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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El suicidio de la ciencia en EE UU

Las agencias científicas más potentes del mundo están siendo desmanteladas por un Gobierno ignorante y fanatizado

El secretario de Salud y Servicios Humanos, Robert F. Kennedy, habla en la Casa Blanca flanqueado por el presidente Donald Trump y el vicepresidente J. D. Vance.
El País

Por si fueran poco sus decisiones migratorias y arancelarias, la política científica de Donald Trump es justo lo que faltaba para sumir a Estados Unidos en una era oscura de irracionalidad y regresión. La decisión de su secretario de Salud, Robert Kennedy, de cancelar 22 proyectos para el desarrollo de vacunas supone un hachazo de 500 millones de dólares (429 millones de euros), pero va mucho más allá de una mera estrategia de recorte del gasto federal. Es solo la última cuenta de un rosario de ataques de Kennedy —un conocido activista antivacunas— contra una de las herramientas esenciales de la medicina moderna, que además es justo la que nos sacó a todos de la crisis pandémica en lo que fue una verdadera exhibición del poder de la racionalidad científica.

La aversión del trumpismo a la ciencia se ha dejado notar estos meses en áreas distintas de la biomedicina, como los recortes a la Agencia de Protección Ambiental (EPA), la NASA y otros organismos federales. Pero la parte del paquete más preocupante es la que ha quedado bajo el control del antivacunas Kennedy. A cambio de su apoyo electoral, Trump le prometió que le dejaría hacer “lo que quisiese” con la sanidad de EE UU, y eso es exactamente lo que está haciendo. La secretaría de Salud tiene a su cargo tres de las instituciones científicas más importantes del planeta: la agencia del medicamento (FDA), los centros de control de enfermedades (CDC) y los Institutos Nacionales de la Salud (NIH), que son la mayor maquinaria de investigación biomédica del mundo. Todas las agencias similares, desde las europeas hasta las africanas, han mirado hasta ahora a esas tres siglas estadounidenses como una fuente de sabiduría científica y buen hacer en la traslación de ese conocimiento a la práctica médica. Esa confianza se está perdiendo deprisa.

Fiel al estilo de su jefe, Kennedy es capaz de mentir a la población sin mover un músculo de la cara. Sostiene que las vacunas son peores que los propios virus a los que combaten. Lo sostiene sin pruebas, pero utiliza ese bulo para despedir a los comités científicos que recomiendan la aprobación de vacunas, suprime la recomendación de inmunizarse contra la covid a las embarazadas o los menores y rehúsa aconsejar la vacunación del sarampión aunque haya 1.300 infectados en el peor brote de tiempos recientes.

Asegura que la pandemia demostró la ineficacia de las vacunas de ARN mensajero, cuando lo que demostró fue todo lo contrario, con argumentos absurdos sobre unas mutaciones y unos antígenos de los que, obviamente, no ha oído ni hablar en su vida. Kennedy se cree más listo que los 3.000 mejores virólogos del mundo y pretende refutarlos con ocurrencias de cuñados. Para acabar de redondear el sinsentido, fue el propio Donald Trump, en 2020, quien impulsó el desarrollo de las vacunas de ARN que ahora se esfuerza en destruir. Es decir, lo que se trata de borrar ahora fue un absoluto éxito del primer gobierno de Trump.

Seis premios Nobel consultados por este diario alertan de que Trump está desmantelando el poder científico de Estados Unidos como parte de su agenda para debilitar la democracia. Están realmente preocupados. Hablan de intimidación, incivismo, rechazo a la inmigración y a las minorías. Recuerdan a los científicos que emigraron a Estados Unidos huyendo de Hitler y de la Europa infectada por el nazismo. Creen que la sanidad, la biotecnología y la ciencia en su conjunto están en peligro. No entienden que todo este daño venga de unos dirigentes ignorantes y científicamente analfabetos. La ciencia se está suicidando en Estados Unidos. Es urgente salvarla.

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