una figura tan polémica como Armando Benedetti han proyectado improvisación y descontrol.

Petro ha apostado casi todo a la omnipresencia de su figura, envuelto en un manto populista, y a la retórica de un discurso que ha chocado con una realidad que no ha logrado doblegar: un sistema fragmentado, con fuertes poderes políticos, intereses económicos bien atrincherados y un Congreso renuente a su programa. El resultado ha sido un Gobierno atrapado entre la ambición de un proyecto transformador y la dificultad, cuando no la incapacidad del presidente y sus aliados, de construir consensos.

El principal mérito de Petro puede residir en lo que no ha ocurrido: Colombia no ha seguido el camino de polarización irreversible o colapso institucional que algunos presagiaban. A pesar de la confrontación política, de los choques continuos y de la crispación en el debate público, el país sigue reconociéndose en sus reglas de juego y en una convivencia democrática imperfecta pero funcional. Petro rompió un techo político de más de dos siglos, pero no ha sabido traducir esa ruptura en una transformación de fondo.

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